Pensarme desde una canción primordial en mi vida se hace bastante difícil, ya que desde muy chico la música forma parte de mí, pero sí puedo contar cuáles fueron los caminos que me llevaron a conocer a una de las artistas más pregnantes de mi ADN musical: Leda Valladares.

Mi papá, gran médico (pero un pianista frustrado), ponía los vinilos de jazz o música clásica a todo volumen. Literalmente en la manzana todos sabían que Chacho se había despertado de la siesta porque se escuchaba su música a una cuadra, a veces una cuadra y media, a la redonda.     

Ser músico no fue mi primera opción, en un principio fue el cine, quería ser director,  pero sí fue la elección por la que me decidí, por la que opté hacerme cargo de lo que quería vivir, sabiendo que muchas veces se iba a transformar en una montaña muy empinada.

Cuando empecé a estudiar música ya había pasado por dos bandas y unos demos que copiábamos en nuestras casas. En ese momento la canción pop/rock estaba más presente en mi que en estos últimos tiempos. Mis letras no perdían esos aires de amor, desamor, de búsqueda, pero todavía me faltaba algo.

Empecé estudiando guitarra durante los primeros dos años, pero no me cerraba del todo, menos cuando mis profesores querían que cante y no que toque. La verdad es que siempre estuve de acuerdo con ellos, prefería cantar que tocar la guitarra. Creo que no lo hice desde el principio por algún tipo de vergüenza.

En el lugar donde hice mi carrera los primeros años se veían diferentes géneros musicales para después elegir una “especialización”; fue ahí cuando llegó el momento de estudiar folclore. Tuve grandes maestros del género y aprender a tocar y cantar varios de los estilos que hay dentro del repertorio ya era una misión cumplida y, por otra parte, del folclore me había enamorado, no había vuelta atrás.

En una de las clases de canto (del instituto de música popular donde estudié), mi profesora me pasó un disco para que eligiera una canción y la estudiara (empezábamos a ver vidalas, bagualas, etc). El disco era América en cueros, un registro recopilado por Leda Valladares. Lo escuché… encontré lo que estaba buscando. Era, y sigue siendo, emocionante hasta las lágrimas, un grito de lucha y de amor, un grito que pide ser parte de la propia tierra. Pasan las canciones hasta que unas cajas comienzan a golpear, y dos voces (las de Leda Valladares y Litto Nebbia) armonizando perfectamente, enuncian: “Mañana por la mañana, será mi despedimiento, a lejanas tierras me voy, con el agua y con el viento. Ay ay ay, sentido me voy de aquí…” 

La canción es “Ya viene la triste noche”, una vidala desoladora que anuncia una despedida, y, desde una óptica personal, por momentos, un cambio. Un momento de reflexión e introspección. Una melodía que se repite en todas sus estrofas y que no necesita nada más; todo está planteado perfecto y simple.

 “Ya viene la triste noche, pa´ mi que vivo penando, vengan los que tengan sueño, yo los velaré cantando. Ay, ay, ay sentido me voy de aquí…”. Esas palabras me atravesaron el cuerpo entero, era lo que necesitaba escuchar, una mezcla perfecta de militar las voces de nuestros pueblos originarios y dar a conocer las verdades de las tierras sin voz. Quise seguir esos caminos, esos recorridos vocales, esos cantos de amor, esa necesidad de pisar firme y estar ahí, presente.

“Ya viene la triste noche” sigue siendo una canción que me enseña, que me deja marcas profundas cada vez que la escucho, o que la canto; pero sin dejar de decir que América en cueros es una obra necesaria y vigente.

El folclore está tomando cada vez más protagonismo en varias generaciones, por lo que me resulta importante y fortalecedor ver diferentes personas con edades tan disímiles disfrutando de lo mismo. Me hace creer que hay una unidad posible y un lenguaje común para todos, que  la música y las raíces se hacen uno con la gente.

En mi caso particular decido con la música aprender a cantar y a escribir, no para imitar, sino para honrar a quienes me enseñaron y me enseñan a luchar por lo que hoy creo: por las canciones, por comunicar e intentar dejar una huella, por amar hasta que me explote el cuerpo.


Diego Martez es cantor y platense. Editará su último disco, Lo perdido, bajo el sello discográfico Concepto Cero, que cuenta con la producción artística de Shaman Herrera, la participación especial de Charo Bogarín (Tonolec), Sofía Viola, María Ezquiaga (Rosal) y el mismo Shaman, y la masterización del renombrado ingeniero de sonido, Andrés Mayo. Referente de la canción platense con más de 15 años de trayectoria, ha compartido escenarios y fechas con artistas como Ana Prada, Sofía Viola, Pablo Dacal, Georgina Hassan, Ezequiel Borra, Coiffeur, Rosario Bléfari, Rosal, Lucas Martí, María Ezquiaga & Darío Jalfin, Lucio Mantel, Diego Rolón, Loli Molina, Paula Maffia, Patricia Kramer, entre otros.