Durante mucho tiempo los artistas visuales tuvieron que luchar contra el prejuicio y el desprestigio de los comisarios de la cultura de su época para que sus actividades fueran incluidas dentro de las artes liberales, como lo eran las letras. Hasta el siglo XVI la pintura, la arquitectura y la escultura fueron consideradas artes mecánicas o serviles, actividades menores, porque se creía que el pensamiento no estaba implicado, no conformaban actividades intelectuales sino oficios manuales, de segunda categoría. Los mayores responsables de su jerarquización fueron los historiadores del arte Alberti y Vasari, que durante el Renacimiento trabajaron para asociar a los artistas a las academias y a la poesía, la gran mimada de la época.
Cuenta Guillermo Saccomanno que cuando terminó el colegio secundario, circa 1966, quería estudiar Bellas Artes pero no lo hizo porque su padre se opuso, no le pareció buena idea. El señor, hijo de inmigrantes italianos criado en Mataderos, autodidacta, lector voraz, dueño de una gran biblioteca, pensaba que el dibujo y la pintura podían ser un buen hobby pero no una manera de ganarse la vida: ¿por qué no estudiaba Derecho? Mientras el padre soñaba con ser escritor -escribía a diario, publicó una novela y una obra de teatro- y deseaba que su hijo lo superara profesionalmente, Guillermo se decidió por Letras. Podemos conjeturar con asombro que quinientos años después de haber dejado atrás las categorías que el Renacimiento hizo trizas, todavía algo de aquel prejuicio negativo hacia las artes visuales seguía tallando en el imaginario de la clase trabajadora y media de la Argentina.
Saccomanno hijo fue un creativo destacado en la gloriosa publicidad de los años 70 (trabajó en las agencias más importantes); en esa profesión encontró el modo de conjugar el ojo artístico y las palabras. En la publicidad el lenguaje condensado, metafórico, sinonímico se usaba con una finalidad: vender un producto, el modo opuesto al de la poesía.
El ojo educado de Saccomanno nunca dejó de latir ante las diversas expresiones manuales, visuales y poéticas mientras se hacía un nombre como historietista y escritor de novelas y cuentos. Se dedicó a conformar un proyecto narrativo consistente y pronto publicó varios libros importantes y ganó el Premio Nacional de Literatura y el Municipal. Desde entonces su trabajo como escritor ha sido full time-full life. Inscripto en el linaje de Arlt y la prepotencia del trabajo y el inconformismo, no hay día en que no se “baje un teclado” (sic).
Sin embargo en estos últimos años retomó con persistencia el dibujo —con carbonilla y con tinta—, las acuarelas y los pasteles. Su afición es tan fuerte que hace unas semanas inauguró una muestra en la librería Menéndez, de Paraguay y Reconquista, en el Bajo. Lejos de aquella jerarquización restrictiva de la Edad Media que condicionó a su padre, y tal vez inspirado en John Berger —una figura estelar de su constelación artístico literaria política—, que dijo que dibujar es descubrir, Saccomanno se pone en juego y se decide a explorar la expresividad de estos materiales con enorme libertad.
En el generoso espacio de arte de la librería, las tintas y los pasteles de Guillermo se disponen en cuatro paredes muy blancas. Las líneas de las tintas crean signos nuevos, vibrantes; no buscan la representación, refieren a la ciudad y también al mar, en la experimentación de una sensibilidad estética, organiza el mundo en trazos precisos (en los que pervive todavía el impulso) y da forma racional a una realidad plástica de enorme belleza. Los pasteles refieren a paisajes; parecen surgir de una interpretación intuitiva de la naturaleza y en otros casos son abstracciones mentales que investigan el color sobre los efectos de iluminación.
Hay una correspondencia entre los últimos libros de Saccomanno, más ligados a la poesía y a la condensación de la escritura, y estos trabajos. Ambos oficios comparten una poética: la línea de sombra, el contorno, el perfil, la expresión que encierra el contenido, la idea interior.
El título de la muestra, Sin palabras, parece decir que con este gesto se intenta salir hacia fuera de la literatura, para fugarse de ella; sin embargo la disposición de los materiales, su representación, el trazado y el proyecto y su inscripción nos vuelven irremediablemente a la escritura y al lenguaje, a su ilusión de realidad y al mismo tiempo a la materialidad misma de la generación/ producción. El gesto de Saccomanno es tímido, casi como si tuviera que pedir permiso para abordar otro plano, otro palo, pero se afirma en su gesto, como si Pound le estuviera diciendo al oído: “El artista siempre está empezando. Cualquier obra de arte que no sea un comienzo, una invención, un descubrimiento, tiene poco valor.”
Sin palabras, dibujos y pinturas de Guillermo Saccomanno. En Menéndez Libros, Librería y Espacio de Arte, Paraguay 431, CABA, hasta el 30 de diciembre.