Desde hace años los museos se transformaron en templos laicos, lugares de reflexión y conocimiento, de placer y aprendizaje, entre otras cosas; contra las ofertas de la religión, que abarcan un abanico de dogmas y sacrificios, combinados con recompensas postmortem. En las ciudades donde hay iglesias y museos importantes, cuando sube la marea turística crecen las visitas a los museos y decrecen en las iglesias.
De un modo involuntario, la exposición “Lumen”, de Carola Zech, en el Museo de Arte Contemporáneo de La Boca (Marco), oficia de templo laico, especialmente por los paños de vinilo autoadhesivo colocados en la lucarna, que bañan de luz y colores el interior de la sala, a modo de vitral profano.
La epifanía cromática se produce aproximadamente entre las 11 y las 14 de cada día, con el sol alto y la luz que atraviesa los colores aplicados por la artista en los ventanales del techo. Entonces transcurren dos horas especiales, en las que el lugar y los visitantes reciben un baño luminoso y colorido.
La artista fue inicialmente invitada a intervenir la fachada vidriada del Museo. Luego de varias maquetas, la seleccionada no funcionó y hubo que rehacer el proyecto, con poco tiempo: el nuevo intento fue exitoso. El feliz resultado hizo que la propuesta se ampliara a una muestra en la sala de la planta baja, más la intervención de la lucarna.
El título de la muestra, “Lumen”, con curaduría de María Teresa Constantin, remite a la unidad de medida de la luminosidad y sobre ese concepto la artista, docente e investigadora Carola Zech (Buenos Aires, 1962) viene trabajando hace tiempo.
La exposición se despliega entonces desde la fachada, donde de un modo condensado se explicita lo que los visitantes encontrarán en el interior del museo: colores, luz, transparencias, juegos cromáticos.
Adentro espera un variado espectro de tintes, tonos, reflejos y visos. Más allá de la proyección de luz y colores que se derrama desde el techo, la exposición se compone de múltiples paneles de colores agrupados y el efecto es siempre pictórico: colores y formas en distintas combinaciones, que a su vez no solo están trabajados a partir de transparencias sino también de iridiscencias, texturas, opacidades y reflejos espejados.
La muestra es también un muestrario, en sentido literal, porque lo que se ve luce como un catálogo. En versión descriptiva, la artista titula las obras con frases como “Catálogo de colores” o “Catálogo de procedimientos”.
Las formas en todos los casos se estandarizan y los paños de vinilo lucen su terminación industrial. Así, mientras lo industrial predomina, la función de la artista está puesta en la selección, combinación y montaje. Todo en la muestra se exhibe en un mismo nivel: la “cocina” artística, los procedimientos, las maquetas, los resultados. La indiferenciación de los procesos pone en escena todas las etapas de realización, detrás de lo cual hay una larga investigación “de laboratorio”, que incluye la búsqueda exhaustiva de vinilos, la prueba y el error y así siguiendo.
La participación del visitante se activa no solo con el baño de luz que recibe bajo la lucarna, sino también cuando va cambiando el ángulo de observación desde donde mira las obras colocadas en la pared, que ya sea por la iridiscencia de los materiales o por su condición reflectiva, metalizada o espejada, implican cambios y matices que el visitante produce al variar su posición.
El conjunto de la exposición, comenzando por la entrada, constituye la definición misma de una muestra de sitio específico porque la obra está en función del espacio.
Aquí el cubo blanco del museo se transforma en receptor de un baño de colores, lo que convierte a la sala (paredes, pisos, columna) en una hoja o tela en blanco.
En diálogo con la artista, ella describe el proceso de la exposición como experimental y sorpresivo: “El proyecto se fue armando y todo resultó como una aparición -explica Zech. El proceso se transformó en la obra. Yo siempre fui esquemática, con todo bajo control. Y en este caso la mayor parte fue efecto de lo imprevisto. Fue algo no muy programático, que comenzó con la intervención de la fachada. Mi idea era incorporar el barrio a través de la obra, tomando en cuenta a los vecinos. La Boca es un barrio con una larga tradición en lo pictórico. Yo buscaba reflejarlo y atraer a los vecinos; mimetizarme con un barrio que se caracteriza por la saturación del color y las fachadas pintadas. Así que todo lo sucedido me gustó mucho: fue espontáneo. Mi trabajo siempre fue planificado, previsible: salvo ahora. Por supuesto que detrás de esta investigación sobre el color están las experiencias y teorías de Joseph Albers y Johannes Itten, entre muchos otros artistas que han trabajado estas cuestiones, pero la muestra no presenta ninguna complejidad. Estoy planeando actividades y ejercicios para sumar a la visitas guiadas; por ejemplo: entregando espejos a la gente que visite la exposición, para que jueguen”.
La articulación precisa entre ideas simples y consecuencias notorias dio como resultado efectos poéticos. Los núcleos de la exposición están en las puertas y ventanales (fachada y lucarna), lugares donde se unen e intercambian exterior e interior. De modo que toda la exhibición se conjuga como un ritual de pasaje.
* “Lumen”, exposición de Carola Zech en el Museo Marco, en Almirante Brown 1031, hasta fin de febrero.