El Cucaracha camina con aires de seguridad y de entre las hendijas de los nudillos le salen, en punta, prolijamente doblados y casi como filos de cuchilla, los billetes de 500 pesos, los de 100 y los de 50. “Pareces Wolverin, Cuca, el de la película”, le grita uno desde la tribuna. La respuesta es seca y precisa como un puntinazo: “Voy con 800 por la Jarra. No seas cagón y apostá”. Cierran trato con un gesto y se suma otro jetón más: “Van otros 500 para La Resaca, Cuca”. El pulgar en alto de Cucaracha, que con sus billetes que parecen injertos en la mano, cierra en 1300 pesos una de las centenares de apuestas que se levantarán a media hora del inicio entre La Resaca y La Jarra, dos de los mejores equipos de la zona que va desde Camino de Cintura hasta las ruta nacional 3 y la provincial 21. Hagan sus apuesta, no hay TV, no hay clubes, no hay dirigentes y no hay planillas con documentos, pero hay plata y mucha más de la que se podría imaginar alguien sentado en la mesa del buffet donde la cerveza cuesta apenas 40 pesos.
El partido tiene un premio base de 20 mil pesos acordado por los delegados, pero ese monto se triplica con los apostadores externos y sube con los buscas como Cuca que van al juego periférico que se genera de los desafíos mano a mano y del que participan los espectadores. Los números para un clásico de esta categoría permiten, en una noche buena, generar un movimiento de plata que ronda los 140 mil pesos. Ojo, solamente de apuestas.
En los baños se arma la mesa de dinero, la timba. Allí hay un delegado por equipo y los mismos tipos que pagaron 30 pesos la entrada y 20 el estacionamiento, hacen cola para anotarse como accionistas del juego. De cada bando se va midiendo el índice y avisan para igualar la apuesta de equipo contra equipo: “Ya estoy en 30 lucas”, “yo pase las 40, metele”. Cuando quedan palo a palo, cierran el mercado. Luego cada uno de los delegados se lleva un papel en el que anotó el monto acordado. ¿Cómo se divide el asunto? El 20% de la apuesta se reparte entre los futbolistas ganadores que aportan al show y el 80% es para cada uno de los que acertaron en su pálpito.
Si se llega a 40 mil mangos por equipo, el ganador, además de los 20 iniciales que le dan rienda al partido, consigue entre 8 y 10 lucas más para repartir. “En una buena noche por ahí me quedo con 2 mil pesitos, bastante más de lo que ganaría si siguiera jugando en la primera de algún equipo de la C”, confía uno de los zagueros centrales mientras saluda a Cuca y le acepta el trato de recibir el 5 % de sus ganancias si gana el partido. Otros interesado en el negocio hacen los mismos acuerdos con el 9 del equipo rival, que hace dos años se cansó de peregrinar en la D por los viáticos. Todos quieren mejorar sus chances, todos quieren ganar la verdadera Copa, las que le va a permitir al otro día saldar el fiado de la carnicería y guardar otro billete para volver a apostar la semana próxima.
La cita se presenta ante la gente de la zona como un simple partido de fútbol nocturno entre dos equipos que ganaron la mayoría de los torneos domingueros del año. Pero todos saben que la magnitud al juego se la da la montonera de billetes que circula y que obliga a los dueños del lugar a contratar seguridad privada de la Salada, a palpar de armas en la entrada y a sumar a barras bravas de la zona para que le pongan freno a cualquier desborde.
El alcohol, la noche, la plata, el fútbol, la rivalidad y las apuestas, son materiales de alta combustión, ante la más mínima diferencia, ante un lateral mal sacado.
“Nosotros alquilamos la cancha, cobramos la entrada y el estacionamiento y tenemos el buffet. Las apuestas corren por cuenta de los que vienen”, dice uno de los dueños del lugar tras advertir que no tenemos permiso de nombrar los datos del establecimiento.
Como sucede con los partidos de primera donde manda la TV, aquí mandan las apuestas y el juego que tenía horario, a las 22.30, va a empezar casi con una hora de retraso porque los “Capitalista”, que son los que manejan la caja de las apuestas, no dan la orden que los equipos salgan a la cancha.
Cuando eso sucede y el juez con sus dos colaboradores junta a los capitanes no les recuerdan el reglamento. “Muchachos vamos a hacer lo mejor posible para no equivocarnos y como siempre esperamos el aporte de cada uno de los equipos, 600 pesos pone el ganador para nosotros”, comunica el árbitro, en una costumbre que nadie se atrevió a contradecir jamás y que oficia como un premio extra para que los señores del silbato hagan su trabajo con más dedicación y esmero.
El partido es duro, peleado y lo termina ganando la Jarra por 2 a 0 con un gol de pelota parada y con otro de contra sobre el final del juego. Cuca insulta al árbitro por una pavada mientras paga sus pérdidas, otros Buscas ordenan sus billetes victoriosos y en el baño, los que apostaron al ganador, hacen la cola para cobrar su parte del botín. Adentro del campo de juego, los equipos se saludan como correctos profesionales, los delegados sacan sus planillas para el reparto, los árbitros agradecen la contribución, los del buffet regalan las últimas cervezas y el fútbol clandestino se desata los cordones a la espera de otra función. Al fútbol se juega por plata dicen algunos, quizá esa sea otra forma de gloria.
LA LOTERÍA DE LOS PENALES
“Papá dame 20 pe para jugar a los penales”, pide un nene de 10 años con una remera del Barcelona y los cortos de Laferrere. Con el billete en la mano grita “juego, juego, pateo y atajo”. Los chicos le hacen la previa al show de los penales, un aperitivo infaltable de los grandes partidos y que suelen tener espacio exclusivo los viernes a la noche. Mientras la monada se va juntando, mientras los buscas hacen cuenta y ojean la llegada de sus mejores pateadores, el mini torneo, de los pibitos, calienta el horno. Ellos también juegan por billetes, aunque en estos casos es todo más simbólico. Los montos son de 10 y 20 pesos, y funciona casi como una escuelita con salida laboral, porque esos mismos chicos en algunos años van a hacer de los penales sus primeros sueldos.
El sistema no tiene mucho misterio. Participan solos o en pareja y el que gana sigue. Siempre la inscripción se la lleva el de la mesa y es por eliminación directa. De modo que para recuperar el capital inicial necesitas un triunfo y lo que viene luego es ganancia. Serán tres penales por equipo, todos de corrido y se sortea el que elige primero. Los que tienen mejores arqueros suelen empezar atajando. Afuera hay apuestas veloces, 100 que lo ataja y como siempre hay un cordón para ese zapato, otro acepta y dice que es gol. Se miran, con eso basta, el trato está sellado. La modalidad posibilita jugar de varias formas: por el destino del penal en sí, por el enfrentamiento, por el arquero y por el pateador. En estos casos la plata circula afuera y los de adentro ganan entre 100 y 200 pesos por presentación dependiendo de lo que dicte el organizador. En una noche puede haber 50 inscriptos que llega a jugar de 5 a 8 veces.
No importa la condición física, no hay cansancios y las rondas terminan cuando la plata se termina. En el baile hay gordos que no necesitan lidiar con el ahogo de los piques largos, cincuentones que no van a renegar con pibes rapiditos de 20 y tipos duros que en un partido no podrían jugar ni 5 minutos. Los penales te igualan.
Juegan para divertirse, pero juegan por plata y los mejores hasta tienen mecenas. Señores que además de apostar llevan sus parejas de penaleros y dividen las ganancias. Las contrataciones se rigen por el libre mercado. El Piri, un arquero histórico de la zona, suele llegar a la cita sin dinero y siempre encuentra quien lo financie. Entonces, el tipo juega para un capitalista durante un par de rondas. Cuando ya hizo la guita, el Piri se larga a ganar la suya. Ojo, no es el único, siempre hay accionistas dispuestos a bancar a los talentosos que llegan sin un mango y saben de este asunto de los penales.
El show bussines de la lotería de los 12 pasos no ofrece copas, ni trofeos, ni coronaciones, ni vueltas olímpicas. La mejor manera de saber quién fue el mejor es husmear el momento de la madrugada donde se plancha y se cuentan los billetes.