Las manos de Eduviges al momento de nacer  

9 PUNTOS

Autor: Wajdi Mouawad

Elenco: Horacio Acosta, Matilde Campilongo, Eddy García, Vanesa González, Aldana Illán y Sergio Mayorquin

Diseño de escenografía: Cecilia Zuvialde

Diseño de vestuario: Lara Sol Gaudini

Diseño de iluminación: Facundo Estol

Diseño sonoro y música original: Rodrigo Gómez

Dirección: Cristian Drut

De jueves a domingos a las 18 en el Teatro Cervantes, Libertad 815. Entradas por Alternativa Teatral

En todas las obras de teatro –y en cada momento de la vida– está presente el ritmo, pero algunas son más conscientes de esa presencia y saben usarla a su favor. Es el caso de Las manos de Eduviges al momento de nacer, la puesta de Cristian Drut basada en el libro del autor líbano-canadiense Wajdi Mouawad, que puede verse de jueves a domingos a las 18 en la sala Luisa Vehil del Teatro Cervantes (Libertad 815).

No suele haber muchas puestas que remitan al Medio Oriente en Buenos Aires. Mouawad es un autor atravesado por varias culturas: a causa de la guerra pasó su infancia en Beirut y París, y en 1983 se afincó junto a su familia en Quebec. Hoy tiene 54 años, dirige el Teatro Nacional de la Colline en París y escribió textos como Litoral, Todos pájaros e Incendios, que fue adaptada al cine por Denis Villeneuve en 2010 –en una versión tan cruda como reveladora– y que también tuvo su adaptación argentina a cargo de Sergio Renán en 2013. La obra de Mouawad, asociada siempre a la tragedia, se caracteriza por un contrapunto entre lo clásico y lo contemporáneo, y explora tópicos como la búsqueda de la identidad, las raíces, el peso de la familia o el tránsito de la infancia a la madurez.

Eduviges (Vanesa González) está recluida en un sótano oscuro donde abundan los malos olores. Los padres (Horacio Acosta y Matilde Campilongo) bajan a prepararla para el funeral de su hermana Esther, un funeral sin cadáver porque Esther no está muerta sino desaparecida hace una década. La gente espera ver el milagro: las manos chorreantes de Eduviges rezando por la difunta. Los padres y su hermano Alex (Eddy García) se aprovechan de la credulidad de la gente para obtener algo de dinero, y Eduviges encuentra un cómplice en Vaklav (Sergio Mayorquin). Pero todo cambia cuando la hermana pródiga (Aldana Illán) regresa.

Tal como señala el programa de mano, los miembros de esta familia “se arrebatan las palabras como los sedientos pueden arrebatarse una fuente de agua”. Hay una coreografía sutil –y al mismo tiempo muy bella– en ese arrebato mutuo de la palabra: el modo en que unos personajes terminan las frases de otros o separan las sílabas, la cadencia del texto, las repeticiones, los ecos juegan con el tempo de la música compuesta por Rodrigo Gómez. Esa coreografía se completa en los cuerpos que se desplazan por el pequeño cubículo que representa el sótano: suben y bajan las escaleras, se ocultan debajo, entran o salen subrepticiamente por la ventana y se balancean en las columnas. Todo eso en un espacio diminuto. La escenografía a cargo de Zuvialde y el exquisito vestuario diseñado por Gaudini también aportan a esa coreografía. González luce un vestido amplio en tonos azulados cuya falda ocupa casi toda la superficie; por momentos es como si toreara a sus interlocutores, los esquiva o los atrapa entre sus telas.

En Argentina el texto tendrá sus propias resonancias porque todo gira en torno a un ataúd vacío, a un funeral sin cuerpo, y eso es una pesadilla colectiva. “Esther se fue, hay que olvidarla”, decretó un día el padre. Pero Eduviges está segura de que su hermana vive y reprocha: “Decir que se murió es fácil, resuelve, explica la desaparición y todo el mundo contento”. El aire místico envuelve esta historia como la niebla que rodea la casa: allá afuera hay un bosque y un lago que, según dicen, se tragó a Esther. La familia, mientras tanto, es devorada por su propia mentira, lo único que le importa es lo que piensa la gente de arriba. “La gente, siempre la gente”, dice Eduviges. La gente –como el cuerpo de Esther– está ausente pero es un personaje clave en la trama porque determina muchas decisiones.

La puesta de Drut es precisa y en ningún momento descuida el ritmo: esa música puede escucharse en la cadencia de las palabras y también puede verse en los cuerpos de los actores. Los textos de Mouawad generan una conmoción, no se sale igual de la sala. Un elenco sólido enaltece la propuesta y se destacan las interpretaciones de la tríada de hermanos (González, García, Illán). El teatro nacional apuesta a un autor contemporáneo que escapa de las elecciones más tradicionales y trae a escena notas distintas de las que suelen escucharse.