Andrés Calamaro sabe de regresos. Tuvo uno triunfal en los '90, como hijo pródigo al frente de Los Rodríguez, varios años después de haber cambiado Buenos Aires por Madrid. Otro se concretó con menos ímpetus pero mayor suceso: fue en 2005, tras un lustro alejado de los escenarios, en lo que significó una reconexión con el público y hasta con sí mismo. Y el jueves por la noche, en el Movistar Arena porteño, concretó uno más, aunque en esta ocasión el parate tuvo que ver con razones externas (y globales). El resultado, otra vez, fue para él recibir el amor del público. Y para éste, volver a emocionarse con las canciones de un artista que lo ha acompañado por casi cuatro décadas.
Precisamente ese sentimiento fue el que dominó el comienzo del show, cuando Calamaro ingresó a escena delante de sus músicos, como si llevara la cinta de capitán. Lo que lucía, en cambio, era un prolijo saco, que al final convertiría en capa para unos lances taurinos (que algunos le festejaron y la mayoría ignoró). Con una parada dylanesca, soltó una de las pocas frases de la noche: "Barrio bohemio", en referencia a la proximidad con el estadio de Atlanta. No hubo que ir a las sombras para encontrarle el sentido a la cosa: la canción de inicio del concierto fue "Bohemio". Y enseguida quedó clara la dinámica de la primera parte del show, con la elegancia como marca y clásicos recientes de la carrera de Andrés. "Cuando no estás" fue uno de ellos, pero también "Verdades afiladas", de su último disco de estudio (Cargar la suerte, 2018). Los solos con slide de Julián Kanevsky, las maracas en manos de Calamaro para cerrar "Para no olvidar" con aire salsero, el foco sobre el piano de Germán Wiedemer en "Me arde": en cada detalle asomaba la distinción.
El único bachecito en cuanto a la recepción del público fue cuando Calamaro desempolvó un temazo de El salmón, "All You Need Is Pop", y continuó con "Tantas veces" con la invitada de la noche, Zoe Gotusso. Andrés le cedió casi por completo el protagonismo en la canción, al punto que en el estribillo se puso a hacerle armonías vocales junto al resto de sus compañeros. La versión fue muy buena y consolidó el aire refinado de ese segmento, pero no se comparó en cuanto a intensidad con lo que vino a continuación. "Rehenes" ya se ganó la categoría de nuevo clásico en un repertorio a esta altura plagado de hits, y eso le valió la dedicatoria a Wilko Johnson, héroe de la guitarra fallecido el lunes. "Los aviones", en cambio, ya es clásico desde hace rato, entonces tuvo en el final una cita a "El ratón", de Cheo Feliciano, en uno de esos juegos de asociación (no tan) directa que le encantan a Calamaro.
El espíritu mundialista lo copó todo cuando Andrés, ya sin saco (y con remera con la tapa de Buscado por el FBI de Willie Colón a la vista), arrancó con la lúdica "Maradona". El público gritó cada gol reproducido en las pantallas como si fuera una transmisión en directo desde Qatar y cerró con el "Olé, olé, olé, olé, Diego, Diego", mientras el cantante le pegaba los sentidos versos de "Espérame en el cielo". La ubicuidad de "Estadio Azteca" a continuación no pasó inadvertida, por supuesto. En el remolino de emociones, una bandera con la imagen de Pity Álvarez cayó sobre el escenario: Calamaro la desplegó y le envió su aliento al cantante de Viejas Locas e Intoxicados. "Tuyo siempre" (con cita a "Mil horas") continuó con la catarata de hits... y todavía faltaba la "artillería pesada".
Con una vincha con calaveras sosteniendo sus rulos, Calamaro encaró "La parte de adelante", a la que le pegó "Loco". ¿Cuesta imaginar la reacción del público? ¿Verdad que no? Lo inesperado, tal vez, haya sido el notable solo de sintetizador del cantante. En la presentación de sus músicos, afirmó que "sin solos de guitarra no hay canciones de rock" y, como para refrendarlo, sacó a la cancha una versión de "Para siempre", hitazo de los Ratones Paranoicos que compuso junto a Juanse. Otro más que salió en tándem, en este caso con "Mi enfermedad" (sí, la canción que Maradona usó para volver al fútbol tras la suspensión por doping, ya que de referencias se trata).
No hay más que mencionar los títulos de las canciones para "ver" mentalmente lo que siguió, arriba y abajo del escenario. "Sin documentos", "El salmón", "Flaca", "Alta suciedad" y "Paloma" fueron un cross a la mandíbula atrás del otro, aunque más que dejar nocaut a los retadores, Calamaro y los suyos los revigorizaban a fuerza de estribillos inmortales. El cantante, cuya producción vocal paradójicamente mejoró más y más con el transcurso del show, ya se movía por el tablado a sus anchas, jugueteaba con sus sintes y algunas percusiones incluso cuando tenía la guitarra colgada: estaba en su casa, de regreso y en familia. Y no habrá que esperar tanto para verlo de nuevo, porque el domingo volverá al Movistar Arena.
El primer bis fue "Crímenes perfectos", uno más de los hits de una lista que dejó afuera un montón de clásicos. ¿Cuánto durarían los shows de Calamaro si tuviera que tocarlos a todos? ¿Cuatro, cinco, mil horas? El final no fue menos emotivo por esperado: "Los chicos", con su alusión a "los amigos que se fueron" antes que el cantante, coronó las emociones hasta el punto de estrujar el corazón. Si en el comienzo de la canción en las pantallas apareció la estampita de "San Pugliese", el protagonismo después estuvo en el propio público de esa noche. Y al final, con el propio Andrés mirando hacia el fondo del escenario, las imágenes de Mariano Mores, Sandro, Luca Prodan, Federico Moura y Julián Infante, más las de otros compañeros caídos hace poco como Pil Trafa, Palo Pandolfo y Marciano Cantero. Las últimas fotos arrancaron ovaciones al tiempo que alguna lágrima: Pappo, Luis Alberto Spinetta, Gustavo Cerati y... Diego Maradona. Pero aunque letra de "Los chicos" diga que esas ausencias lo "dejaron solo", Calamaro sabe bien que nunca lo estará del todo. Esas canciones que están tatuadas en la memoria de varias generaciones le han ganado el amor de miles de personas, dispuestas a esperar cada regreso y a acompañarlo esperando que esto dure para siempre.