Aladino frotó la lámpara y el genio nos dio una lección de táctica. No apareció el nuestro, Messi, pero sí el técnico francés Hervé Renard -dicen que lo apodan el mago blanco- con once jugadores voluntariosos, un par de ideas de otro tiempo, rigor físico y un tal Salem Al-Dawsari que metió un golazo guiado por su fe en el profeta. Ese equipo llamado Arabia que en cinco Mundiales y 16 partidos solo había ganado 3, empatado 2 y perdido 11, se quedó con una victoria sacada de Las mil y una noches.
Fue como si reviviéramos el cuento de la alfombra mágica -los saudíes volaban- pero con la princesa Sherezade como protagonista. Nos hechizó con su encanto. Hizo caer a la Argentina en la inocua posesión estática. Posesión sin distracción, posesión sin señuelos, posesión en pocos metros cuadrados, posesión sin quebrar líneas, posesión de bajo riesgo.
Una deformación de la idea-fuerza del mejor Barcelona de Pep Guardiola que se desvirtúa con el abuso del pase más fácil, previsible, lateralizado, cuya secuencia repetitiva puede ser una trampa. En esa telaraña cayó Argentina. Y en esa incapacidad para percibir su momento más favorable -en el primer tiempo y con un gol a favor-, dejó que se le escapara el partido en una ráfaga.
Después de que se lo dieron vuelta fue bien diferente. Encontró ciertos espacios que no había tenido ni se había procurado con desmarques o cambios de frente en la primera parte. Como si ganar 1 a 0 hubiera sido suficiente. Al equipo le faltó hambre para ampliar la diferencia.
Diez veces quedó el equipo en offside. Una estadística que explica el desfiladero sin salida en que se fue metiendo. Le anularon tres goles, es cierto, incluido uno por el hombro adelantado de Lautaro Martínez. Pero así como tuvo una abrumadora posesión de la pelota, no supo qué hacer con ella.
Arabia Saudita le redujo la cancha a treinta metros con dos líneas bien apretadas. Y no se metió atrás. Una sola vez intentó Cuti Romero otra cosa y rompió líneas cuando apareció por sorpresa en el área rival. Muy poco para la distancia previa que le sacaba la selección a un rival entusiasta. Por historia, jerarquía individual y colectiva.
Un golpe a la autoestima como éste, con dos partidos por delante donde Argentina se jugará la clasificación y los fantasmas que suelen aparecer, es un examen al temperamento, a la capacidad de reacción. Tienen que aparecer la rebeldía, la ductilidad para cambiar y hasta para intentar algo muy distinto. A la Selección la sacaron de su zona de confort, perdió un invicto de 36 partidos y ahora deberá recuperar su identidad desdibujada. Tiene con qué, pero necesita despabilarse. La monotonía de un pase lateral y repetido no se lleva bien con la dinámica que el juego pide por momentos. Se necesita mucho más para evitar la trampa del offside o para comprender que al fútbol no se juega en una pequeña parcela con el VAR como centinela incómodo.