A las cuatro de la tarde del 22 de junio de 1984, Hebe de Bonafini llegó a la terminal de ómnibus de Pehuajó. Con una compañera se bajaron del micro Chevallier y se acomodaron en la sala de espera. A los quince minutos, se arrimaron dos integrantes de la Comisión de Derechos Humanos de esa ciudad a buscarlas. Subieron al auto y fueron hasta la casa de la presidenta de la entidad. Tres horas después estaban en la sede de TV Color Canal 4 para dar una conferencia de prensa a la que solo se accedía con invitación. Dos horas después, Hebe hablaba ante 250 personas que se habían congregado en el Salón Centenario del Club Atlético K.D.T. Los datos detallados no son parte de las memorias de la presidenta de la Asociación Madres de Plaza de Mayo --que falleció el domingo pasado--: son los registros minuciosos que hizo la Dirección de Inteligencia de la Policía de la Provincia de Buenos Aires (DIPPBA), que, en plena democracia, seguía viendo a las mujeres que buscaban a sus hijos e hijas como un factor de desestabilización.
Ese día, en el club de Pehuajó, Hebe hizo una introducción breve –según consignó el espía policial–. Habló de sus hijos desaparecidos –Jorge y Raúl, secuestrados en 1977– y de María Elena, la compañera de Raúl que fue secuestrada en 1978. También contó cómo las Madres, venciendo los miedos, ocuparon la Plaza de Mayo para convertirse en el emblema de la denuncia a la dictadura, pero también para seguir reclamando a los gobiernos constitucionales. “Todavía existen los Falcon sin chapa”, dijo entonces Hebe.
“Yo sé perfectamente que todos los servicios de inteligencia y todas las dependencias tienen guardada la documentación, pues no se tira nada”, dijo –tal vez sospechando que en esa misma sala había un integrante de estos organismos registrando lo que ella decía.
“Estuve hablando con una persona que conducía aviones y helicópteros, mientras arrojaban cadáveres (y otros que todavía no lo eran) al río”, contó Hebe ante las decenas de personas que escuchaban. Once años antes de la revelación del marino Adolfo Scilingo, ella estaba hablando de los vuelos de la muerte. “Tengo en mi poder una carta que muy pronto daré a conocer”.
Curiosamente, el espía de la Bonaerense no se sorprendió mucho por la revelación. Prestó más atención a que la Madre despotricaba contra los diarios y los periodistas adeptos a la dictadura o que decía que quienes iban a la escuela de policía eran “tarados”. Hebe reclamaba más escuelas y menos fuerzas. “De todo lo enunciado se desprende que la visitante atacó a las instituciones tradicionales (fuerzas armadas y policiales), a los medios de comunicación, políticos y autoridades eclesiásticas”, escribió el fisgón de la Bonaerense.
“La señora Bonafini pernoctó en Pehuajó y en las primeras horas del día de hoy se retiró con destino a la Capital Federal”, concluyó su informe que elevó a la superioridad el 23 de junio de 1984.
Pasan los gobiernos, los espías siguen
Un mes antes de la visita a Pehuajó, Hebe había sido invitada a una actividad en Campana. El encuentro tuvo lugar en el microteatro del Edificio 6 de julio de la Municipalidad. Hubo 250 asistentes. Entre ellos, algún espía que entró a hacer su trabajo.
“Aún hay gente de los servicios trabajando y a los que debemos desenmascarar”, reclamó la Madre desde el escenario. El infiltrado debe haberse sentido interpelado porque consignó el reclamo en su reporte.
Las Madres eran perfectamente conscientes de que eran un blanco para los servicios de inteligencia de las distintas fuerzas. En septiembre pasado, en una de las últimas marchas en las que participó, la presidenta de la Asociación Madres contó lo que decían los archivos de los servicios. “Ella llega y manda”, se rió Hebe. El archivo, por supuesto, hacía mención a ella – que presidió la Asociación desde 1979 hasta el día de su muerte, el domingo pasado–.
La constatación de que estaban bajo asedio la tuvieron entre el 8 y el 10 de diciembre de 1977, cuando secuestraron a Azucena Villaflor –la fundadora de la organización, a Esther Ballestrino de Careaga y a María Eugenia Ponce de Bianco. Todas habían sido marcadas por el marino Alfredo Astiz, que se había hecho pasar por el hermano de un detenido-desaparecidos.
Meses atrás, Página/12 reveló que el Cuerpo de Informaciones de la Policía Federal Argentina (PFA) tuvo a una agente, Isabel Correa, infiltrada en Madres de Plaza de Mayo –tal como surge de su legajo–. Un exintegrante de la PFA involucró –en una declaración dada en 1981– a la mujer en el operativo de la Santa Cruz, en el que fueron secuestradas las tres Madres y las monjas francesas Alice Domon y Leonie Duquet.
Para la Secretaría de Inteligencia del Estado (SIDE), las Madres eran un blanco principal. “En el espectro conformado por las OOSS (Organizaciones de Solidaridad) Madres de Plaza de Mayo ha ido adquiriendo –a partir de 1977— una gravitación creciente, hasta alcanzar a final del año 1982, ser considerada la entidad más influyente y conocida merced a una serie de características: han explotado las emociones y sentimientos asociados a la imagen de la madre desamparada y perseguida por los poderes del Estado”, evaluaba el organismo a principios de 1983.
La Bonaerense en acción
La DIPPBA desplegó innumerables recursos para seguir a las Madres, particularmente a Bonafini. Prueba de ello son algunos partes de inteligencia que Página/12 le solicitó a la Comisión Provincial por la Memoria (CPM) –que gestiona el fondo documental de la inteligencia de la Bonaerense– sobre los primeros meses de la democracia.
En la época en que se dieron los seguimientos en Pehuajó y Campana estaba en pleno funcionamiento la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep). En esos meses, las Madres denunciaban incesantes amenazas a ellas pero también a los militantes que las apoyaban. Los boletines mensuales que hacía la organización mostraban que los servicios llegaron a intimidar incluso a un actor que representaba a un maestro rural en una telenovela y, como tal, se oponía a los intereses de los poderosos.
En La Plata, todos los miércoles, las Madres se congregaban en la Plaza San Martín. Las marchas –según informaba el parte policial– se hacían entre las 15.30 y las 16. En algunas ocasiones, los espías iban a mirar, anotaban y hacían el parte. En otras ocasiones, sacaban fotos de las mujeres y las identificaban.
El 7 de noviembre de 1984, los espías “detectaron” la presencia de Hebe. Había en la ronda 24 Madres, 17 mujeres y siete varones que las acompañaban. No había demasiado para reportar pero había que espiarlas, así que el infiltrado aguzó el ingenio para estirar su informe. “No se registraron hechos de trascendencia, solamente que la ronda se debió realizar con paraguas por cuanto todo el lapso de tiempo que duró la ronda estuvo lloviznando”, se esmeró.