“La comunicación y la vida de comunicadores y comunicadoras es siempre un camino en construcción. Porque la ciencia de la comunicación, a pesar de su constante desarrollo, aún no logra consolidarse de manera suficiente para dar explicaciones satisfactorias a los fenómenos sociopolíticos y culturales que los sistemas comunicativos generan. También porque, entre otros motivos, el desarrollo tecnológico es creciente y vertiginoso y modifica en forma constante los modos de hacer comunicación. De tal manera que eso que llamamos la profesión no solo se redefine en forma permanente sobre sí misma, sino que abre de manera constante nuevas aristas, otras posibilidades y, en consecuencia, traza otros desafíos” escribimos hace poco más de un año con la colega Sol Benavente en un artículo publicado el No. 21 de la revista Avatares de la Carrera de Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Buenos Aires.
El párrafo puede repetirse hoy en términos similares. Porque como bien se anota antes, los desafíos provienen, por una parte, de un escenario técnico profesional en constante evolución, por los desarrollos tecnológicos que cambian los modos de comunicar, modifican las rutinas de producción. Todo en un ecosistema de abundancia informativa que ha desplazado en forma por demás categórica a comunicadores y comunicadoras como productores exclusivos de noticias.
Desde el punto de vista de los centros de formación en comunicación y periodismo se ha instalado una tensión permanente entre quienes pugnan a favor de la academia y los estudios críticos sobre el desarrollo de las comunicaciones y quienes prefieren ahondar en la enseñanza basada en saberes estrictamente profesionales que habiliten los más rápido posible para la inserción en el mundo laboral.
Un debate tan interminable como inútil, porque no se trata de caminos paralelos sino más bien de opciones que tienen que encontrar equilibrios y compatibilidades, mutuas complementariedades. En particular porque somos parte de una sociedad en la que abundan los inmediatismos, la urgencia sin perspectiva histórica, excesos de presentismo y ausencia de profundidad. Y con ello pérdida de referencias y desorientación creciente.
Es necesario tomar en cuenta también que la formación en periodismo y comunicación no se encuentra hoy restringida de ninguna manera al ámbito de las universidades: existe un sin número de centros de formación –algunos de ellos de alto nivel sobre todo tecnológico- que compiten en ese terreno utilizando el argumento de responder de manera más precisa a lo que hoy demanda el mercado laboral para quienes desean ejercer tareas de periodismo y comunicación.
En esta disciplina como en tantas otras es impensado afirmar que la universidad o la academia monopoliza todos los saberes. Pero no menos cierto es que desde la academia –sistematización de saberes y conocimientos e investigación mediante- se pueden hacer aportes esenciales para la mejora en cualquier campo. Y viceversa, la práctica profesional enriquece los saberes que la academia capitaliza. No se trata entonces de una disputa por sí o por no, sino de una mutua dependencia.
Pero hay también otro debate en muchos casos solapado. Detrás de la crítica a la formación universitaria en comunicación y bajo el argumento de que desde la universidad no se capacita para el acceso a puestos laborales, lo que en realidad se cuestiona es el posicionamiento crítico que gran parte del medio universitario –en especial de las universidades públicas- hace respecto del sistema de comunicación actual, las desigualdades de acceso y el funcionamiento de las corporaciones. También a los pronunciamientos de las carreras y las cátedras a favor de la vigencia irrestricta del derecho a la comunicación como derecho humano fundamental, dejando de lado la aproximación de corte liberal a la libertad de expresión que no contempla las desigualdades y las distorsiones que el poder ejerce sobre los actores sociales para ejercer efectivamente sus derechos.
Así planteado el asunto y sin entrar en disputas vanas, es imprescindible pensar que la capacitación de comunicadores y comunicadoras debe promover una formación que genere fundamentos de una cultura basada en sentidos que actúen como ejes organizadores de la historia. Y eso requiere una formación tan interdisciplinaria como transversal basada en la labor que la academia hace mediante la producción, recreación y difusión del conocimiento. Todo esto sin dejar de lado el desarrollo de habilidades y capacidades tecnológicas, pero no las únicas, ni de manera exclusiva ni aisladas de un pensamiento científico, crítico y humanista.
Es verdad también que este debate trasciende la formación en comunicación para instalarse en otra discusión que se conecta de manera directa con la pregunta acerca de cuál debe ser el aporte de la universidad –y de la formación universitaria- en este momento del desarrollo de la sociedad y de la cultura. Sin dejar de lado que el aporte del conocimiento humano sigue siendo indispensable para el desarrollo de cualquier sociedad.