De las cosas buenas que hay en este país, los edificios que nos dejaron los jesuitas se destacan como particularmente buenas. La compañía pobló este continente de misiones, escuelas e iglesias, de estas pampas al norte de California, y todavía es posible cruzar las Américas yendo de misión en misión, como en el siglo 18. Muchas de estas estaciones y muchos de esos templos se cuentan como joyas patrimoniales y artísticas, y muchas forman parte de las listas de la Unesco. Y muchas, también, están en malas manos.
Es lo que pasó en 2011 en la misión de Alta Gracia, Córdoba, una de las más famosas del país. El conjunto es magnífico, con un convento-fábrica, la iglesia, la “casa de Liniers” y el viejo taller de los jesuitas, el Obrador, por muchos años un colegio industrial. El edificio principal toma la manzana de un lado de la plaza central del pueblo, con el Tajamar de un lado, el Obrador del otro y la casa de Manuel de Falla enfrente. Todo es, por supuesto, monumento histórico nacional y desde 2000 es patrimonio de la Humanidad de la Unesco. Hace años, al transformar la residencia-convento en museo se descubrieron elementos de infraestructura colonial intactos, como los sistemas para tener baños en pisos altos, ya más que raros. Y, anecdóticamente, se encontraron escondidos en esos baños verdaderos arsenales de principios del siglo 19.
La iglesia, dedicada a la Virgen de La Merced, sigue activa y es muy popular para casamientos. Es por eso que empezaron los problemas, cuando el párroco Marcelo Siderides decidió modernizar la capilla del siglo 18 y hacerla más “cómoda” para las ceremonias. En concreto, se le ocurrió poner un sistema de calefacción bajo el piso para que las novias y sus familias no tuvieran chuchos. No hay que olvidar que para las parroquias este lado social es un verdadero ganapán. Siderides contrató a tres arquitectos y comenzó a arrancar los pavimentos coloniales sin pensar en la historia: los escombros quedaron dolidamente tirados en un descampado. Como en tantas iglesias de época, bajo esos baldosones descansaban notables de la época, pero sus huesos terminaron en bolsas de basura de plástico.
Como se contó el año pasado en estas páginas, en 2016 todo esto terminó en una denuncia penal contra el cura y los arquitectos. El juez federal Ricardo Bustos Fierro los condenó por “daño agravado, por cometerse en perjuicio de un bien de uso público y monumento de carácter histórico”. Ante el silencio ensordecedor de los entes colegiados, que de ninguna manera pidieron un tribunal de honor o de ética contra los arquitectos condenados, Melina Malandrino, Pedro Cufre y Juan Pablo Orozco, los acusados apelaron. La Sala A de la Cámara Federal de Córdoba acaba de determinar, con un argumento pintoresco e insostenible, que el cura y los profesionales no pueden ser condenados porque su intención no fue dañar el monumento histórico en el sentido vandálico. Los jueces Ignacio Vélez Funes, Graciela Montesi y Eduardo Ávalos fallaron que sí hubo daño al edificio, pero que no fue intencional y por lo tanto no es accionable.
Esto es simplemente infantil porque es lo que dicen los chicos cuando rompen algo: “fue sin querer”. Pero que un párroco que hace rato dejó de ser un chico y tres arquitectos que rompen un edificio colonial por no perder un laburito usen ese argumento es un escándalo sólo superado porque tres jueces lo den por bueno. El medio digital cordobés Resumen de la Región hizo un completo relevamiento de reacciones al fallo de la Cámara, que muestran el estado de indignación que generó en la provincia. Uno de los denunciantes originales, Francisco Álvarez Barreiro, contó por qué terminó en la justicia federal y no en la provincial. El fiscal provincial, Emilio Drazile, le dijo que se la tomaban contra el cura porque “la vez que hace algo por Alta Gracia quieren ir en contra”.
Alvarez Barreiro piensa que el fiscal opinaba como terminó opinando la Cámara porque es muy difícil que los judiciales se metan con los jesuitas locales, con la Iglesia y con los arquitectos, todo al mismo tiempo. El denunciante pone esto en el contexto de las irregularidades y daños que vio a medida que avanzaba el proyecto de restauración acordado en 2009 entre la parroquia y la UCA cordobesa, dirigida por los jesuitas. “Las evidencias terminan completándose el día que la familia Lozada, después de una gestión puede ingresar a observar qué había pasado en la Iglesia y se encuentra con restos óseos en las trincheras que habían cavado. Ahí estaban los restos de sus ancestros, también los de José Manuel Solares y de algunos jesuitas”, cuenta Resumen en su nota. Esta escena generó un pedido de informes de la senadora Norma Morandini, cordobesa ella, y otra denuncia de la Defensoría del Pueblo de la Nación por el daño al patrimonio. Un detalle morboso es que el párroco Siderides dejó de contratar a la empresa local de volquetes cuando su dueño anduvo rezongando que le tiraban restos humanos en bolsas en sus volquetes.
Otra persona que conoce bien el lugar es María Esther Solla, al frente de la Asociación de Amigos del Museo de la Estancia Jesuítica de Alta Gracia y Casa del Virrey Liniers. Para Solla, el fallo “es absolutamente vergonzoso”. La Asociación argumentó en su momento que las pruebas eran “contundentes” y hasta recogió testimonios de mucha gente que participó en la obra. Como es muy difícil que se posible apelar un fallo de Cámara, Solla teme que se haya sentado un precedente muy grave para otras intervenciones, incluyendo los planes que tiene el mismo párroco Siderides para el resto del conjunto jesuítico.
Tiene razón, porque el cura se ha mostrado como un verdadero vándalo y su única excusa fue que “fue sin querer”. Y según queda demostrado una vez más, los arquitectos conciben como libertad de trabajo la impunidad completa para ser amorales, hacer algo que saben perfectamente es incorrecto y hasta ilegal, y quedarse lo más campantes. Una vergüenza.