Todo lo bueno que llevó la Selección Argentina al Mundial de Qatar, todo aquello que agitó una ola de optimismo popular acaso exagerado, pareció diluirse. Ninguna de las virtudes que la pusieron entre los grandes candidatos a ganar la Copa del Mundo pudo volcarse sobre el verde césped del estadio Lusail. Atrapado por un nerviosismo prematuro que lo hizo fallar pases simples y de corta trayectoria, ni siquiera el gol tempranero de Lionel Messi por un penal de VAR a los 7 minutos del primer tiempo contribuyó a serenar los ánimos del equipo que dirige Lionel Scaloni. Y hasta dio la impresión de que los goles anulados a Messi y Lautaro Martínez por el nuevo sistema de detección automática de los offsides, terminaron resultando una contrariedad insuperable.
Las emociones del debut en la Copa del Mundo y acaso el peso de responder a tanta expectativa jugaron tan en contra que Arabia Saudita, con un esquema conservador ejercido con gran convicción y al filo mismo del reglamento, y con dos golazos en cinco minutos, terminó llevándose una victoria que con el correr de las horas, sigue siendo lo que en verdad fue no bien sonó el último pitazo arbitral: un mazazo inesperado que desafía la fortaleza anímica de los jugadores y el propio cuerpo técnico de cara a los dos partidos que se vienen con México y Polonia.
Es preciso mantenerse calmo en estas horas de confusión. Y no caer ahora en el desborde de un pesimismo tan exagerado como lo fue el triunfalismo que imperó hasta las siete de la mañana. La Selección jugó muy mal, estuvo emocionalmente bloqueada aún con el marcador en ventaja, no encontró nunca la manera de quebrar el achique defensivo de los saudiárabes y terminó lanzando centros y pelotazos como nunca lo hizo antes. Pero eso no significa que haya que despreciar todo lo que se hizo en estos cuatro años.
En todo caso implica un duro choque frontal con la realidad. La Selección construyó su identidad enfrentando sólo a rivales sudamericanos tanto en las Copas América de 2019 y 2021 como en las Eliminatorias y a rivales de vuelo futbolístico demasiado bajo como lo fueron Estonia, Jamaica, Honduras y Emiratos Arabes Unidos. Se intuía que en el Mundial, la exigencia podía ser diferente. Lo que nadie pensó es que el impacto vendría apenas en el primer partido y ante el adversario que se suponía el más accesible del grupo. Y que el equipo de la autoestima alta y seguro de si mismo, se convertiría demasiado pronto en un manojo de nervios incontrolables.
El próximo sábado habrá que ganarle a México y el miércoles 30 a Polonia para superar este mal paso y llegar a los octavos de final. Si así fuera, esta sonora derrota habrá sido una advertencia y podrá continuar la larga marcha rumbo al título del mundo. Pero antes habrá que vencer al enemigo íntimo que nadie vio venir: el bloqueo emocional de una Selección Argentina a la que se la devoraron los nervios y se olvidó de todo lo que la llevó a Qatar.