La novela “ciberpunk” Materiales para una pesadilla (Aquilina Ediciones), de Juan Mattio, ganó la tercera edición del Premio Fundación Medifé Filba, dotado de 750.000 pesos. El jurado integrado por María Teresa Andruetto, Fabián Casas y Mariana Enriquez definió la novela ganadora como “compleja, emocionante y ambiciosa, incómoda, para nada complaciente” y destacaron que “trabaja sobre la fragilidad de lo humano y sus certezas, sobre los lenguajes y los duelos, sobre cómo esos lenguajes producen realidades y alienaciones” en una trama en la que “habitan con soltura diferentes voces y tiempos”. Y concluye el jurado: “Con ecos de La ciudad ausente, de (Ricardo) Piglia, los relatos que en ella convergen se ofrecen como una maquinaria de producir memoria, dolor, violencia, pero también belleza. Ficción anticipatoria, experimental y a la vez novela de aprendizaje, a lo largo de sus casi cuatrocientas páginas visita persecuciones, terror y militancia de los años setenta y un futuro virtual donde lo humano (y su relación con muertos, fantasmas y avatares) se disuelve”.
La novela de Mattio se impuso entre las otras cuatro finalistas que habían quedado en la “lista corta”: La jaula de los onas (Alfaguara), de Carlos Gamerro; Modesta dinamita (Blatt & Ríos), de Víctor Goldgel; Olimpia (Tusquets), de Betina González; y Hay que llegar a las casas (Libros de UNAHUR), de Ezequiel Pérez. Desde que en 2020 se lanzó el Premio Fundación Medifé Filba de Novela, que reconoce la mejor novela de un autor argentino publicada en el país el año anterior, resultaron ganadores El último Falcon sobre la tierra (Baltasara Editora), de Juan Ignacio Pisano, y en 2021, Los llanos (Anagrama), de Federico Falco. En Materiales para una pesadilla, el escritor enlaza la vida de una investigadora obsesionada con una máquina diseñada durante la dictadura, una programadora que desea comunicarse con los muertos y un escritor que integró las filas de los servicios de inteligencia.
Mattio (Buenos Aires, 1983) cuenta a Página/12 que está “muy contento”. Ganar el Premio Fundación Medifé Filba “significa mucho” porque Materiales para una pesadilla es una novela en la que trabajó cinco años y en la que intentó agotar sus propias fuerzas de escritura. “Eso no quiere decir nada a favor o en contra de la novela, habla más bien de un proceso que fue arduo”, reconoce el autor de Punto ciego (Vestales, 2015), escrita en colaboración con Kike Ferrari, y Tres veces luz (Aquilina, 2016), con la que obtuvo una mención en el premio Casa de las Américas (Cuba). “Creo que el sistema de ‘novedades’ de nuestro campo literario suele ser muy cruel con los libros una vez que tienen su pequeño momento de exhibición, de modo que una lista de diez libros publicados el año pasado que pueden volver a armar algo así como un mapa de lecturas es muy interesante. Es un premio, además, en el que estuvieron finalistas escritores y escritoras que admiro mucho y donde el jurado estaba compuesto por personas que escriben una obra que me interesa y a la que me acerco desde hace muchos años”, agrega el escritor que forma parte del Proyecto Synco, un observatorio de ciencia ficción, tecnología y futuro que toma su nombre de un sistema de información y control en tiempo real de las empresas de propiedad social durante el gobierno de Salvador Allende en Chile.
-En la novela se despliega la potencia y la impotencia del lenguaje. ¿Cómo es tu relación con el lenguaje? ¿Hay algo de fascinación y rechazo, de amor y odio?
-El lenguaje es una materia opaca, en el sentido de que no es un medio directo para relacionarse con el mundo. No hay una relación de uno a uno entre las palabras y las cosas, porque el lenguaje está cargado de pulsiones, de marcas ideológicas, de fantasmas. En ese sentido, escribir es manejar un elemento muy inestable y, a la vez, maravilloso. Es una tarea inquietante. La fascinación viene de haber visto, de muy pequeño, a personas queridas que sufrieron enfermedades relacionadas al lenguaje, quiero decir que las palabras ya no les servían para comunicarse con el mundo porque estaban siendo habladas por las fuerzas del delirio. Supongo que esa experiencia inicial construyó la ambivalencia entre rechazo y fascinación.
-¿Cómo fue escribir y pensar a un escritor que formó parte de los servicios de inteligencia? ¿Qué desafíos te planteó el personaje?
-De algún modo estamos acostumbrados a pensar en la figura del escritor como alguien que participa del “buen sentido” social, alguien que es progresista, que apoya causas justas, que tiene cierta lucidez en sus intervenciones. Lo cierto es que hay toda una enorme tradición de escritores conservadores que desmiente esa percepción, de Céline a Ezra Pound, de Faulkner a Borges. A mi me interesaba pensar en un escritor que se siente atraído por un proyecto en el que se estudia el lenguaje para capturar disidencias políticas y no siente ningún remordimiento. ¿Qué pasa cuando todo ese conocimiento y reflexión sobre las palabras son utilizadas para perseguir personas? ¿Cómo podría ser útil el conocimiento del lenguaje para un gobierno totalitario? Y eso, a su vez, me permitía reflexionar sobre ciertos mecanismos en la producción de discursos a los que de otra manera no hubiera podido acceder.