"Quizás el hombre sea una pasión inútil, como dijo un filósofo. Cuando ese filósofo murió, una conmoción recorrió los ambientes culturales de Europa y América Latina. Murió Maradona y la conmoción fue mayor, distinta y absorta. No la podemos medir. No podía ser una pasión inútil. Pero no era posible identificar claramente por que. Era una figura esencial que no podía representarnos a todos, en razón de que el todo siempre está limitado por nuestra inacabada imaginación. Pero lo más cercano a esa representación incompleta pero que ahora nos hiere de una manera inconcebible, no cabe duda de que lleva el nombre de Maradona", comienza el relato del sociólogo y ensayista Horacio González, que abre el libro Un Dios savaje. Gestos para la memoria común, que reúne textos de otros varios autores: María Pía López, Cora Garmarnik, Adrián Cangi, y quien esto escribe, entre otros; y que, gran idea y gran hallazgo, ofrece una impecable selección de fotografías tomadas en distintos ciudades, clubes, plazas, estaciones de trenes, barriadas, durante esos eternos días que siguieron a la muerte del excapitán y extécnico de la Selección. El genio que nos hizo felices, que nos regaló toda su grandeza, junto a sus fragilidades.
"(...) El héroe que alguna vez fue preso ante la voracidad de los fotógrafos, que vivió internaciones y curaciones extremas, que fue protagonista de excesos que nadie se sentía en condiciones de cuestionar, actuaba bajo un trasfondo glorioso, apolíneo cuando era dionisíaco, y misterioso cuando se despedía una y otra vez del fútbol despertando un oleaje de amor tatuado en el lamento popular, ese maradoooo, maradoooo, que al estirar la vocal más astuta, que se cierra sobre sí misma sin agregados, garantizaba la combinación exacta de aire, asfixia y viento", continúa González, muerto también él en plena pandemia y presente siempre en quiénes lo conocimos, lo leímos y disfrutamos de su generosa compañía.
Un Díos salvaje, el proyecto que soñaron los fotógrafos Kala Moreno Parra y Adrián Cangi, salió recientemente de la imprenta y fue presentado el último jueves en el anfiteatro Astor Piazzola de la Casa de la Provincia de Buenos Aires, entre fotógrafos, escritores y amigos, entre quiénes circularon imágenes de los altares, el velorio masivo, los cientos de homenajes, y palabras en torno a los relieves y profundidades de ese genio de la pelota del que el 25 de noviembre se cumplieron dos años de su fallecimiento.
"Recortes de diarios viejos en marcos de madera, mística futbolera, altares caseros, flores, notitas, frases, velas. Escribir en una pelota como si fuera un lienzo. Decir gracias con la piel. Tatuarse el 10 combinado con D10S, con adiós. Las rejas de la Casa de Gobierno como tribuna improvisada y la policía siempre policía, reprimiendo hasta el dolor del duelo. Padres con hijos e hijas, generaciones mezcladas, murales en los barrios, en calles de tierra, en lugares perdidos de los mapas. Gracias en paredes, papelitos, banderas, monumentos, carteles, pósters", rememora Cora Gamarnik, comunicadora social, docente e investigadora, en otro de los ensayos que acompañan e interpretan las hermosas fotografías, realizadas por profesionales y aficionados, que nutren el libro y que pueden verse también en las redes sociales del proyecto y que pasarán a formar una colección exclusiva dentro de la Fototeca de ARGRA, que funciona desde el año 2008 en el Archivo Nacional de la Memoria.
"Maradona se vuelve icono de lo imposible. Figura global, D10S salvaje, archivo y narración. Las fotos muestran ese amor popular tan difícil de conseguir, un amor al que pocos acceden. Y al amor –ya sabemos– no le podemos pedir lógica ni ausencia de contradicciones. Desde que Maradona murió se produjo un vacío, pero al mismo tiempo, las calles, los medios de comunicación y las redes sociales se llenaron de imágenes. Fotos de un inacabable archivo que iniciaban nuevos recorridos, nuevas imágenes creadas al calor del dolor por su muerte. Hay en cada una de ellas una intensidad. Símbolos, abrazos, llantos y banderas mezclados con gases lacrimógenos y balas de goma en una sinfonía única de fiesta, despedida y dolor. Murió Maradona y su vida devino en imágenes", continúa el texto de Gamarnik, también presente en la presentación del libro.
La ensayista estadounidense Susan Sontag sostenía la idea que la cámara fotográfica "tiene el poder de sorprender a la gente presuntamente normal, de modo que la hace parecer anormal. Que el fotógrafo captura la rareza, la persigue y la encuadra", y de esa forma le confiere importancia a la escena. Los trabajos reunidos en Un Dios salvaje en torno a la muerte de Maradona, al impacto que ésta causó en millones de hinchas argentinos y del resto del mundo son la viva expresión de esta idea. Cada imagen nos muestra un posible destino, una ruptura, el recorte arbitrario de una realidad común y un destino que no puede ser sino colectivo. En eso radica la fuerza de este libro, en la infinidad de rostros anónimos, de padecimientos infinitos, inexplicables y, sin embargo, presentes. Rostros que sostienen el profundo dolor común en una red invisible.
"Una foto de Diego Maradona elijo entre miles: es joven, tiene el rostro alegre, está vestido de futbolista y todo su cuerpo embarrado. Ha corrido en el lodazal ese partido y es feliz, con esa felicidad que surge de la intensidad del arrojo al mundo. ¿Cuántas capas tiene esa vida, con cuántas de ellas hemos sido felices, cuántas otras incomodan? ¿Cómo fue la suya una vida dañada y a la vez tendida hacia la mayor potencia de hacer? Este libro se compuso en el fervor de las muchas alegrías y en la conmoción del duelo. Cuando estaba casi en las puertas de la imprenta, salió a la luz una entrevista a una joven cubana que fue su novia cuando tenía 16 años y narra una serie de actos posesivos y machistas de Maradona (...)", escribe María Pía López para poner a los lectores frente a un dilema irresoluble. Porque es cierto, la vida privada (y pública) de Maradona fue un torbellino que arrastró a su paso altos y bajos instintos. Tal la vida del héroe trágico.
"Una existencia no se puede someter a una mesa de disección, eso se hace con los cadáveres en conocidas escenas o anatómicas lecciones, pero los mitos se traman en una carnadura, se traman en una composición única. No podríamos decir: me quedo con el jugador genial pero sin el hombre afuera de la cancha, como pretendieron escindir quienes hablan como contadores de un balance organizado por columnas, con esto sí, con esto no. Maradona es, también, sus comportamientos patriarca les, lxs hijxs no reconocidxs, la muchacha casi arrebatada. Conmemorarlo debe ser también el ejercicio dolido de pensar esos claroscuros, no silenciarlos. Festejar su preciosa existencia no debe omitir saber que lo querríamos liberado de su capacidad de dañar. Porque no se trata de juzgar", dice la ensayista en otro pasaje de su texto.
Las imágenes que se encuentran en el recorrido del libro, postales de esa cultura popular que pocas veces logra visibilizarse como lo hizo en esos días de duelo colectivo, de reto a una maldita pandemia y de agravio contra una economía destructora de los bolsillos de la gente de a pie, encierran en su potente esgrima aquella idea estética del alma que se esfuerza por romper las formas. Acaso no exista un mejor homenaje para recordar a Maradona que todas estas imágenes disímiles, profundas, paganas, que lo presentan como lo que era: "Un Dios salvaje", demasiado humano.