Dos mundos que se superponen, que amontonan en un mismo plano a quienes están unidxs a Isabel, que desea pasar de un lado a otro pero está atada al suyo y parece nunca poder (o querer) desprenderse del todo para cruzar la frontera. Una fiesta (de fin de año) que está en otro lugar, que parece terminar pero siempre continúa, la búsqueda de un reconocimiento que es esquivo y la muerte de un vecino. De esto va Fiesta en el jardín, una obra de Mora Monteleone inspirada en cuentos de la escritora neozelandesa Katherine Mansfield, que puede verse el viernes 2 a las 21, los sábados 3 y 10 a las 21, y los domingos 4 y 11 a las 20, siempre en el Cultural San Martín, Sarmiento 1551.
"La idea era tomar mundos, personajes y situaciones de textos de Mansfield y traerlos al Buenos Aires actual", explican Monteleone y la codirectora María Sevlever. "Esos dos universos tenían que ver con las relaciones entre las personas, el deseo individual y el mundo artístico. No el arte como tema, sino el mundo de los artistas: quiénes son y cómo se comportan; nos interesaba la parte más social", detallan a dúo.
En ese jardín de la enorme casa familiar comparten la fiesta de fin de año amigxs artistas de Isabel y su novio ingeniero agrónomo, la bohemia creativa y la manipulación de procesos naturales, la despreocupación por el tiempo que transcurre y el reloj como organizador de la vida, el disfrute sin medidas y la planificación de gastos e ingresos. Esos mundos representados no solo en el deseo, las palabras y las acciones, sino hasta en el vestuario, que expresa la coexistencia de esas visiones pero también, aseguran Monteleone y Sevlever, recrean el universo de Mansfield, que escribió hace un siglo.
► Ganas de ser y de no ser
La autora también sube a las tablas para darle cuerpo a Candela. Y dice que cuando leyó los cuentos le pareció que lo que Mansfield estaba mostrando sobre sus contemporáneos y los mundos que habitaba, le hablaban a Monteleone sobre su generación. "Nos sentimos muy solos, todo es nuevo, como los problemas a los que nos enfrentamos, y fue una especie de consuelo que Mansfield encontrara esa misma soledad, esa misma desolación, de no saber bien cuál es el obstáculo para la felicidad", reflexiona.
El mundo social de lxs artistas conversando sobre su trabajo y su vida es uno que Monteleone y Sevlever conocen bien porque lo viven. Fiesta en el jardín es, así, un trabajo sobre su propio universo, una exhibición pública (ficcional) de la cotidianeidad que comparten con otrxs. Una mirada sobre sí mismxs que expone virtudes y miserias, como un espejo que refleja y a la vez refracta esa realidad.
Monteleone cuenta que querían mostrar dos momentos en relación al mundo artístico. "Por un lado, un aspecto más venenoso, de competencia. Es muy desesperante para la protagonista no tener con qué ser reconocida. Y por el otro lado, está el momento luminoso de compartir entre los que nos dedicamos a los mismo, crear juntos, reírnos de lo mismo", se entusiasma.
¿Se identifican sus amigxs con esa intimidad proyectada? "Saber que nosotras mismas estamos involucradas hace que no lo vea como una crítica exterior, como un señalamiento a algo de lo que no soy parte", se planta Sevlever. Aunque Monteleone confiesa que "es medio terrible"; bromea, pero no tanto. "Me gustó mucho un comentario de un amigo, que vio la obra y me dijo que le daba ganas de ser y no ser esas personas", se divierte.
Todo transcurre en la fiesta de fin de año, frontera que solo existe en los calendarios, en la que se hacen balances, promesas y proyectos, y la ansiedad de cumplir con el "deber haber sido" carcome a lxs ocho personajes. Una fiesta que está presente en las proyecciones de video, donde se baila, hay sonrisas y alegría, donde se supone que es todo diversión aunque no podemos escuchar ni una palabra. Es todo imagen, una pantalla. Mientras tanto, en el jardín por momentos esas pantallas caen y se animan a mostrarse como son: tímidxs, burlonxs, sincerxs, frustradxs, crueles o asustadxs. Y eso tiene sus consecuencias.
► La presión de la libertad
El equipo de la obra son pibxs que hacen lo suyo, y a partir de ese trabajo se incorporaron a la obra. Actorxs, poetas, artistas plásticxs, músicxs, realizadorxs audiovisuales. Y en cada función hay poetas invitadxs que leen su trabajo, por lo que cada una es efectivamente irrepetible, y tanto en la platea como en el escenario escuchan por primera vez esas líneas. Una generación de nacidxs en los '90, coinciden ambas, que perdió la referencia de los "grandes relatos" de proyectos colectivos con un horizonte común, para caer en un individualismo feroz, en el que éxitos y fracasos se asumen como puramente personales, sin un contexto que defina posibilidades. Una carga feroz.
Para Sevlever, hoy asumimos que las estructuras del siglo pasado no tienen tanto peso, que ahora es liviano elegir modos de vida diferentes, y hay algo de la ansiedad y la presión por esa libertad de poder ser todo goce, todo disfrute. Deberíamos estar disfrutando más la vida porque no hay mandatos que cumplir", reflexiona. A lo que Monteleone suma: "Sabemos que no es nuestra culpa y tratamos de recordarlo, y otra cosa es lo que uno siente, que es lo que vale la pena exponer porque es lo que está azotando todo el tiempo", aclara.
"Vivimos una educación progre que nos enseña a no sufrir porque hay gente con vidas mucho más difíciles. Lo sabemos, está claro, y eso aumenta el sufrimiento. Una se siente mal, y se siente culpable por sentirse mal", ríe. Ambas acuerdan en que "con el auge del feminismo eso pasó en otros ámbitos" y "por ejemplo, si te deja un novio no podés llorar en público". Y concluyen: "Entonces hay algo ahí que aumenta la soledad, porque todo nos parece indigno de alguna forma".