Llega a escena como un ser de otro mundo, como un marciano, un personaje que devine en máquina o en otra forma del fantoche. Pero lo que va a ocurrir en esa habitación de hotel tiene una oscuridad cercana al realismo. Momento íntimo donde el viaje de Aníbal como un escritor invitado a participar de una melindrosa actividad cultural de provincia se convierte en el ritual malsano de esos amantes que se esconden.
Chongo Triste parece obedecer a otra época, una obra que sigue prendada de los tonos y las formas que le dieron al relato de los amoríos entre hombres autores como Carlos Correas a mediados del siglo XX. Un poco porque Sergio Boris surge como un extraño frente a ese espacio de levante cibernético aunque se suma a esa práctica para alimentar la seducción de Chongo triste, el seudónimo de un vagabundo que hace del yiro frenético y fanático de Perlongher una experiencia virtual para acercarse a esas vidas que jamás podrá vivir.
Entre el lunpenaje de ese poeta mutilado (aunque en la dramaturgia de Alberto Villa nada tendrá que ser tomado muy en serio, la realidad es onírica y el dato que se muestra certero después se relativiza como si no importara mucho la anécdota sino el frenesí de ese deseo marica) y la impronta un tanto tanguera de Aníbal, expresión machirula del homosexual que sigue aferrado a su esposa y a su hijo, se cuenta la trama farragosa, apiñada y poética de Chongo triste.
Kevin, el muchacho displicente a cargo de Gonzalo Bourron que pone su cuerpo a disposición de Aníbal al que parece amar, y también de Chongo triste casi como en una forma de sacrificio, es la figura doliente que podría convertir esta obra escrita y dirigida por Alberto Villa en un melodrama. Es que los géneros aquí se empastan, se pegan unos a otros para quedar tomados por una atmósfera de hombres que además de coger podrían llegar a matarse. La sordidez que logra Villa entre los tres personajes está atravesada por la literatura.
Chongo triste es un poeta desclasado, alma perdida que seduce a partir de la palabra, como si quisiera borrar ese cuerpo inválido. Cristián Jensen le da al personaje una locura mansa, persistente que resulta aterradora. La presencia de ese hombre en ese cuarto (que sin ser un telo deviene en cuartucho maloliente, en mingitorio de putos, en tugurio de malandrines que sacan la pija como otros sacarían un revolver o un cuchillo) es una amenaza para Aníbal y Kevin pero también es la conjunción filosa y desgarrada de su amor que solo parece existir en el peligro.
Ese hombre taimado que construye Boris quiere dominar la escena, decidir lo que se puede hacer, conjurar esa tristeza de Kevin que parece escribir a partir de su amante, ser su personaje y su musa pero también su copia. Ellos se aman a partir de un tercero porque es la forma que encuentra Aníbal de convertir ese amor en algo sucio, pegajoso, en una aventura a la que puede ingresar cualquiera. En la puesta de Villa la homosexualidad recupera algo de riesgo, como si aquí la clandestinidad inspirara cierta nostalgia.
Chongo triste es una obra claustrofobia, donde el mundo digital (que todavía no se había aprovechado del mercado del deseo tan esmeradamente porque la historia se sitúa en el año 2005) es otra variante de la clandestinidad. Villa decide narrar desde ese deseo triturado, desde esos cuerpos que desestiman todo erotismo y, a la vez, hace de la escritura otra variante del placer que podría prescindir del cuerpo. Si Roland Barthes alguna vez le pagó a un taxi boy por adelantado y al comprobar que el joven no iba a asistir a la cita reconoció que, en realidad, prefería su ausencia porque el goce de la palabra y la mirada le resultaba suficiente, aquí la cópula (que sucede incluso mecánica y compulsivamente pero siempre fuera de escena, como un relato y, de ese modo, también como fantasía) parece mucho menos excitante que el uso de la palabra, que esos diálogos donde se enredaran en un duelo, en una contienda que deja tajos, heridas y una necesidad de empezar de nuevo, de tomar revancha para saber un poco más de ese otro que se tiene en frente.
En estos hombres el placer es lastimoso, melancólico. Hay una desconfianza que oficia de destino. El deseo entre hombres, parece decir Villa, sucede siempre entre desconocidos.
Chongo triste se presenta de jueves a domingos a las 21 en el Teatro Cervantes