La Selección perdió su primer partido del Mundial de Qatar 2022, al que llegaba como gran candidato, con el envión de haber ganado la última Copa América y con un invicto de 36 partidos al que sólo le faltaba uno más para superar un récord histórico de seleccionados. Acaso pudo haberlo empatado sobre el final y, sin dudas, el panorama hubiera sido otro. Pero no, se perdió en el debut y es un golpe durísimo para un equipo que comenzaba a creer muy en serio en su propio relato.
Frente a Arabia Saudita lo que faltó fueron respuestas tempranas tanto desde adentro de la cancha como desde el banco. La Selección repitió su fórmula y prácticamente contó sus chances de gol junto a las posiciones adelantadas que, a instancias de una tecnología implacable, anularon las jugadas decisivas en tres oportunidades. Lo más inquietante de la primera parte fue esa insistencia sorda, ante un planteo del rival que con poco y a rajatablas iba dando sus frutos.
Lo que ocurrió en el segundo tiempo fue consecuencia de lo actuado en la primera parte, y peor aún. Arabia Saudita salió más convencido del éxito de su planteo táctico. Y antes de que la Selección terminara de hacer pie, o de pensar en su necesidad de reconfigurarse sobre la marcha, un error defensivo le permitió el empate a los saudíes; luego, con el envión del golpe, en apenas unos mintuos más llegó el segundo; y entonces sí la Selección terminó de hundirse en su propia impotencia, más allá de los ingresos de Enzo Fernández, Julián Alvarez, Lisandro Martínez y el Huevo Acuña, que le dieron un poco de aire y vértigo a los últimos minutos de juego.
A fin de cuentas, a la Selección le pasó frente a los saudíes como al niño del relato de Brecht que lloraba porque le habían robado una de las dos monedas que tenía y, preguntado por un hombre que pasaba si se había defendido o intentado gritar fuerte para que alguien lo ayudara, contesta que sí pero que nadie lo escuchó, y entonces el hombre le termina exigiendo que le entregue la segunda moneda.