Una hoja plegada con poesía del derecho y del revés fue suficiente para edificar un reino. Entre 2004 y 2012, ese reino se expandió y –como el castillo ambulante que alguna vez imaginó Hayao Miyazaki– viajó hasta muy lejos, sumó poetas y artistas, fue ciclo de lecturas, transmutó en otros proyectos editoriales y finalmente, al extinguirse, renació convertido en libro. Esa podría ser la historia de Color Pastel, fanzine de poesía, que a lo largo de sus doscientas páginas hace un doble movimiento. Por un lado, esta compilación traza un panorama de la poesía escrita en Buenos Aires –con aportes de otras geografías como Santa Fe, Córdoba o Entre Ríos y también Uruguay, Perú, Venezuela o Bolivia– durante más de diez años. Pero a la vez, relata su propia historia. Y en ella, los modos que tiene la poesía de ser un género que se reinventa a sí mismo gracias a esa peculiar alianza que establecen poetas, editores y gestores culturales (que en algunos casos, son todo a la vez).
Sentado en la mesa de un bar de San Telmo, Germán Weissi –editor de Color Pastel; es decir, del fanzine y también del libro– dirá que sí, que la idea de un reino construido con algo tan precario como un fanzine es bien poética. Pero que puesto a elegir, a él le gusta más pensar que fue un aquelarre, una gozosa serie de casualidades que tejieron redes persistentes o simplemente, la pista de una disco donde todos y todas están invitados a bailar. Y si suena Madonna o Tori Amos (a las que adora y a quienes rindió homenaje con antologías específicas que combinaron poesía, narrativa y obra visual), mejor.
“Ya sé que cada persona te debe decir lo mismo en las entrevistas pero realmente este libro es un sueño. Porque de alguna manera, es haber logrado capturar la esencia del fanzine, que por su propia naturaleza, fue dispersa. Y que fue creciendo gracias a la colaboración de un montón de gente que escribió, difundió e incluso, se llevó el fanzine de viaje para soltarlo en otros lados”, dice y señala un ejemplar color verde agua con letras magenta, violeta y anaranjadas que descansa a su lado. Hay algo naif en esa portada. Sin embargo, allí debajo late un universo explosivo hecho de palabra poética, un género que nunca termina de ponerse de moda, que rara vez ocupa un lugar relevante en los desvelos de editoriales mainstream o de suplementos culturales, al que todos reverencian pero no todos leen (incluso están los que se ufanan al decir que “la poesía no se entiende”). La poesía, esa pequeña voz del mundo –según la ha nombrado Diana Bellessi– que se ocupa de lo ínfimo, lo desechable, lo que tan rápido fuga.
El sueño de Weissi comenzó de casualidad allá por el año 2000, cuando una tal “Sor Juana” le empezó a escribir mails a la poeta Romina Freschi, al frente del bar Cabaret Voltaire, donde por entonces se hacían ciclos de poesía. Sor Juana, obvio, no era esa monja que se adelantó varios siglos con su poesía y su feminismo. Se trataba de un chico, Weissi, joven estudiante de traductorado que había atisbado un proyecto propio luego de coleccionar las plaquetas editadas por Siesta, Del Diego o Belleza y Felicidad, ahí donde bullían voces nuevas. Junto a su amigo Facundo Albano, decidieron fotocopiar hojitas con poemas y repartirlas por donde anduvieran. Casi a modo de homenaje, las dos primeras elegidas fueron Olga Orozco y Alejandra Pizarnik. Al poco tiempo, Albano tomó otro camino aunque el nombre “Color Pastel” fue una ocurrencia suya, una asociación libre y caprichosa que surgió a partir de los versos “ellas nunca besarán estos labios” leídos por Anahí Mallol alguna de esas noches en el Voltaire.
Weissi ya estaba entusiasmado con la idea de compartir la poesía que le gustaba así que lanzó una convocatoria a través del newsletter de la biblioteca online Zapatos Rojos, otro emprendimiento de Freschi, en una época donde la interacción a través de las redes sociales aún seguía en etapa experimental. Además de varios poetas, allí apareció la diseñadora gráfica Laura Mazzini, quien desde entonces es coeditora en éste y otros proyectos.
La definición era simple: hojita literaria, plaqueta, pliego. Una hoja A4, doble faz, doblada. Cada edición dedicada a un poeta. En la parte de atrás se incluía la leyenda: “Color Pastel es una distribución gratuita de poesía. Es lo más fácil de fotocopiar, doblar y llevarse de viaje. Permitimos y fomentamos cualquier tipo de reproducción del texto (siempre citando el nombre del autor)”.
Pronto, el fanzine comenzó a circular en centros culturales, teatros, librerías, festivales de cine, bares, facultades, lecturas, bibliotecas, recitales, en fiestas varias, junto con otros fanzines y revistas como Plebella, Circo de Pulgas, Billa o Pistilo. Se distribuyó con regularidad a lo largo de las provincias y en otros países. Las ediciones fueron traducidas al inglés, francés, italiano y catalán. Incluso en 2007, recibió la distinción Clamor Brzezka de Vórtice Argentina “por la audacia, la imaginación y la más arriesgada manera de difundir poesía”.
“Armábamos los fanzines con los poetas que nos interesaban. En algunos casos, ellos nos ofrecían textos y en otros, nosotros llegábamos a esos textos yendo a lecturas, comprando libros, leyendo blogs, que en esa época eran una forma muy común de divulgar obra sin tener que pasar por una editorial”, cuenta Weissi. De hecho, el índice del libro está formado por textos de más de cien poetas; o sea, el catálogo completo. El criterio fue presentar a los autores tal como fueron incluidos en cada uno de los 120 fanzines publicados entre 2004 y 2012. Además, se incluye un apéndice con la biografía de cada uno.
Así se evidencia cuán heterogénea (y democrática) es la selección en cuanto a propuestas estéticas. Y si fuera posible contar de qué hablan los poemas, el tema sería el amor –que en varios casos se aleja abiertamente de la de la héteronormatividad– y también, diversas formas de la ausencia. “Es mentira pero/ ahora me enamoré de un bailarín/ que es un muro y un abismo/ (...) yo tenía un concepto muy limitado de esas/ artes escénicas/ para mí la danza contemporánea/ eran tres maricas y una hippie recuperada/ que se revolcaban en el piso/ al ritmo de la música de Amélie”, escribió Dani Umpi. “Es ella/ la que se despide/ esta vez, y mira con un/ voy a extrañarte no me olvides/ no me dejes en los labios/ lo que besa la almohada”, escribió Clara Anich. “Y al fondo/ de toda esa espesa maraña, la boca de mi amigo/ abriéndose y cerrándose/ como un volcán en ebullición”, escribió Osvaldo Bossi.
Color Pastel fue la primera publicación de autores como Juana Roggero, Laura Arnés, Gael Policano Rossi y Belén Iannuzzi, entre otros. También poetas consagradas como Bellessi, María Teresa Andruetto, Mirta Rosenberg y Liliana Ponce tienen su edición. En la introducción del libro, Freschi resalta que “a todos se les dio el mismo lugar y se los distribuyó con igual entusiasmo. Ya que fundamentalmente, lo que importaba era la llegada a quien quisiera leerlos”.
“Nuestra amistad con Weissi creció cuando compartimos una breve residencia en el Viejo Hotel Ostende, en la que también participaron Jimena Repetto y Valeria Iglesias, ambas poetas de Color Pastel”, recuerda Ponce, quien no cree en diferencias generacionales o en alguna supuesta élite de consagración al momento de compartir espacios. “Me parece que si alguien quiere publicar o difundir la obra de poetas –un gesto de generosidad y respeto artístico–, ¿por qué no colaborar?”, observa.
Marina Mariasch –incluida en este libro– creó la editorial Siesta y la llevó adelante junto a Santiago Llach a mediados de los noventa. Ella dice que el proyecto fue un modo de fijar en el papel la evanescencia de las lecturas, que por entonces comenzaron a multiplicarse. “Los libros de Siesta eran un pliego de papel obra doblado en ocho partes. El papel era bonito y barato, tanto como cada uno de los ejemplares, que además eran fáciles de llevar de acá para allá. Color Pastel recuperó ese concepto de economía, belleza y trashumancia”, explica. Andi Nachon –que participó con tres exquisitos poemas agrupados bajo el título “Canciones incómodas”– rescata también la belleza como cualidad: “Estas plaquetas eran una suerte de regalo muy cuidado y delicado que Germán y Laura idearon desde sus intereses y sus gustos por la poesía argentina y de algunos alrededores”. Y agrega: “Ese gesto, casi un potlach, me pareció lo más atractivo del proyecto Color Pastel. En cada tirada, además, había algunas plaquetas intervenidas por artistas visuales que hacía de cada A4, una obrita única”. Algunos de esos artistas fueron Norberto José Martínez, Mercedes Fraguas y Eleonora Fernández.
Si el fanzine se inspiró en proyectos ya existentes, también ayudó a dinamizar otros. Roggero creó en 2007 el grupo de acción poética Enjambre junto a Mónica Rosenblum, Juana Peralta, Teresa Elizalde y María Gutiérrez (algunas de ellas, incluidas en esta antología). “Con Enjambre tuvimos un ciclo de poesía llamado ‘¡...Oh, aquellos banquetes avestrúsicos...!’. A muchos de los poetas que invitamos los habíamos conocido por medio de Color Pastel. Además, Germán iba a cada evento y repartía plaquetas de quienes leían esa fecha, y también de otros para que el público los conociera. La labor de difusión de poesía que hizo Color Pastel fue gigantesca y, me animo a decir, imprescindible”, dice esta poeta, que además colaboró en la corrección del libro.
Durante varios años el ritmo de publicación fue quincenal, luego pasó a ser mensual. El primer número se celebró con una lectura en el espacio lésbico feminista La Fulana y luego se sumaron otros lugares, desde Belleza y Felicidad hasta Casa Brandon. Incluso se desplegaron acciones poéticas en Marchas del Orgullo LGTBTI y en los Encuentros Nacionales de Mujeres. De manera paralela, hubo colecciones especiales (como la “San Valentín”) y ediciones aumentadas. En 2011 y 2012, Weissi y Mazzini pasaron la posta y así es como Freschi, Ivana Gamarnik y Paola Ferrari se encargaron de seleccionar los poemas publicados en los últimos números. “El fanzine cumplió un ciclo porque con Laura nos pusimos a trabajar en otros proyectos. Pero nunca nos olvidamos de que queríamos compilar todo el trabajo en un libro”, cuenta el editor.
Ese deseo dialoga con el poema “La hiedra de la constancia”, que Carlos Battilana compartió para ser publicado en uno de los fanzines de 2008. “Para no decir/ que esto/ es esto otro,/ para no usar palabras/ que los escribas cansados/ se permiten/ sin acertar/ retomo aquella huella/ este minúsculo aire/ que el bosque/ con su razón/ reclama”, escribió en un tramo. Ahora, el poeta afirma: “Siempre leer poesía, de cualquier modo que llegue y en cualquier soporte, es una experiencia que toca algo del orden de la conmoción, aunque sea una resonancia leve. Por eso, su circulación es un hecho decisivo en la historia rítmica y sonora de una lengua. También, de sus sentidos”. En ese contexto, aporta, “ya con la existencia de blogs y la multiplicación de poesía en Internet, Color Pastel era como uno de los últimos avatares del papel en una publicación periódica”.
Si bien la poesía se escribe de manera individual, ese minúsculo aire –siguiendo lo dicho por Battilana–, se trasforma en rumor colectivo al ser compartido y multiplicado. Color Pastel engarzó su voz con la de quienes siguen escribiendo poesía y difundiéndola. Y lo hizo de un modo sencillo pero aún insuperable: a través de un objeto que se puede guardar, plegar, intervenir, regalar. En igual sintonía, el libro busca hacer su propio recorrido, ser la caja de resonancia de todas esas estéticas que conviven y a veces, entran en disputa. Es justamente esa diversidad la que mantiene a la poesía viva. Ramificada, dispuesta a perderse en todos los pasadizos de los castillos, dispuesta a seguir gozando en cada pista de baile.
Color Pastel se consigue en las librerías Mi Casa (facebook.com/libreria.micasa/), A Cien Metros de la Orilla (facebook.com/acienmetros/) y Runrún (facebook.com/runrunlibros/).