En política, como en el resto del mercado, existen dos motores fundamentales: el miedo y el deseo. Más en una cultura basada en el consumo y en un sistema mercantil y exitista, casi siempre presentados como si se tratase de un organismo natural regido por una única ley, la Ley de la Oferta y la Demanda. Esa misma cultura se retroalimenta de la idea de que ambos, el mercado y su ley primera, son expresiones lógicas, abstractas y universales; no un sistema y una ley regulados y dirigidos por una ideología hegemónica y sus diferentes políticas locales. Pero todo sistema social dominante se basa, a su vez, en la explotación por parte del poder de las emociones más primitivas del ser humano.
El arte, aunque con un propósito diferente, también está lleno de obras que combinan estos dos poderosos motores de la vida psicológica y social. Los ejemplos más descarnados se encuentran en los cuentos de hadas, en las historias sobre seres misteriosos en todos los continentes. No por casualidad las áreas del cerebro que disparan estad dos emociones profundas se encuentran casi en el mismo vecindario neuronal.
En la antigua Grecia, este impulso miedo-deseo se ilustró con los sátiros. Mil años más tarde, una de las historias surrealistas más antiguas, luego consideradas como cuentos para niños (mucho antes de los hermanos Grimm), es el de la Caperucita roja. Como en un sueño, esta historia (sobre todo en sus versiones originales antes que Disney la higienizara con moralina protestante) mezcla sexo, crueldad, misterio, engaño y muerte de formas tan inverosímiles como poderosas, lo cual se prueba con la misma edad del cuento en su versión escrita en latín: en 2023 la inocente Caperucita cumplirá mil años sobreviviendo al peligro del lobo en el bosque y en la casa del campo.
Pero del par erótico miedo-deseo, solo el primer término representa la moralización del poder para reprimir al segundo par, el que lleva a la tentación y al rompimiento de la prohibición, de la fruta del Edén. Represión y seguridad se confunden, como el miedo y el deseo se confunden en el amor o en la violencia. La prohibición (la escrita y la interiorizada en la auto represión) representa la civilización, la ley, civil, moral o religiosa (Crítica de la pasión pura, 1998). Por estas mismas razones, el miedo es la cara visible de la luna. Del otro lado está el deseo, la necesidad de transgresión, de cambio.
El miedo y el deseo llenan también las novelas policiales, de misterio, las películas comerciales y hasta el cine-arte. Crímenes, violaciones, la bella y la bestia, vampiros que clavan sus dientes en el sensual cuello de la indefensa mujer... Por no ir a la siempre recurrente Grecia antigua o al Renacimiento, con sus estereotipos sexuales: los hombres racionales tenían un pene minúsculo, tipo el David o el Adán de Miguel Ángel, mientras los peligrosos y holgazanes sátiros del bosque (fantasías dionisíacas, irracionales) eran representados con penes tamaño burro de carga.
La misma percepción se lee en las cartas de los esclavistas blancos del siglo XIX, temerosos de que la liberación de los negros esclavos condujera a una violación masiva de las mujeres blancas, cuando la realidad indicaba lo contrario: no sólo los hombres negros debían sufrir del látigo y el fusil, sino que las violaciones eran de los amos y patrones blancos contra sus esclavas o sirvientas negras, casi siempre menores de edad, como fue el caso del Padre fundador de la democracia estadounidense Thomas Jefferson y de prácticamente todos los demás honorables esclavistas desde Canadá hasta la Argentina. Este miedo-deseo pornográfico linchó a miles de negros liberados luego de la Guerra Civil en Estados Unidos. Linchamientos preventivos —y legales, como lo recomendaba la educadora, feminista y primera senadora por Georgia Rebecca Latimer Felton, quien en 1898 recomendó linchar a los negros que ganaron las elecciones en Carolina del Norte, ya que, afirmaba, los negros, cuanto más educados y cuanto más participan en política, mayor amenaza suponían a la virginidad de las mujeres blancas—.
El mismo patrón es explotado actualmente y desde hace generaciones, por la poderosa industria de la pornografía, la cual abunda en “hombres negros sobre mujeres blancas”. Es decir, el miedo del poder abre una válvula de escape en su propia imaginación. Es la tradición de la festividad que rompe las reglas sociales y da vuelta su orden político una o dos veces al año, en contraste con la necesidad del ritual que, tanto en las religiones como en los tics psicológicos, necesita repetir cierto orden para sentir que tiene algún control sobre el futuro incierto, sobre lo inesperado, sobre lo temido, sobre lo que en realidad no tiene control.
Según Stephens-Davidowitz en su análisis de Big Data (Everybody Lies, 2017), las mujeres consumen dos veces más videos pornográficos donde se ejerce violencia contra las mujeres que los hombres. No hace falta aclarar que esto no significa ninguna valoración moral o ética, ya que refiere a fenómenos psicológicos. Uno de los personajes de mi novela Crisis (2012), uno de esos personajes detestados por su propio autor, lo había resumido así: “Al final, después que todas estas tonterías pasan, las aburriditas amas de casa, las correctas profesionales de corte feminista desean un macho que las humille en la cama. Sólo así recuperan sus olvidadas capacidades orgásmicas, deseando todo lo que su educación y su buena moral aborrece…” Está en el índice de cualquier libro de Freud: en las ficciones, en los cuentos populares, el sexo ha sido cubierto por una espesa capa de simbolismo, como en los sueños. Hay que agregar: cubierto por el término más visible y represivo: el miedo.
Este factor constituyente de miedo y deseo también tiene una explicación en la más profunda prehistoria. En 2008 el profesor de psicología de la Universidad de Michigan (miembro del Laboratorio de Biopsicología y Neurociencia Afectiva) observó que la dopamina, procedente del núcleo accumbens (área central del hipotálamo) y motivador de los animales en su búsqueda de recompensas placenteras (comida, sexo, drogas), también es responsable de la producción de miedo. Una vez que el equipo Michigan inhibió la producción de dopamina en ratones, no sólo decreció en ellos el deseo por recompensas, sino también, de forma simultánea, las ansiedades producidas por el miedo. El mismo equipo logró identificar las áreas del cerebro que efectivamente se relacionan con el miedo y el deseo, y encontraron que ambas estaban separadas por milímetros. Tanto el miedo como el placer son los responsables del éxito de supervivencia de la especie. Un éxito, claro, plagado de conflictos, de euforia y de dolor.
Una vez más, no es casualidad que los poderes del momento, desde los regímenes autoritarios clásicos hasta las democracias liberales dominadas por la ideología del mercado y un número reducido de señores feudales, dueños de unas pocas corporaciones, hayan explotado y amplificado en su beneficio estas dos reacciones constitucionales de cada individuo. Desde los discursos políticos hasta los masivos anuncios publicitarios y, más recientemente, la dinámica algorítmica de las redes sociales.
* Fragmento del próximo libro del autor, Moscas en la telaraña.