Hace pocos días en el estadio Diego Armando Maradona de La Plata, frente a más de 60.000 compañeros/as que la escuchaban como en misa -este escriba entre ellos- la Vicepresidenta CFK mostró un gráfico con la participación de los trabajadores en el PBI. Los tres puntos más altos coinciden con tres gobiernos peronistas.
Sin embargo, la causalidad de “tal desatino populista” no está dada por su condición de peronistas, aunque sin duda lo son. Menen lo fue y Alberto lo es o dice serlo (eso corre por cuenta de quien lea estas líneas), pero no tienen esa performance en la distribución de la riqueza. Aunque aquellos tres momentos históricos corresponden a mundos disímiles, tienen en común su “alta dosis de soberanía nacional” a la hora de tomar las decisiones.
La consigna fundante del primer peronismo -Braden o Peron- ya emana soberanía desde su raíz. Es el primer pico del gráfico.
El segundo pico es del período 1974/75: la imagen de Dorticos y Allende como invitados de honor en la asunción de Héctor J. Cámpora es más que elocuente. A esto se suma la gira comercial del ministro Gelbard por los países de Europa del Este y Cuba, la nacionalización del comercio exterior, de las bocas de expendio de combustible o la Ley de Contrato de Trabajo; solo algunos de los hechos soberanistas.
El tercer pico corresponde al segundo gobierno de Cristina. En los años del kirchnerismo sobresalen el pago al FMI, el No al ALCA, la estatización de los Fondos de Pensión, de Aerolíneas Argentinas e YPF, la política de Ciencia y Técnica, la negociación con los buitres, etc. Los muchos ejemplos notables, demuestran en forma contundente aquella densidad soberana a la hora de tomar decisiones. A mayores momentos de autonomía, mayor bienestar de nuestro pueblo. Es una regla “casi” matemática de la política nativa: cada vez que se toma un avión para ir a “conversar” con el FMI o el Banco Mundial, quedan en Migraciones jirones de calidad de vida de nuestra gente.
Los tres picos señalados tuvieron un denominador común: políticas públicas de intervención y control estatal en la producción y precio de los alimentos. El dato es elocuente: la relación entre el valor de los alimentos y el salario tiene un impacto directo en la calidad de vida.
Pero los alimentos no nacen en la góndola, sino en algo que se llama campo, tierra o suelo agrícola (todos sinónimos) y que está cada año más concentrado. Hoy el mercado maneja la política agropecuaria. La Argentina, su pueblo de a pie, necesita una política agraria al servicio de la soberanía y seguridad alimentaria de la nación, necesita productores, no financistas; necesita administrar las tensiones entre consumo y exportación. Que conduzca la política, y no el mercado, es esencial para lograr “esas” participaciones notables de los trabajadores en el PBI.
La Política debe decidir, ¡¡¡si…decidir!!!, cuál es la estrategia agraria que más conviene al conjunto de los compatriotas. Para que los grandes grupos económicos y terratenientes no nos chantajeen, como lo hacen constantemente, con el valor del dólar o con el precio de los alimentos, variables que manejan en forma monopólica y siempre contra los pueblos y los gobiernos populares.
Para que la Política recupere el control del sector, la primera clave es urbanizar el debate agrario, masificarlo, sacarlo del ghetto de los poderosos y hacerlo inteligible para nuestro pueblo. La orientación general de la cuestión rural debe fijarla la Política, no los mercados. Sin esta definición soberana no hay política agraria autónoma posible. Y sin política agraria autónoma, no hay precios accesibles para los alimentos de consumo masivo.
Cada concesión al libre mercado agrario es un achicamiento de los salarios de los trabajadores. Otra regla de oro de la historia argentina: a menos intervención estatal, menos poder adquisitivo.
Los tres momentos que destacó CFK en La Plata, coincidieron con políticas de alta intervención en los mercados y control de precios de los alimentos, lo cual redundó en un notorio mejoramiento en la calidad de vida de nuestra gente.
No hay justicia social posible sin soberanía. Por eso es indispensable nacionalizar el Paraná, crear un organismo público que intervenga en el comercio exterior de granos, una ley de arrendamiento y aparcería rurales, y un instituto de colonización agraria. Empoderar a YPF agro para que participe en la concesión de los silos de Quequén (ya finalizada) y que el PEN apoye decididamente la acción del Banco Nación (cram down mediante) para que Vicentin pase a manos de una empresa mixta de alimentos. Litio, Vaca Muerta, puertos: son puntos esenciales de una política agraria al servicio del pueblo, que tiene en la autonomía política el prerrequisito excluyente para su consumación.
En la cuestión agraria necesitamos un Estado enfocado al bien común, que recupere la centralidad del control y la orientación. Sin Estado no hay soberanía alimentaria. Y sin triunfo electoral no hay forma de conducir al Estado en beneficio de las mayorías.
Un programa agrario que actúe de brújula al servicio de la felicidad del pueblo, debe incluir prioritariamente la satisfacción de sus requerimientos alimentarios, es decir: desayuno, almuerzo y cena. Ahí empieza todo. Es lo que primero hay que garantizar, y no lo hemos hecho. El hambre nubla la razón y envilece los sentimientos; matar el hambre hace que crezcan personas sanas, fuertes y libres. Es la razón de ser de los gobiernos populares. Y para eso es imprescindible que la soberanía en su más amplia y genuina acepción sea una realidad palpable. Sin Soberanía hay hambre; y con soberanía, pleno bienestar. Es lo que dicen los números y la historia.