Las provincias argentinas son la fuente de numerosos itinerarios que ponen en valor los productos de la tierra. Quesos, aceitunas, embutidos, frutas finas: con cada clima y cada herencia cultural, sea nativa o inmigrante, se fueron forjando los distintos sabores que forman el mapa gastronómico de nuestro país. Si se trata de vinos –los protagonistas de una de las mayores revoluciones de calidad de los últimos años– La Rioja, junto con Mendoza y San Juan, lidera el mapa vitivinícola que dibuja el circuito nacional del vino junto con Catamarca, Salta, Tucumán, Río Negro, Neuquén, Entre Ríos y Buenos Aires.
En La Rioja en particular, los senderos de la buena mesa están marcados por la Ruta del Torrontés, que conjuga historia con belleza paisajística y el savoir faire de las bodegas que son el corazón de la industria vitivinícola local. Diecinueve establecimientos reúnen hoy unas 7500 hectáreas de viñedos, que convierten al suelo riojano en el mayor productor de vinos orgánicos del país, con 700 hectáreas certificadas. Sobre el total de viñedos, 2144 pertenecen al torrontés. Según Wines of Argentina, de las tres variantes que existen de esta uva –mendocina, sanjuanina y riojana– esta última es la más importante, porque “es la única uva criolla originada en América, de alto valor enológico y relevancia comercial, que logró un notable reconocimiento en el mercado y es la segunda exportación de vinos blancos de la Argentina”. El torrontés riojano es además el único vino blanco argentino en lograr el Oscar de Oro Vitivinícola en Bordeaux (Francia) en 1987, con la presentación del Nacarí Esmerilado.
VALLES RIOJANOS Chilecito es el mayor departamento productor de torrontés, con 6091 hectáreas, seguido por Felipe Varela (636), General Lamadrid (63), Vinchina (50), Famatina (364), San Blas (41), Castro Barros (199) y Sanagasta (12), localidades que logran la perfecta combinación de suelo, altura y amplitud térmica para favorecer este tipo de uva en los tres valles de la provincia. Probarla y aprender a conocerla está al alcance de todo aquel que se disponga a recorrer las bodegas, muchas de las cuales ofrecen además alojamiento y se convierten en una buena opción para las vacaciones de invierno. Y mucho más si se suma a este producto regional el paseo por los atractivos turísticos que hacen famosa a La Rioja: Talampaya, el Cañón del Triásico en Banda Florida, la Cuesta de Miranda, el Cerro El Ocre, la mina La Mexicana, el histórico Cable Carril, el cerro Famatina, los restos de culturas aborígenes que pueden encontrarse un poco por doquier, y las numerosas capillas coloniales.
Cuentan los historiadores del vino que el surgimiento del torrontés fue posible por el cruzamiento genético de dos variedades incorporadas durante el largo período colonial: uva negra y moscatel de Alejandría o uva de Italia, que serían las antecesoras del torrontés. La identificación de esta nueva cepa fue un proceso complejo y accidentado. Al principio, el torrontés convivió mezclado con otras cepas, sin que los viticultores notaran que era distinto. En la viticultura argentina el nombre “torrontés” comenzó a utilizarse a mediados del siglo XIX. De acuerdo con el estudio de Damián Hudson, el registro más antiguo que se conoce fue en la década de 1860 y, según las estimaciones, nació en Mendoza gracias a los jesuitas, que promovieron su cultivo en el Colegio de Nuestra Señora del Buen Viaje y desde allí lo propagaron al resto de la región. Este interés se mantuvo durante casi todo el siglo XVIII, y en estas condiciones la cepa moscatel de Alejandría se expandió por buena parte del espacio vitivinícola de Chile y Argentina.
Del abanico de varietales, sin embargo, son los riojanos los “dueños” de la historia del torrontés, por cuanto los expertos sostienen que fue justamente en estas tierras donde prendió un taco directamente y dio luego la mejor expresión de esta uva desde la llegada de los españoles a hoy. El resultado es un vino amarillo claro que ocasionalmente desarrolla matices dorados y verdes. Su aroma recuerda a rosas, jazmines y geranios, con sabor a frutas y toques de miel: y su bien sus aromas anticipan un vino dulce, su sabor revela una fresca acidez.
PAISAJES DEL VINO Para los hacedores de vino, los que día a día siguen la evolución del clima y las plantaciones, es justamente en el terruño donde se inicia la historia de un buen vino. Recorrer una finca junto al enólogo es así parte del encanto que tiene un viaje al corazón de los viñedos. Las principales bodegas de la provincia se valen de tecnología de última generación, en convivencia con las pequeñas bodegas artesanales distribuidas por la Costa Riojana. En cada época del año, sea durante la cosecha, el raleo o la poda, el “nuevo hacedor” compra su “paquete” de vino propio y comparte las tareas y la elaboración. Una experiencia para vivir al menos una vez en la vida. Asimismo los viñateros ostentan el título de pioneros en la producción del vino a granel, mientras que en los últimos años lograron aggiornarse reconstruyendo pequeñas bodegas familiares de dos siglos, que en manos de las nuevas generaciones estrenan calidad en sus vinos gracias al cuidado de todos los detalles.
Hay entonces para todos los gustos; y ya saliendo de las bodegas de alta gama, se llega a un recorrido imperdible por los productores artesanales agrupados en la Asociación Cordón del Velasco (ACOVE), que fueron galardonados como los mejores del país en los últimos certámenes de vinos.
Grande o chico, cada establecimiento tiene su encanto, sobre todo cuando los propios dueños encabezan por una visita en la que se aprende de todo. Desde el manejo de las plantas y las uvas hasta la historia de la finca, con las familias pioneras. Entre ellas Casa India, en el Pueblo de Agua Blanca, y Finca Lomas Blancas, donde el bisnieto del fundador regresó al pueblo para impulsar con los nuevos conocimientos estos vinos que hicieron historia medio siglo atrás, y dirige una cata buscando despertar en el visitante la curiosidad por los renovados vinos de la región. También Los Navarros y Parrales de la Costa son parte de esta propuesta de recorrido: porque toda La Rioja se relaciona con la historia de los viñedos, con más de 114 productores de los 900 que hay en la Argentina.