Hay un fútbol que te muerde las tripas, que te aprieta el hígado, que te sopla en la nuca. Lo notás enseguida. Es todo nervio. Bulle en los gestos, en los quiebres, en los detalles. No tiene por qué ser de contacto. Con la pelota en los pies también se puede crear un fútbol de alta intensidad, que te hiele la sangre, que te desencaje la mirada.
Durante mucho tiempo España fue un rostro futbolístico indefinido. Bailaba en el vacío de un fútbol primitivo, grotesco, de pelotazo largo, en busca de algún cabezazo aislado, de algún contragolpe efímero. Fueron los años oscuros de la mitificada “furia roja”, donde la dureza de su fútbol se empecinaba con el miedo y con los malos resultados. Hasta que el holandés errante se sentó en el banco del Barcelona y le cambio la cara a todo el país. Cruyff los convenció en la necesidad de juntarse, hacerse con el balón, encontrar los espacios, los huecos necesarios para que el adversario se obligue a “venir a buscarte”, para que se desdibujen las marcas, se fabriquen los vacíos, los huecos, y nazcan las asociaciones y las complicidades.
De aquella revolución futbolística mamó todo el fútbol internacional, y desde entonces, España no volvió a ser la misma. Lo viene demostrando desde hace años. Lo demostró frente a Costa Rica y en menor medida frente a esta Alemania. Una selección que ya no asusta. Donde más que nunca se descuelgan los fantasmas que habitan en su interior. Se ha convertido en un equipo vulgar, sin recursos, sin esa “potencia histórica” decidida a “aplastar” con sus convicciones al adversario. Con ese desconsuelo de no poder encontrar una sola individualidad destacada, de cierto prestigio, de cierta consideración. Empató el partido, pero el infierno sigue palpitando bajo sus pies. La angustia parece ser la textura emocional de este equipo. Lleva su vulnerabilidad unida al sufrimiento.
España fue fiel a su estilo. Su corazón es la pelota y con ella va a todos lados. Algo tan sencillo como eso. Alemania se sigue buscando, en sus fobias y sus penurias. Con un fútbol que asombra al mundo, en esta ocasión, no por su eficacia, sino por su vulgaridad.
(*) Ex jugador de Vélez, clubes de España, y campeón Mundial Tokio 1979