Hay fotos que son de una belleza atroz. Esta fue reproducida por muchos periódicos del mundo, porque algunas cosas de las que no se dicen, de las que no se hablan, tienen más importancia de las que ocurren. La cantidad de bocas que se podrían alimentar con este ramillete de turbantes y “mauricios” sentados sobre montañas de cadáveres flacos con las costillas dibujadas en la piel. Ignoramos cuándo perdieron la sensibilidad. Se nota que el expresidente se siente a gusto con el entorno, y consigo mismo. Un Nerón ciclópeo que le prendió fuego al país, y decidió sentarse a verlo desde el sofá, ahora transformado en palco. La limpieza exterior de la imagen sugiere al que la observa de una pulcritud de carácter moral. Una estética bien cuidada. Funciona su postura corporal, la posición de la cabeza, la mirada en el horizonte, esa sensación de firmeza en la ideas, de honestidad existencial. Esa postura de haber dormido bien, de estar recién duchado, recién vestido, y ese aire de conformidad por el trabajo bien hecho: ese cardio ideológico sobre la raza, la superioridad y la meritocracia. Esa meritocracia suya, tan aséptica, exudada gota a gota.
Rodeado de tanto color Mauricio Macri se dibuja en la foto casi en blanco y negro. ¿Acaso hay personas en blanco y negro? Abundan. Se las ve cada día en el subte, en el colectivo, en las mesas de los cafés, en los gobiernos. Borbotones de vida en blanco y negro, como escenas de cine mudo de esas que suceden en el fondo del alma.
La raza. “A Alemania nunca se la puede descartar, es una raza superior”, declaraba en blanco y negro el expresidente, en una definición de fútbol “fascistoide” lleno de colores. Al final los amarillos se impusieron a los pálidos teutones. La realidad siempre es más compleja que los papeles que la explican.
La derrota. Hay un fútbol que nos identifica, esa interpretación del fútbol ofensivo, sin maquillaje, sin complejos. Esa exquisitez sostenida en el arte de lo sublime, de la belleza simple, concreta. Juntarse, mezclarse, reconocerse a través de la pelota, tenerla, esconderla, hasta que se abran los espacios, se fabriquen los vacíos, y se airee la creatividad. Viejos trucos de nuestro fútbol que hoy practica gran parte del fútbol internacional. Ese legado histórico está presente en esta selección. Hay espacio para la esperanza.
La foto, la raza y la derrota. Una especie de abstracción, un lugar sin espacio, un tiempo sin tiempo, una sostenida hipérbole de una cartografía tan imaginaria como eficaz de la condición humana de este neoliberal posmoderno, ajeno a los imperativos sociales, anclado en la autosatisfacción de su yo y sus deseos. Mauricio Macri, un fiel reflejo de este Mundial. Un torneo vacío, de rodilla en tierra, de nariz tapada, inhumano, sin color: en blanco y negro.
(*) Ex jugador de Vélez, clubes de España, y campeón del Mundo Tokio 1979.