No creo que haya sido ‘de Fiorito al mundo’. No encuentro ese viaje. Por más que reviso mis libros, paso un video tras otro, leo entrevistas, biografías, anécdotas, no hay un registro fehaciente sobre su partida de Azamor al 500. Cruzo las vías por Larrazábal y algunas cuadras después doblo a la izquierda. Otros cientos de metros, y ahí vive. No se fue. Está en su casa en el barrio laburante de Fiorito. Conurbano sur, si es que aún tiene puntos cardinales. El Fiorito del lado de Lomas de Zamora, por si alguno lo duda.
Paternal y La Boca me dicen que me fije. Pero sí, viejo. Eran bondis de ida y bondis de vuelta. Y lógico que Boca es un mundo, eso es cierto. Boca es mundial. De todas formas, ahí en La Bombonera el corazón le latía al ritmo de Camino Negro, Puente La Noria y armonía del curso del Riachuelo. Vuelan relatos en las páginas de los diarios. Dicen que se fue de su cuadra. Pero no encuentro la explicación de tanta fake news.
Te hablan de Barcelona. Personalidad peculiar la de los catalanes, usualmente cabezaduras. Yo tuve la suerte de caminar por las Ramblas, por el Barrio Gótico, la Barceloneta, subí el Montjuic, y caminé por El Raval y el Pasaje de Gracia. En todos lados me contaron lo mismo. Un futbolista chiquito, escurridizo, veloz, ganador, mágico. Pero claro hermano, ¿cómo no me van a hablar de Messi?
Después te cuentan que defendió a los terroni en Italia. Pero eso no pasó primero allá, pasó siempre acá. Es que el odio de clase, la falta de empatía para con el infortunio, la distancia para con el que no tuvo las mismas oportunidades, son moneda corriente en sus batallas. Sucede que desde la ribera, atravesando Recondo, caminando por Ejército de los Andes, los terroni transitan un conurbano de amor y desventura. Por eso te digo que no se fue y que son cosas que pasaron acá. Defendió con un par de cordones desatados ese Fiorito en el que vive. Defendió y defiende el calor de la contradicción que brota cuando el alma nadó entre golpes ante los cuales no sabés si llorar o sonreír para seguir adelante. Tampoco se fue a Sevilla ni a Rosario, ¿eh? Todo fue acá.
Hoy escribo contemplando la eternidad de su paso, porque hizo de su barrio nuestro mundo y del mundo su barrio. Nunca se fue. No hay vez en que Fiorito estuviera ausente de su discurso. Esa rabieta propia de quien amanece de mal humor producto de desesperanzas e incertidumbres, pero que pone el pecho para que los pibes y pibas de la cuadra caminen seguros y felices. Eso no es contradictorio. Eso es, sencillamente, lo que toca hacer. Eso se le señaló, porque es eso lo que molestó. Eso no se le perdona. No se le perdona reír más allá de lo que le tocó.
De Fiorito no se fue porque siempre lo llevó con él. Fue un tatuaje milagroso en la mirada. Fiorito fue el color de sus palabras, de sus amores, sus broncas, sus lágrimas y sus miedos. Lo que no le perdonan es que haya llevado Fiorito al mundo, y no que haya ido al mundo ‘desde’ Fiorito. Lo que sos no se abandona. Y como él es nosotros, es claro que no nos abandonó.
Lo último que suelo escuchar es que un 25 de noviembre, un día como hoy, hace ya dos años, se nos fue. Que se fue solo en una habitación. Que lo despidieron en medio del caos de no poder juntarse a despedirlo.
Eso es imposible.
Para quienes lo dudan, pregúntenle mañana a los muchachos en el vestuario qué perfume tiene la camiseta. Que alguien se acerque y le pregunte al Enano la temperatura de la cinta de capitán. Que Rodri cuente el sabor de esos gritos que ordenan en la cancha. Que el Cuti te explique por qué le cosquillea el corazón cuando traba al límite. Que Lautaro diga, con esa seriedad inmutable, a qué suena el roce de la pelota cuando acaricia la red.
Diego mañana va a estar. Feliz, enojado, preocupado, seguro, y todo de a ratitos. Porque así vamos a estar todos. Porque Maradona no se fue nunca.