Escritora de notables voces narrativas, Diamela Eltit es una autora chilena de una obra incisiva, inventiva, sorprendente y sin concesiones en sus temas, exploraciones y formas. Artista performer y cofundadora del grupo CADA (Colectivo de Acciones de Arte) desde fines de la década de 1970, en plena dictadura pinochetista, con un activismo político-cultural que la llevó a visitar prostíbulos, cárceles y hospitales, su primer libro fue Lumpérica (1983), al que le siguió Por la patria (1986) y luego El cuarto mundo (1988), inicio de un camino literario que abarca una veintena de libros más, fundamentalmente en la narrativa, pero también en la crítica literaria y política, y en el ensayo. La también profesora universitaria ha visto llevadas algunas de sus obras en versiones para el teatro, ha sido autora de guiones cinematográficos, y, actualmente, sin prisa pero sin pausa, la editorial española Periférica, afincada en Cáceres, viene recuperando y publicando la obra completa de Eltit: ha aparecido este 2022 El cuarto mundo, novela que ya contaba con varias ediciones –por ejemplo, con la célebre “Biblioteca Ayacucho”, y con el Fondo de Cultura Económica, dentro del volumen Tres novelas–, incluyendo una en Argentina.
Ampliamente premiada, publicada y traducida, la obra de Eltit ha sido leída, comentada y estudiada en numerosos en seminarios, congresos y coloquios, y en libros, entre los cuales Valoración múltiple sobre Diamela Eltit (2021), con edición al cuidado de Mónica Barrientos y publicado por Casa de las Américas y la Universidad Autónoma de Chile, es sólo el volumen más nuevo y abarcador.
La autora de El cuarto mundo –de quien en nuestro país se han conocido también novelas como Vaca sagrada e Impuesto a la carne, además de su más reciente autobiografía lectora, El ojo en la mira– desarrolla en su narrativa voces originales: la primera parte de la novela, titulada “Será irrevocable la derrota”, es el discurso de un niño que, desde el vientre, da cuenta de su gestación y de la de su hermana melliza al día siguiente, la convivencia uterina de los dos seres, y sus primeros lustros de vida posparto, entre otros extraños microencierros, conexiones y climas “de familia”. La segunda parte, “Tengo la mano terriblemente agarrotada”, contiene el relato de la hermana, y hacia el final aparecerá una tercera voz, que, en palabras de la crítica y ensayista Nelly Richard, presentará a la misma novela que se ha escrito (y por ello, “nacido”) como una “niña sudaca” que será “una mercancía ofertada al consumo y el paradigma metropolitano de la cultura hegemónica que regula el juicio literario del mercado”. Deconstrucción de roles y sexualidades, géneros e instituciones, alteraciones y fragmentaciones, El cuarto mundo encara temas a la manera de un mecano o puzle literario donde las materialidades (corporales y sociales-ambientales), los idealismos (psicológicos e ideológicos), los sentimientos y sensaciones (del erotismo y las pulsiones) se alternan y alteran, en apuestas, lances y violencias, en países, ciudades y vidas abandonadas, aisladas, despojadas.
¿Cómo surgió esta novela? Notas y entrevistas informan que los nombres que allí aparecen fueron obtenidos de la historia real de la Inquisición medieval. ¿Qué otros elementos surgieron o te aparecieron o buscaste para la construcción del texto?
–Mientras pensaba en una novela posible, me rondaba la idea de escribir acerca de la pareja, pero, al empezar el libro, me di cuenta que la pareja por excelencia era la formada por mellizos, entonces encontré el espacio, la escritura y se organizó todo. Por otra parte, había leído el libro de Caro Baroja Las brujas y su mundo y, de ese texto, tomé los nombres de dos mujeres quemadas por la Inquisición, me pareció pertinente para nombrar a dos personajes, María de Alava y María Chipia, sus nombres me resonaron y fueron un signo que necesité incorporar como un gesto político, claro, nadie tenía por qué saberlo, pero a mí me dio un contexto no literal, desde luego, porque pude pensar el aislamiento y el impacto de la extrema fobia religiosa ante las mujeres (hasta hoy mismo). En otro sentido, y desde un aspecto diverso, el título del libro me surgió a partir de la expresión “tercer mundo” usada como clasificación para nombrarnos en la categoría de habitantes de un mundo inferior, “subdesarrollado”, entonces pensé, como título, en un cuarto mundo, el de la novela que escribía, como marca más bien subversiva frente a las terribles clasificaciones. Entre las clasificaciones pensé en lo “sudaca” que es el término con que se nombraba en España a los cuerpos latinoamericanos, en fin. Pero lo más importante fue, desde luego, establecer una poética y para conseguirlo, tuve que dejar que se cursaran las energías o los flujos de sentido (o de sinsentido) que la novela me iba proponiendo.
Tu literatura (sea en El cuarto mundo o Lumpérica, Los trabajadores de la muerte o Sumar) se aparta del realismo clásico, de lo representacional, en lo que podría ser un “desglose” de lo material y lo corporal, y de lo subjetivo, ideológico y pulsional. ¿Cómo surgió ese modo de escritura? ¿Cuánto tuvo de consciente, de búsqueda, y cuánto de impuesto desde algún “afuera”? Pareciera que siempre has intentado “dar cuenta” de la disolución de lo social y económico por lo dictatorial y neoliberal, por medio de una escritura que bordea los márgenes.
–En realidad, para mí, como escritora, la gran tarea fue encontrar una escritura libre o liberada de requerimientos asentados de modo más bien convencional y que podían ser repensados. La literatura siempre se repiensa a sí misma y rearma sus límites. Fui muy lectora, estudié literatura, desde siempre me importó la escritura y la densidad de la letra, las estéticas y las poéticas. Tuve que romper mi propio mimetismo con otras literaturas que admiraba, encontrar una “letra” que me condujera en una ruta literaria y esa fue una tarea intensa y muy incierta hasta hoy mismo, porque cada novela para mí siempre es como empezar de nuevo, enfrentar un texto desconocido con la misma cuota de incertidumbre. Pero, me permito todas las vueltas y revueltas que el texto necesita, incluso romper la literalidad para dejar que las novelas fluyan. Por otra parte, mi primera novela, Lumpérica, transcurría en una plaza, un espacio abierto pero, a la vez, restringido. Eso me ocurre, los espacios de varios libros que he escrito son acotados, es un desafío. No tengo un programa de escritura, lo que ocurre es que dejo que el imaginario con la letra se despliegue y, desde luego, el espacio al que accedo es siempre el mismo, porque por algún motivo, las novelas más que en los centros se deslizan hacia los bordes. Mi tarea literaria es apelar o encontrar lo otro en lo mismo, porque ese borde es muy amplio y, de una u otra manera, nunca se termina por la gran dimensión de los mundos que lo habitan, me refiero a los bordes, a las periferias.
¿Cuál fue el contexto de publicación de El cuarto mundo? Aún estaba la dictadura, el libro apareció por una editorial importante (Planeta), y es de imaginar que hubo riesgo, al ser un texto “subversivo”: atenta a lo largo de su “historia” contra toda clase de valores e instituciones: aparecen el incesto y el adulterio, se pone en crisis y disolución la familia y la autoridad paterna, se hibridan y “pervierten” toda clase de sensaciones, sentimientos y pensamientos “de bien”, surgen violencias conscientes y semiconscientes.
–Sí, cuando escribí El cuarto mundo, Planeta instalaba en Chile una producción local, empezaba a editar literatura chilena. Llevé esa novela a la editorial y me entrevisté con su Director que había llegado hacía poco tiempo a Chile. Fue un encuentro importante para mí, porque se trataba del Director argentino Ricardo Sabanes, él aceptó la novela, sin manifestar ninguna dificultad, eso ocurrió ya hace 34 años atrás y, claro, fue, si lo miro desde hoy, asombroso, porque el libro incursiona en la familia y en su desorden, se adentra en identidades sexuales complejas, de hecho, María Chipia es el hermano, trabajé situaciones donde ocurrían desplazamientos. Pero, como dije, tuve la suerte de encontrarme con Ricardo Sabanes que permitió la novela tal cual era, sin el menor cambio. Hasta hoy publico en Planeta en Chile. Bueno, la verdad es que era la tercera novela que publicaba bajo dictadura, las dos anteriores salieron en otra editorial, valiosa, desde luego, pero que más bien se dedicaba a Ciencias Sociales, Ediciones del Ornitorrinco.
¿De qué se trata, y qué significa para vos el hecho de que la editorial Periférica haya encarado como proyecto la publicación de tu obra completa? ¿Te ha llevado a releer y, eventualmente, a corregir? ¿Has hecho alguna mirada retrospectiva o de balance de lo realizado?
–La verdad es que me he dedicado a escribir, ese ha sido mi horizonte. Escribir, así lo pienso, está ligada al goce y también por supuesto es un trabajo, pero, en lo personal, me resulta un privilegio, realmente, digo, salir a ratos del lugar asignado y sumergirme en otras realidades para después, claro, retomar la vida cotidiana. En ese sentido, no me dediqué ni a la gestión ni a la difusión de mis libros, eso puede ser en cierto modo negativo, pero la verdad es que me acomoda mantenerme así, nunca he tenido agente literario, las publicaciones de los libros en otros países ha sido sorprendente, autónoma, interesante. Quiero recordar aquí a Julián Rodríguez, director, junto a Paca Flores, de la Editorial Periférica. Recibí un mail de Julián, un muy buen escritor, invitándome a participar de la Editorial, años después lo conocí, era una persona excepcional, inteligente, simpático, el horror es que murió demasiado joven, es muy trágico, sigo trabajando con Paca, ella es genial. La verdad es que no reescribo los libros para otras ediciones, de pronto hay detalles de detalles que me señalan los correctores, en general tienen razón, pero nada que implique una inflexión nueva en la novela. Sé que llevo siglos publicando, pero no he hecho un balance, prefiero no hacerlo porque soy bastante insegura literariamente y mi balance podría resultar bastante tétrico para mí misma.
¿Tenés planes de nuevos libros? ¿Qué estás escribiendo actualmente?
–Estoy escribiendo un libro y todavía no consigo terminarlo, es nocturno, medio oscuro creo, y ha sido difícil o muy difícil estructurarlo. Pero en el medio escribo ensayos, presento libros, en fin, la vida literaria no se detiene a pesar de la cantidad años que transcurren y no dejan de transcurrir.
¿Cómo leés o percibís la literatura actual, chilena y/o latinoamericana? ¿Hay autores, autoras u obras en particular que te hayan impactado o sorprendido?
–Sí, es un tiempo muy importante para el mundo literario latinoamericano, y chileno en particular, existe un grupo de escritoras y escritores que ya han perfilado lo que se podría denominar como una “obra” y en ese sentido es posible leer sus obsesiones y sus caminos literarios. Nombrar es tan complejo pero, pensando en obras locales ya muy establecidas creo que Nona Fernández y Matías Celedón son ya un referente.