La inesperada derrota ante Arabia Saudita en el debut y los primeros 60 minutos del partido frente a México se presentaron para la Argentina como lo hacen las cabezas de tormenta, sembrando la idea de un futuro oscuro e incierto, con nubarrones, rayos y truenos. Entonces los ojos se fijaron nuevamente en el entrenador, Lionel Scaloni, quien no le había encontrado respuestas al planteo táctico de Arabia, planificado por el exfutbolista francés Hervé Renard, y no terminaba de encontrarle la vuelta al partido frente a los conducidos por Gerardo Martino.
Con el tiempo corriendo filoso sobre las chances del equipo nacional, el entrenador de la Selección se calzó el traje de piloto de tormenta para intentar sacar al equipo de la crisis que se le avecinaba. Mantuvo Scaloni la calma y tuvo la frialdad que deben tener los líderes para mover las palancas justas y tomar decisiones acertadas. Su buena lectura de la contingencia empujó los ingresos de Enzo Fernández –un golazo en el 2-0–, Julián Álvarez y Nahuel Molina, que le permitieron al equipo reconfigurarse, involucrarse y comprometerse, como lo hizo Messi con ese zurdazo salvador, para poder superar la situación y abrir definitivamente el partido.
No es fácil, por supuesto, ser piloto de tormentas. Se necesita coraje, determinación, entereza para salir del peligro, y se necesita, sobre todas las cosas, actitud. A fin de cuentas, es la actitud lo que inclina siempre la balanza. Lionel Messi, que festejó su gol, el 1-0 de frente a los hinchas argentinos, hacia ellos, lo había anticipado sin tapujos no bien terminó el partido frente los árabes: "¿La verdad? Estoy muerto. Es un golpe muy duro porque no esperábamos comenzar de esa manera. Las cosas siempre suceden por una razón. Tenemos que prepararnos para lo que viene. Tenemos que ganar. Vamos a estar más unidos que nunca. Este grupo es fuerte y lo hemos demostrado". Los jugadores de la Selección demostraron ayer que están para dar pelea y que, como a Scaloni, no los amedrentan las tormentas.