Joan Manuel Serrat, que se va despidiendo glorioso, cantó como nadie la esencia de la fiesta y su condición de recreo, de intervalo. Se sube la cuesta, se bajará cuando corresponda. Nada cambiará para siempre, la revolución es otro cantar. Pero la gente disfruta de las celebraciones colectivas, las espera, las prepara… lo bien que hace.
Claro que primero hay que saber sufrir, como expresa el tangazo. La Selección y la hinchada sufrieron y se repusieron. De la inesperada y filo noqueante derrota contra Arabia Saudita en la serie, del penal atajado a Messi en el partido de ayer.
El mereciómetro no existe o cuando menos no define resultados. Pero es real que Argentina merecía clasificar, salir primera, aprender de sus fallas, recurrir al banco, promover nuevas figuras, triunfar en un partido en el que Messi no fue el mejor.
Leonel Scaloni mantuvo la calma ante la cargosa exposición mediática. Defendió a sus conducidos, quiso aliviar la presión de las tribunas. Escogió un estilo digno, elogiable. Explicar, no irritarse, prescindir de arrogancia y agresividad.
La abrumadora mayoría de los fenómenos sociales es multicausal. El fútbol confirma la regla. La suerte no es todo, entonces… pero a veces resulta crucial. A Lautaro Martínez le cobraron off side por estar medio micrón adelantado contra Arabia Saudita. Orsai que, como lo esencial, fue invisible a los ojos. La ancestral cultura saudí acaso pase más de mil años antes de que sus esforzados muchachos emboquen dos golazos como los que nos propinaron. Ligaron esa tarde y luego nunca más.
Ayer, en cambio, Alexis Mac Allister pifió un poco en su gol. La pelota se esquinó, describió trayectoria de billar, rebote en el poste incluido, superó al arquerazo polaco. Un poco de fortuna, en un momento exacto. Alquimia con una buena jugada, un pase atrás premeditado y bien ejecutado. A la suerte hay que ayudarla. Como cuando fue el boom de las comodities, solo con buena praxis se capitaliza el viento a favor.
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Los Mundiales excitan las comparaciones necias, la moralina infatuada, las comparaciones imposibles. “¿Y si tiramos todos para el mismo lado?” una pavada egregia que equipara a una sociedad compleja, repleta de conflictos y desigualdades con la lógica binaria de la competencia deportiva.
Otra es imaginar que la gente común es boluda (usted perdone), que olvida “el metro cuadrado” en que vive. O que carece de la memoria del burro que nunca olvida donde come (Vizcacha dixit). La puja distributiva continúa, nadie deja de pensar cuánto cobrará este mes y el que viene. Nadie pierde de vista el precio de los productos básicos.
La devaluada “política” sigue su curso. La derecha embiste contra los “planes sociales”, el Gobierno responde con escasa contundencia y contradicciones. Hasta parece que la oposición y los medios hegemónicos lo “conducen”. Las primeras semanas de Qatar se parecen bastante a las anteriores.
Los protagonistas políticos deben cuidarse de producir hechos resonantes cuando el equipo sale a la cancha … una obviedad. Pero con poner un ojo en el fixture se evitan traspiés. El Tribunal Oral Federal que atiende la causa Vialidad pegó un vistazo, escogió el martes 6 para dar a conocer su veredicto, conseguirá cobertura destacada y tapa de los diarios el miércoles 7. Habrá octavos de final en esos días pero sin participación Argentina. Hábil gambeta de los jueces, futboleros ellos: visten la camiseta de Liverpool. Tal vez lleven la amarilla por abajo, pegada al corazón.
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La nación y el fútbol son sendos inventos de la modernidad que tiene edad avanzada, está mayorcita. La pasión cruza con la identidad, la patria, los símbolos, el Estado. Puede descarrilar al chauvinismo o la violencia. A la vez, la fiesta cada cuatro años da ocasión para amucharse, morfar en familia o entre amigos, disfrazarse un cacho, cantar a coro, abrazarse... poner entre paréntesis un cachito las pesadumbres y las cargas. Suspender la incredulidad unas horas, en contadas semanas, tal como se hace ante una película, una obra teatral o una serie. La gente de a pie vive preparándose para la fiesta sin abandonar su existencia, sus luchas, afectos y pertenencias.
Ojalá que gane como ayer, jugando bien y mereciéndolo. Por un equipo querible y comprometido, por Messi. También para dejar callados a los profetas de la mala onda, a los que siempre están al acecho para “denunciar” que Messi no cantaba el himno, que Di María era un patadura.
Ojalá que la selección siga en pie, lo que no
impactará en el índice de precios al consumidor ni en las elecciones de 2023
aunque hay simplistas que alegan lo contrario. Una alegría colectiva siempre es bienvenida aunque bien sabemos que la fiesta terminará.