“...ojalá te enamores...”[1]

                                         A los objetos “a” capaces de causar nuestro deseo.

Planteamos una serie de interrogantes sin pretender cerrar una complejidad, leyendo aquello que atraviesa transversalmente lo social y subjetivo, como síntoma epocal, en relación con las formas de hacer lazo, en concreto el uso de las apps de citas.

Las apps de encuentros y citas responden a una necesidad estructural de los sujetos: la de establecer un lazo social con los otros, asumiendo la dificultad y las limitaciones en los modos de circulación tradicionales. Son una reinvención mediada del encuentro cara a cara, que regula la aleatoriedad y aporta un marco de interacción diferente.

Desde la teoría lacaniana podemos pensar la afinidad de estas apps con la circularidad del discurso capitalista, la idea de un posible consumo (de otros) que confina con una pulsión, la exterioridad, la mediación que promueven los gadgets, los medios técnicos y una implicación virtual que puede deshacerse sin más. La caída de los velos tradicionales y el rol de la tecnología, como un nuevo velo que nos convierte a todos en personajes anónimos.

Lacan llega a decir en el seminario Aún que “el discurso capitalista rechaza al amor”. En la órbita del discurso capitalista actual quizás no cesa de no escribirse la castración, las aplicaciones reproducen este circuito ilimitado, circular, donde todo se puede, en el consumo “de otros”.

Las apps de citas se inscriben en la lógica capitalista, en su forma de presentación y consumo, a la carta, circular incesante y masivo. Un exceso regulado donde se puede bloquear, denunciar, banear y deshacer los match, a golpe de clic. Son intuitivas y simples, se sostienen “supuestamente” en la lógica del cuidado y la no exposición.

Quizás los sujetos se abren un perfil en una app de encuentros para enamorarse o tal vez para no hacerlo. Para estar a salvo de la contingencia, de la exposición, de lo inesperado que caracteriza a un encuentro espontáneo y azaroso. En un primer momento, todo el dispositivo parecería ir en contra de cualquier encuentro posible. El empuje de los sujetos es quien lo hace posible. Para que algo suceda, lo contingente y el puro azar aún deben advenir. Quien comparece en la escena, o no, siempre es el sujeto.

En este contexto el encuentro se rige por un nuevo encuadre, un para todos desde la lógica fálica, donde ser la excepción y moverse fuera de estas reglas se torna cada vez más difícil.

Las apps propician una lógica compulsiva de consumo de imágenes, con la fantasía del encuentro real. El encuentro fortuito, de un otro, confina con la singularidad fantasmática de los sujetos, un goce autoerótico se pone en juego en el mirar y ser mirado, que no siempre promueve el contacto, la mirada queda capturada en la pura repetición.

Las apps contribuyen a reavivar la pulsión, que sabemos no se satisface, sitúan al sujeto en la lógica del malestar y la insatisfacción, en la mera repetición de un consumo virtual que no cesa.

La búsqueda de amistad, pareja, levantes, partenaire, en su infinitud se convierte en un consumo más, en términos de ostentación y ante la mirada del Gran Otro. Lo imaginario adquiere relevancia, y la puesta en juego de la cuestión fantasmática determinará los modos de interacción. Lo que con más dificultad comparece es el deseo.

Primer tiempo. Ver, dar a ver, la pulsión escópica, las imágenes configuran un breve relato, el cuerpo que busca, en la ausencia- presencia insistente, otros cuerpos. Primer contacto, cada uno a solas con las imágenes de otros cuerpos, aquello que se ve siempre está atravesado por la propia proyección fantasmática, el otro es fantaseado y completado por el que mira, primer efecto de distorsión.

Si el fantasma es el marco a través del cual miramos al mundo, como nos dice Lacan en el seminario 10 La Angustia, las apps son una ventana para acercarnos, asomarnos acotadamente a la vida de los otros en 9 fotos, 500 caracteres y quizás una canción. Nuestro fantasma proyectará el resto.

Segundo tiempo. La interacción. El impacto del discurso feminista ha tenido efectos en la forma de regular y establecer los encuentros sexoafectivos.

Como ejemplo del estado de cosas, solo basta mencionar la clásica relación heteropatriarcal en torno a las posiciones deseado-deseante. Para las mujeres históricamente ha implicado responder al deseo masculino, en posición de objeto deseado. Este deseo masculino hoy cuestionado se escamotea frente a lo femenino. Para poder ser objeto del deseo masculino, las mujeres no debían presentarse como sujetos de deseo --deseantes--. Aquí se establece la novedad radical que pone en entredicho y remueve las formas convencionales de establecer los encuentros.

Acercarse de la forma tradicional a desconocidos, hacer circular el deseo, raya el límite del acoso, tanto para mujeres como para varones. Las apps funcionan como velo y pantalla, los sujetos se protegen, se ponen en circulación sólo cuando se sienten seguros.

El plano de la fantasía que se despliega para algunos desde el lado del amor y del encuentro anhelado también puede adquirir las formas más descarnadas y perversas, para otres. Se ponen en juego los fetiches, las fantasías más escandalosas y todo tipo de perversiones. La app llega hasta ahí, ofrece un marco con ciertas seguridades, salirse implica hacerse responsable de regular la comunicación.

Aceleración en los tiempos del cortejo y la elección

Estas nuevas formas de establecer lazos son evanescentes, tienen que ver con lo ilimitado y con la regulación de los goces que entran en juego; el riesgo de que alguien entre --virtualmente-- en la vida de otra persona. Chats, videollamadas, promueven una cercanía sin contacto real, la fantasía de que alguien participe de la propia cotidianeidad, ocupe un lugar y de repente desaparezca.

Los vínculos son líquidos o gaseosos, se escabullen, no hay compromisos afectivos a priori, los sujetos funcionan como objetos de consumo sexoafectivo. Invirtiendo la lógica lacaniana que apunta de la impotencia a la imposibilidad, a la hora de asumir que “la relación sexual no existe”, tal como lo indicó Lacan en sus seminarios, esta es una lógica que va, desde la imposibilidad a la impotencia para encontrar un lazo que nos anude con el otro.

Existe un rechazo de la castración, donde todo es posible, característica del discurso capitalista, tal como lo dice Lacan en el texto Hablo a las paredes, donde se “dejan de lado las cosas del amor”, lo que nos reenvía a una demanda insaciable e insatisfecha.

Los sujetos se encuentran a la intemperie en relación con su propio deseo, que se escabulle, y a soportar el encuentro con el deseo de otros. En la economía libidinal actual se suprime el amor, sus problemas y se evitan los conflictos. El capitalismo quiere a los sujetos en soledad, a solas con el goce. Alienados a una pantalla, imaginando un encuentro ideal, con un “otro que no existe”.

Lo que insiste: “a”.

Aun así, los sujetos insisten en su búsqueda y en el anhelo de un encuentro que acontece, las formas han cambiado pero los sujetos siguen buscando ese “a” objeto indiscernible, la mirada va hacia él, objeto indeterminado e inaprensible, que se capta o no en el otro.

Lacan nos dice en el Seminario X: el “a” es el objeto causa de deseo, es a lo que se apunta en el encuentro con el otro, no es especularizable, es un objeto evanescente que se constituye por su presencia y ausencia, sobre todo en su falta, indeterminable, aislable pero que de algún modo siempre está ahí. Si bien el concepto de objeto fue introducido por Freud como aquel objeto perdido del deseo, este objeto tiene una relación contingente con la pulsión. La búsqueda de este objeto “a” es siempre la de un objeto perdido, vuelto a encontrar, dirá Lacan en el seminario 4. Este objeto se convierte, entonces, en “objeto causa de deseo”, por lo que podremos inferir al deseo como causado.

Se nos plantean aquí algunos interrogantes: qué ocurre con el deseo en las aplicaciones de citas, ¿logran causarlo, o lo obturan por saturación?

Habrá pues quienes lleguen a conectar a través de las apps, a encontrar algún atisbo en el otro de ese objeto “a” que causa un deseo, un disparador, una palabra, una pregunta bien formulada, “el brillo en la nariz”.

La pregunta que insiste es ¿aún existe un lugar para la contingencia, lo fortuito, lo no calculado, el desconcierto ante el encuentro con el otro?

Estela Canuto es psicoanalista y comunicadora social.


Referencias bibliográficas:

Alemán, Jorge (2021). Ideología Nosotras en la época. La época en nosotros. NED ediciones.

Alemán, Jorge. Sergio Larriera (2007). El inconsciente: existencia y diferencia sexual. Editorial Síntesis.

Freud, Sigmund (1912) Sobre la más generalizada degradación de la vida amorosa (Contribuciones a la psicología del amor, II).

Lacan, Jacques (1994) La relación de Objeto (1956-1957). Seminario 4. Editorial Paidós.

Lacan, Jacques (2004) La angustia (1962-1963). Seminario 10. Editorial Paidós.

Lacan, Jacques (2010) Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis (1964). Seminario 11. Editorial Paidós.

Lacan, Jacques (2012) O peor (1971-1972). Seminario 19. Editorial Paidós.

Lacan, Jacques (2015) Aun (1972-1973). Seminario 20. Editorial Paidós.

Lacan, Jacques (2012) Hablo a las paredes. Editorial Paidós.


[1] Antiguo proverbio gitano