Cuando llegué de la calle les pregunté: -¿Tengo un aspecto TAN lamentable? Porque cuando subí al cole se levantaron simultáneamente tres a cederme el asiento, y cuando estaba bajando una chica me tendió la mano para que me apoyara…

Ella respondió: -No…lamentable no, pero sí de persona mayor… y él dijo: -Persona mayor pero muy linda…

Y bueh, los hijos se pueden autorizar esa mirada.

Entre esto del cole y los reclamos de presentar Fe de vida en Arte de Curar, me empecé a plantear esto de no seguir viéndome como me he visto toda la vida: como una chica más.

Así había sido hasta ahora, pero recordé que mis abuelas merecían esas consideraciones que yo registro ahora, aun cuando eran menores a lo que soy. Solo que en otro tiempo, que parece decir; en otro planeta.

Mi abuela materna era baja, gordita, con muchas enaguas, pañoleta tejida en la espalda, el pelo blanco recogido en un rodete. Se llamaba Enriqueta. Hablaba con acento andaluz y decía muchos refranes graciosos. Una vez hice una recopilación para Mario Bonacci que se divirtió un montón. Quedó viuda muy joven y a cargo de la familia en épocas difíciles. Era luchadora y aguerrida. Ella había tenido doce hijos, de los cuales muchos murieron, pero resulta que cuando me vio recién nacida se largó a llorar, porque como había nacido prematura pesaba apenas dos kilos y tenía aspecto fetal. Lo cierto es que como sobreviví me prefirió ostensiblemente. Y yo también. Se parecía a la abuela del dibujo animado de Twiti y Malandrín.

Porque mi otra abuela, la paterna, era seria y seca. Vestía de gris. Se llamaba Manuela. También llevaba el pelo blanco en rodete, muchas enaguas y pañoleta. Había tenido catorce hijos, de los cuales sobrevivió la mitad. Y casi no hablaba.

Hay una anécdota que las pinta por entero. Cuando mis padres planeaban casarse habían pensado celebrar una reunión. En la casa de la novia. Pero la abuela paterna no salía de su casa, entonces Enriqueta dijo: ¨Ah! Ella no zale de su caza y no va a venir a la boda? Puez yo zi zalgo! Azí que preparen la fiezta en zu caza que yo zí voy allí!¨

Efectivamente, parece que Manuela no salía más que hasta la puerta. Pero eso era tenido como señal de buenos modales: que las abuelas quedaran en casa cual damas aristocráticas que no se contaminaban con el vulgo. Presumo que además había una cierta desconformidad de la familia paterna en relacionarse con una familia pobre y de inmigrantes.

Los domingos íbamos a visitar, primero a la abuela materna, a su casa de la zona del Mercado de Abasto. La casa del fondo enorme con catorce higueras y un cañaveral. Allí jugábamos con mis primos a los exploradores y armábamos jardines con las plantas. Enriqueta había sobrevivido en la casa de su madre en Rosario en la que se instaló al enviudar. Alquilaban cuartos en el conventillo. Vendían huevos de sus gallinas y rezaban en los velorios. Cuando las chicas crecieron, entre ellas mi madre, se emplearon como obreras. La casa era fascinante por ese fondo enorme y salvaje.

Después de ese paseo, los domingos, íbamos a visitar a mi otra abuela. La abuela paterna, a su casa del centro donde vivía con el hijo mayor que había tomado la autoridad del patriarca cuando ella enviudó. También estaban una hija soltera y otras hijas casadas y sus familias. Era una casa que en su tiempo fue suntuosa con muchas habitaciones, tres patios, sótano y carbonera. Ese hijo mayor y soltero tiranizaba a todos pues se había instalado en un lugar de poder no cuestionado. Si a mí me gustaba ir los domingos, era porque jugaba con mis primas en esa casona con mil recovecos y misterios.

Todo esto lo actualizo porque la idea de cómo fueron esas abuelas de mi biografía no coinciden con el registro que tengo de mí. No me parezco a mis abuelas. Por eso las preguntas. ¿Seré una persona mayor?

Por allí el ser mayor depende de la visión del mundo. Y encontré dos muy polarizadas.

La que trae Guillermo Saccomanno de otro escritor. Página/12 de 6 de noviembre. Y la de mis amigos en bicicleta.

Saccomanno dice :

Los poemas de Larkin (1922-1985) transmiten una desencantada perspectiva de la vida de un británico medio, los maelstroms de una existencia cero riesgosa. “Mi esposa y yo hemos invitado a una gentuza/ a que venga a perder el tiempo a casa: ¿ te atreves / a ser de la partida? Pero qué mierda, amigo. Acaba el día. / La estufa respira, oscuramente los árboles se mecen. // Gracioso lo difícil que es quedarse solo. / Podría pasarme, si quisiera, la mitad de las noches, /sosteniendo una copa de jerez insulso, inclinado/ para oir las tonterías de una zorra/ que no ha leído otra cosa que revistas;/ pensad cuánto tiempo libre se ha escurrido”. Este cítrico retrato de abulia y desconsuelo se titula “Vers de societé”. Y tiene mucho que ver con el carácter elusivo de Larkin que describe Cohen (su traductor) en su postfacio sobre el autor: “El corazón más triste”. Cohen nos informa que Larkin armó una poética de las condiciones cotidianas que le permitía hacer de su obra un territorio definido, capaz por así decirlo, de expresarse a él mismo. Acusado de provincianismo, Larkin no se afligió por la crítica y no pisó la cáscara de banana de los bananas de las vanguardias. “Me gustaría saber cómo pasan ellos el tiempo. ¿Matando dragones?”, preguntó.

A Saccomanno lo fascina un escritor que a mí me irrita. Me suena despectivo, elitista y cruel. Transmite una visión cínica del otro. Ya sabemos que vivir es difícil pero…no me gusta porque usa la horrible palabra ¨gentuza¨, porque habla de las ¨tonterías de una zorra que no ha leído otra cosa que revistas¨, Saccomanno refiere que con su ¨cítrico retrato de abulia y desconsuelo¨ Larkin pudo ¨expresar a sí mismo¨. Y ese amargo ¨sí mismo¨ de Larkin tampoco pasó su tiempo ¨matando dragones¨. Parece que solo quejándose.

En cambio mis amigos que viajan siempre en bicicleta, hicieron gala de una sensibilidad que me admiró. Y que me hizo respetarlos. Uno tiene 34 y el otro 53 . Parecen dos adolescentes de doce años, pero tienen una sabiduría de noventa. Y estuvimos juntos después del Seminario en la Facultad. Y en esa última reunión, donde una asistente tomó la palabra para no devolverla por un rato largo, yo pensé : ¡Qué pesada! , pero después en la charla durante la cena, el más joven se dijo compasivo que había estado muy bueno que ella hubiera podido abrir su corazón. Y el otro que es profesor comentó que cuando en una clase hablando de un caso, advirtió que sus alumnos estaban conmovidos se dijo: ¨-Ya está, no hace falta más porque entendieron todo¨. Y después del Seminario y de la cena que prolongó el encuentro, estuve segura de esa visión del mundo que ellos expresaron es la que vale la pena. No es que yo siempre pueda sostenerla, pero es la que me deja ser una chica aunque parezca una señora mayor.

Pero estuvo bueno escucharlos y que me la recordaran. Y después se fueron en bicicleta.