Hay cansancio. Más bien agotamiento. Es un fin de año turbulento que no da tregua en los bolsillos, que exprime las horas del día en miles de tareas de cuidado, trabajos, rebusques, maniobras para estirar la jornada y los pesos. La depreciación de los ingresos golpea la mayoría de las casas. La plata se va como agua que se escurre entre las manos. La experiencia inflacionaria en la que estamos exige también una cierta insensibilización en el día a día para no caer lisa y directamente en la desesperación: ¿puede un kilo de cebollas llegar a los 500 pesos un día para escalar al día siguiente aún más? Puede. Como ya lo sabemos: esa inflación se reduce a costa de tiempo de quienes buscan precios, reformulan menúes, inventan más trabajos para alcanzar a comprar lo mismo.
La imagen que hace unas semanas compartió la diputada Natalia Zaracho diciendo que muchas mujeres en los barrios están comprando polenta con Mercado Pago es una síntesis demasiado elocuente del cruce abrumador entre pobreza y financierización de la vida cotidiana. Empresarios de élite como el dueño de esa plataforma se enriquece en la medida que logra mediar una compra tan elemental como los alimentos, regidos a la distancia por una dolarización de hecho que manejan las corporaciones más concentradas.
Agreguemos que esa compra fue tomada como “movimiento financiero” y, por tanto, se convirtió en impedimento para poder acceder al subsidio denominado Refuerzo de Ingresos. Los reclamos sectoriales se amontonan, en agendas sobrecargadas que imponen movilizaciones, reclamos, demandas, todas urgentes. En medio, se viene otra fecha importante del calendario feminista: el 25 de noviembre, día internacional contra las violencias machistas. Como otras fechas, tiene su historia, sus recorridos, sus momentos. Ahora es un día para, en medio de la vorágine, volver a hacer un acto de presencia callejero. Pero además una ocasión que vuelve a poner de relieve varias cuestiones:
Uno. Los espacios colectivos para compartir diagnósticos son un acumulado del movimiento feminista que, como tales, son espacios irreemplazables. Asambleas, reuniones, documentos colectivos, aun en momentos que no son tan vitales como el que estamos transitando, logran poner en común una evaluación que de otro modo se queda en fragmentos, se deshilacha en demandas aisladas. Nutrirlos, sostenerlos, acompañarlos no sólo es una responsabilidad compartida, también es una fuente de fuerza, de elaboración de la coyuntura, de esbozo de estrategias.
Dos. Hay que reivindicar la complejidad política que se ha alcanzado como movimiento a la hora de cartografiar y conectar las violencias porque es lo que permite que se pueda tejer el reclamo por ingresos, por la libertad a las presas por abortos y eventos obstétricos y a las presas políticas mapuche, por la criminalización de la protesta. Reclamamos que aún nos falta Tehuel, por el reciente femicidio de Susana Cáceres en la localidad de Moreno y por políticas concretas sobre cuidado y su reconocimiento salarial, en especial por el urgente tratamiento en el Congreso del del proyecto "Cuidar en Igualdad". Y no sólo agruparlas: explicitar sus vínculos orgánicos, su trama.
Tres. Hacer eje, por eso nos concentramos en Tribunales, en denunciar la violencia de la justicia patriarcal y racista es ponerle nombre y apellido a lxs jueces que mantienen presas a las mujeres mapuche, que encubren la violencia política que ha significado el atentado contra Cristina Kirchner y que revictimizan a quienes denuncian violencias por razones de género o el incumplimiento de la cuota alimentaria. Pero también, señalar que es esa misma corporación judicial la que no avanza con las causas abiertas por las irregularidades en la toma de la deuda ilegítima y la que protege sistemáticamente al poder económico y su modelo neoextractivista.
Cuatro. El desafío es decir claramente cómo esa máquina judicial que “legaliza” estas violencias actúa en conjunto con la máquina financiera que tiene al Poder Judicial como su último bastión para consumar el saqueo. No hay manera de separar la violencia económica y financiera de la violencia judicial. Como no hay manera de separar la violencia policial del empobrecimiento y la precariedad. Nos resistimos a los tabiques que encajonan los reclamos y los diagnósticos en canales separados, en agendas divididas.
Cinco. El movimiento feminista ha logrado en estos años algo que es muy dificil: una coordinación que integra y pone voces disímiles a las luchas. Esa fuerza es expresiva y es organizativa, y se sostiene en el día a día miles de acciones, tareas, desacatos, rebeldías. Contra esa fuerza reaccionan las derechas, porque es la que está produciendo cambios sustantivos y duraderos en cómo entender la libertad y en la forma de tejernos con otras. No nos puede pasar desapercibido el dato de la disminución enorme del embarazo adolescente: son cifras que señalizan y sistematizan otras dinámicas del cambio social, de la importancia de políticas públicas feministas, de la experimentación de la soberanía sobre los cuerpos en las nuevas generaciones. No vamos a regalar esa libertad al fascismo financiero ni a la monarquía judicial.