Si de discursos se trata, el de Sergio Massa, el jueves, ante unos 250 directivos de empresas, fue impactante por el marco y por algunas definiciones que no son habituales en ámbitos como ése.
Marcos Jorge Celedonio Pereda Born -uno de los anfitriones del Consejo del Comercio y la Producción- recibió al ministro con una perorata tan acostumbrada como amenazadora.
Vicepresidente de la Sociedad Rural, fue el principal financista de María Eugenia Vidal en 2019. Así se desprende de los registros oficiales, donde quedan inscriptos los aportes de campaña que hacen particulares y empresas.
Puso plata de su bolsillo y mediante dos de sus firmas (Eduardo Pereda Agropecuaria S.A y Pereda Agro).
Como asimismo lo recordó una nota del colega Leandro Renou, en julio pasado, en este diario, le dicen “el hombre del helicóptero” porque opta por ese medio de transporte para moverse entre los campos que posee en diferentes zonas del país.
Fue él quien le recitó a Massa los versos de la falta de seguridad jurídica. Y de mejorar con urgencia el clima de negocios.
Pereda Born exigió transformaciones de verdad para impedir que se sigan yendo las empresas, lo cual no tiene certificación en dato alguno. Como tantas falsedades, son igual de gratis que el aire.
Habría estado bueno que el ministro de Economía, en lugar relevante o al pasar, hubiera improvisado preguntarle de dónde sacó que las empresas están yéndose. Pero justo es decir que le(s) tiró con otro tipo de munición.
Massa señaló que uno, a veces, lee recetas escritas en Power Point. Que, cuando las traslada a la sociedad, se encuentra con medidas que agregan 7 millones de personas a la pobreza. Que plantean una pérdida de valor del 70 por ciento en los activos “que muchos de ustedes tienen”. Y que tengan cuidado porque quienes piden desesperadamente una devaluación no sólo destruyen el ingreso de los argentinos, sino también el valor en dólares de sus compañías.
Directo al macrismo explícito del auditorio, el ministro memoró la Argentina muy experimentada en aquello de afirmar que los problemas se resolvían con un chasquido de dedos. “Y se agravaron”.
Con todo, el párrafo más significativo fue cuando, en forma literal, acusó de “cuervos” a sectores del empresariado que, claro, comprendían a muchos de sus escuchas. U oyentes, para ser más exactos. Porque, con seguridad, la imputación les habrá entrado por un lado y salido por el otro como si nada fuere.
Ven qué pueden carroñar del herido o del cadáver y buscan cuál es el agujero de cada política económica para ir en contra de la Argentina, dijo Massa en lo que puede considerarse una obviedad. No lo es, al tomar nota de que el gran empresariado (empresariado grande, en rigor) se desliga por completo de toda responsabilidad social.
Por último, hubo dos referencias del ministro estimables como búsqueda de contraataque.
Una es técnica. La otra, conceptual.
La técnica fue que, en las próximas semanas, se firmará el acuerdo de intercambio de información fiscal con Estados Unidos.
Es decir: podría blanquearse la oscuridad profunda, o clarísima, de cómo la plata se lava, se triangula, se fuga y cuantos verbos ameriten.
Lo ponemos en potencial subrayado porque -a raíz de justificadas prevenciones ideológicas y operativas sobre el funcionamiento del sistema- todo anuncio de limpieza financiera, local e internacional, es infantil hasta que se demuestre lo contrario.
Lo conceptual fue que el oficialismo carece de chances electorales si no baja la inflación.
Desde ese criterio sí obvio, Massa habló de una austeridad fiscal que no es “el plan platita”. De que no aumentará el gasto a troche y moche, pese a ser un año de elecciones presidenciales. Y de que el camino será metódico, pero no facilista.
En otras palabras, le dijo a esa crema de CEOs que traten de avivarse, que no hay ningún cuco populista que los persiga y que, por el contrario, tienen un sendero de certeza mucho mayor que el ofertado por una comparsa cambiemita incapaz de garantizar tranquilidad social.
Nada diferente a la línea que viene bajando CFK.
A partir de ahí, la cuestión se divide en dos aspectos (por lo menos).
Uno es la ceguera de esta burguesía de mentalidad colonialista; de economía primarizada; en los hechos, sujeta a la transnacionalización que desde los ’90 es indetenible. Convocarla a una “épica” de lucidez productiva y estratégica, antes que infructuoso, parecería inviable porque sus decisiones no se toman en sedes domésticas.
En todo caso, por tanto, más pasaría por generar nuevos actores. Y no de insistir en modo exclusivo con los que están.
Allí es donde sigue la pregunta de por qué el Gobierno no trabaja, ni de lejos, con ideas surgidas en innovar desde la economía popular, la reactivación del crédito a las pymes, la producción de cercanía, aprovechar la tierra desde criterios municipales. Etcéteras (muchos).
Colgarse del travesaño en el ordenamiento de “la macro” podría continuar asegurando o perfilando no perder por goleada. Pero, está claro, no alcanza ni de cerca y no solamente por razones técnicas: entre los sectores más postergados y en la clase media, no se advierte que haya algún estímulo para volver a confiar.
Hay también propuestas de planes estabilizadores, como la del ex viceministro Emmanuel Álvarez Agis. Acomodamiento tarifario, devaluar, subir retenciones con previo y fuerte incremento salarial, congelamiento de precios y decisión acerca de qué sectores deben protegerse, para qué y por cuánto tiempo, “porque para cuidar 10 mil empleos, que son muy importantes, toda la población paga la ropa más cara de la historia. O la comida, en un país que produce comida”.
No interesa que se esté de acuerdo o en contra. Es una propuesta, que incluye vicisitudes no muy simpáticas, para tratar de ordenar, justamente, las cosas de la macro. De eso tampoco hay en el Gobierno, en términos estructurales que hoy se avizoren.
Y, entre que no hay eso y que ni siquiera pueden resolver el monto del bono de fin de año, la sensación es de impotencia salvo porque parecen controlar los alfileres a través de dispositivos como el dólar-soja II. O el mecanismo de Precios Justos, válido en su intentona pero sujeto a supervisión y sanciones que nunca dieron resultados eficientes de mediano y largo plazo.
Así, el discurso de Massa frente a las momias de la Cicyp, con ese mensaje duro apuntado a quienes especulan con el dólar y la inflación, fue prácticamente irreprochable. Pero, de nuevo, más en tono de comentarista que de ejecutor. Y sin perjuicio de que sigue siendo el bombero imprescindible tras la espantosa salida de Martín Guzmán.
El Gobierno requiere de una imagen unívoca, que no puede conseguir aunque, mínimamente, desde la asunción de Massa se evitaron masacres internas a la luz pública.
Cristina es también la primera en entender esa necesidad. No sólo elude cuestionamientos al ministro, sino que elogia su intensidad de trabajo y el hecho de que se hace cargo -así lo dijo- de las condiciones heredadas.
Sin embargo, ¿la meta apenas consiste en llegar competitivo a las elecciones?
¿O debiera ser mostrar, aunque fuese, un gesto popular que no radique solamente en palabras de denuncia contra los cuervos?