“Justo enfrente de mi casa había un camión de esos grandes como los del municipio y una pala mecánica con la que levantaban a los chicos muertos, todos estaban vestidos de ropa color marrón. Algo que me impresionó mucho fue ver cómo colgaban los cabellos largos de las chicas por los dientes de la pala. Las levantaban y las depositaban en el camión como si fueran basura”, las palabras de una vecina de Monte Chingolo forman parte de los relatos del horror y la crueldad de la violencia militar que se evidencia en el documental.
Este año se cumplen 47 años de la masacre de Monte Chingolo. El 23 y 24 de diciembre de 1975 el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), el brazo armado del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), llevó adelante una toma del Batallón de Arsenales 601 Domingo Viejobueno, ubicado en Monte Chingolo, localidad del conurbano bonaerense. El objetivo era secuestrar una gran cantidad de armamento para continuar la lucha armada. La operación se concretó pero fracasó, informantes infiltrados comunicaron cada movimiento y los militares asesinaron a 100 personas entre las que se cuentan militantes y vecines del barrio. El Ejército torturó y asesinó a detenidos y detenidas luego de su rendición, un paso más de la crueldad que luego se convirtió en un plan sistemático durante la dictadura.
“Avompla. Antes de navidad”, retrata lo sucedido en la toma del batallón, narrado por vecinas del barrio y militantes que fueron testigos de la masacre. Un documental que lleva la impronta de las mujeres de la villa, del barrio y la pobreza. Por esos años, algunas de ellas eran jóvenes trabajadoras y también jefas de hogar, desde su punto de vista relatan lo que vieron, lejos del academicismo y la investigación histórica que solo se hace presente en imágenes de archivo y voces secundarias.
La directora, Adriana Lewczuk, se formó en el Instituto de Arte Cinematográfico de Avellaneda, su ópera prima “Avompla. Antes de Navidad” es una minuciosa investigación que duró 14 años y que tiene la particularidad de contar con un equipo de realización integrado enteramente por egresades de esa misma casa de estudios, que conlleva una forma de hacer cine propia del conurbano bonaerense.
Durante su infancia, para Adriana, el batallón era un lugar donde los pibes de su edad iban a jugar y nadar en la tosquera que estaba en el predio. Aunque era peligroso, los chicos aprovechaban a darse unos chapuzones, en lo que tal vez era el único espacio donde podían refrescarse. La playa de los pobres, le decían. En el barrio siempre se contaba que alguno moría ahogado, muertes que sólo trascendían algunas cuadras, poco importaba lo que le pasaba a un pibe que vivía en una villa del conurbano.
Más tarde, Adriana se enteró de lo sucedido en el batallón, su papá que en el 75 ya vivía en el barrio, le contó a grandes rasgos lo que había pasado aquel 23 de diciembre. Recién cuando entró a la militancia de izquierda, Adriana supo en detalle la acción que había llevado adelante el PRT.
Una vez iniciada su investigación, en 2008, la directora se dio cuenta que muchos de los vecinos del barrio sabían poco del hecho, ni siquiera conocían el nombre del partido político que había participado de la toma del batallón. Los varones eran más reacios a contar y en las mujeres del barrio encontró un relato vivo y una memoria colectiva que la acercó a los hechos desde el prisma de sus miradas. "Me llamó mucho la atención ese desconocimiento tan grande. En esa época los adjetivaban como terroristas, subversivos y montoneros pero la palabra ERP jamás aparecía", asegura Adriana.
Mujeres de armas tomar
A sus 16 años, mientras estudiaba en un colegio de monjas, “la petisa Maria” fue a una villa a trabajar, quería cambiar esa realidad que había visto en el barrio y comenzó a militar en el Partido Revolucionario de los Trabajadores. “Lo que queríamos era cambiar la sociedad y por las urnas ya nos habíamos dado cuenta que no y que había que usar las armas. Después me enteré que la gente de la villa ayudó a muchos compañeros heridos pero, por otro lado, los militares entraron y reventaron a mucha gente que vivía ahí”, relata en el documental María, una de las militantes que participó de la toma del batallón.
¿Cuál fue el rol de las mujeres que integraban el PRT-ERP en el copamiento?
--Las mujeres fueron muy importantes, no solo en esta acción. Tenían un rol muy activo dentro de la organización, más aún teniendo en cuenta que el contexto era distinto al de ahora donde los varones están en la cúpula donde se toman las decisiones. Ellas iban al frente y al choque con el ejército, con la policía y me parece que eso no es un dato menor. Eran otras épocas, estaban dispuestas a tomar armas y combatieron cuerpo a cuerpo con sus compañeros. En este caso, La Petisa es una referencia de muchas de las mujeres del PRT-ERP, es una muestra de muchas de las militantes del ERP y de esa época que ponían el cuerpo a la par de muchos de sus compañeros varones y creo que eso hay que destacarlo porque a veces nos olvidamos que muchas de estas mujeres abrieron camino para que hoy tengamos el movimiento feminista que tenemos pero en otro lugar.
¿Hay poca información y registro sobre lo sucedido en el batallón?
--Sí, ahí se planteó la antesala del terrorismo de Estado y siento que lo que pasó en Chingolo fue un hecho muy grande que no es tan hablado. No hay fotos de esa descripción de la hilera de cuerpos y si las hay, no se las encuentra. Estamos hablando del gobierno de Isabel Martínez de Perón, meses después fue el golpe.
¿Por qué priorizaste las voces de las mujeres del barrio?
--Me parece importante rescatar que las voces del barrio o de la gente en sus territorios deben valorizarse más. En esta peli las fuentes que van construyendo el relato son las mujeres, que muchas veces están relegadas y más aún si son de barrios marginales, como lo es Chingolo dentro del conurbano. Ellas conducen la narración y me parece importante rescatar que sean estas mismas voces las que construyen.
¿Por qué crees que no se habla de esta masacre?
--Creo que es porque no se quiere entrelazar al Gobierno que estaba en ese momento con una masacre tan fuerte o con el traspaso a la dictadura, que me parece que a veces se trata de despegar y creo que estaba muy enlazado, porque ya estaban sucediendo muchas masacres. La Triple A ya estaba funcionando, antes de lo de Chingolo hubo situaciones de represiones y esto fue uno de los grandes golpes estatales antes de la dictadura, el propio Videla estuvo ahí.
¿Se sabe la cantidad exacta de personas del barrio que asesinaron?
--No, no hay números oficiales, no se sabe cuántas personas murieron, varios de los tiros que disparaban desde el helicóptero del Ejército iban a los ranchos como los que hay hoy y las balas, las trazadoras, perforaban las casillas. Lo único que encontré fue un documento que decía que cualquier baja de civil no era responsabilidad del Ejército argentino, sino de los terroristas. Me contaron de personas desaparecidas, pero todavía hay miedo, mucha gente no quiere hablar, eso me sorprendió.
¿Por qué llevaron los cuerpos al cementerio de Avellaneda?
--Porque en Avellaneda funcionó la primera fosa común donde se deshacían de los muertos. En la dictadura se convirtió en la fosa común más grande del país. Recuerdo que cuando di un taller de cine en Avellaneda las vecinas de ahí me contaron que cuando empezó la dictadura, los militares armaron otra puerta en el cementerio de Avellaneda y a las seis de la tarde entraban los camiones a meter los cuerpos de los desaparecidos en las fosas comunes. Los familiares de los desaparecidos de Chingolo cuentan que durante años arriba de esa fosa le habían metido baños químicos. Fue un nivel de despojamiento humano muy fuerte, los trataron como basura. Una vecina nos contó que sus hermanos jugaban a la pelota con el comisario de Chingolo, cuando pasó la toma del batallón eran todos jóvenes y el comisario los llamó, les dijo vayan a la morgue de Avellaneda y les mostró los cuerpos. Lo hizo para meterles miedo, era un mensaje muy claro, ‘si militas te puede pasar esto’.
¿Qué se sabía sobre los infiltrados del ejército en el ERP?
-- Jesús “El Oso” Ranier, un confidente del SIE (Servicio de Inteligencia del Ejército) fue el infiltrado que tuvo el ERP, era un doble agente del ejército que había sido un militante de la Juventud Peronista, lo descubren y lo hacen trabajar para el ejército. Se infiltra en el ERP y es el que empieza a delatar lo que va a pasar. Según lo que cuenta Lalo, que en ese momento era un pibe que estaba en el batallón -no por voluntad propia sino porque estaba haciendo la colimba que era el servicio militar obligatorio- el Ejército sabía y estaba esperando el ataque. El ERP también lo sabía pero decide seguir con la acción de todas formas.
¿Por qué crees que siguieron adelante con la operación?
--Tengo muchos sentimientos entrecruzados para responder esa pregunta, tengo un cariño especial por la gente del PRT. Durante toda la investigación me fui cruzando con muchas militantes que me mostraron una enorme generosidad. Creo que tenían una convicción, un ideal, un objetivo a cumplir que era muy grande, como dice la petisa “había que hacerlo” eso no los hizo pensar en la población de alrededor, no estaban viendo eso. La población no estaba haciendo la misma lectura que tenía en ese momento la gente PRT-ERP. Algo de esa juventud se desconectó de la otra que no militaba pero no dejaban de ser jóvenes muchos de ellos también.