AFTERSUN 8 PUNTOS
Gran Bretaña/EE.UU., 2022
Dirección y guion: Charlotte Wells
Fotografía: Gregory Oake
Música: Oliver Coates
Edición: Blair McClendon
Duración: 102 minutos
Intérpretes: Frankie Corrio, Paul Mescal, Celia Rowlson-Hall.
Estreno exclusivamente en cines, posteriormente en la plataforma Mubi.
Lo primero que se ve en Aftersun, ópera prima sorprendentemente afirmada de la realizadora escocesa Charlotte Wells, es una grabación en video digital donde una pequeña filma a su padre. Son los fines de los 90, y el digital es todavía de baja calidad, por lo cual se ve borroso. La niña habla para la cámara y le pregunta al padre en qué pensaba él cuando tenía once años. El padre no contesta, reprimiendo según puede imaginarse algún recuerdo poco feliz. En esas primeras imágenes están encapsulados todos los sentidos de Aftersun, y en las que les siguen también: alguien rebobina la grabación y ésta se descompone en un montón de cuadraditos, que es lo que sucedía con aquellas primeras cámaras digitales. Esa primera secuencia establece el punto de vista desde el cual está narrada la película (el de la pequeña Sophie), el carácter borroso del recuerdo, la angustia que el padre, Calum, intenta ocultar, y alguien que rebobina. ¿Para recordar? Ganadora de un premio en Cannes y ocho más en los British Independent Awards, Aftersun es una busca del tiempo perdido en la que tal vez la crema para después del sol equivalga a la magdalena de Proust.
Lo que recuerda la Sophie adulta (la adivinamos en una disco, bombardeada por las luces estroboscópicas) son las vacaciones que pasó junto a su padre en un resort de Turquía, que tal vez hayan sido los últimos días de felicidad de la infancia (en las escenas de la disco se la ve sumamente seria, quizás angustiada ella también). La relación con su padre (Paul Mescal, de la serie Normal People) es de compañeros. Se divierten juntos, bucean, se graban entre sí, toman sol, juegan pool, comparten pillerías infantiles. Es verdad que Calum a veces se niega a seguirla, como cuando ella se le anima al karaoke con una versión (desafinadísima) de “Losing My Religion”. Pero ¿quién dijo que la relación entre dos amigos tiene que ser perfecta, hasta en el último detalle? Sin embargo hay momentos en los que la alegría del padre se quiebra, como cuando no puede reprimir un llanto ahogado, o una noche en la que se dirige hacia el mar en medio de la oscuridad cerrada, tal vez un anticipo de lo que pueda suceder posteriormente (en la disco, la Sophie adulta fantasea a su padre tal como era entonces, quizá porque ésa fue la última vez que se vieron).
Sophie (Francesca Corio) está en esa edad en que se es demasiado grande para algunas cosas (“esas son unas nenas”, dice de unas niñas que tal vez tengan apenas unos meses menos que ella, cuando Calum le sugiere “hacerse amiga”) y demasiado chica para otras. Volar en parapente, por ejemplo. La realizadora usa esas imágenes de los parapentes sobre el cielo del resort como impresiones sensoriales, y ese carácter contemplativo, en el que el tiempo parece entrar en suspenso, es común a muchas escenas de Aftersun. Incluso aquéllas que narran momentos aparentemente crasos, apartes silenciosos, como puede ser un viaje en ómnibus en el que Sophie se recuesta sobre el regazo de su padre. Ese tempo, teñido de melancolía, es probablemente el del recuerdo. Flota, como flotan padre e hija en la piscina del resort.
Si no tuviera ese tratamiento, para el cual es crucial la música suavemente impregnada de Oliver Coates, la película escrita y dirigida por Charlotte Wells sería un simple relato de iniciación. En lugar de eso se trata de una inmersión sensorial (de nuevo la metáfora acuática) en el mundo de una niña y, a través de sus ojos, de su padre. Que en ciertas escenas Calum se entregue a su angustia, cuando Sophie no está presente, no representa una ruptura del punto de vista: nadie asegura que el padre que Sophie ve (el que reconstruye en la memoria) sea el padre “tal como es”, y no una creación subjetiva de Sophie (la Sophie niña o la Sophie adulta). Aftersun no produciría la impresión que produce de no ser por las notables actuaciones de Paul Mescal y, sobre todo, de Francesca Corio, uno de esos debuts luminosos, magnéticos, absolutamente plenos, que tienen lugar cada tanto.