La alegría invadió las tribunas del Estadio 974 en Qatar, antes, durante y después del triunfo argentino ante Polonia. Pero, al mismo tiempo, esa alegría se trasladó a toda la Argentina que en las calles y plazas del país salió a festejar el hecho colectivo más importante desde que esta misma selección le ganó la final a Brasil en 2011 en el mitológico Maracaná. Otro gran momento de alegría colectiva de los que no abundan en los últimos años.
Argentina llegó con muchas expectativas al Mundial de Doha, pero después del mal paso con Arabia Saudita, el ánimo social se desplomó… ¿quedaríamos afuera en la primera ronda? Tuvo que aparecer otra vez la palabra sensata de Messi diciendo “solo les pedimos que confíen en nosotros”. Hubo confianza (este equipo se lo merece) pero nadie pudo disimular las tensiones y el temor al peor fracaso: ¡volver en primera ronda! Resultaba tan insoportable como posible.
Después de algunos días interminables vino México, vino la magia de Messi, el buen juego colectivo y vino el alivio. Los llantos de las tribunas de Qatar y de los mismos jugadores y equipo técnico durante el partido eran la demostración de tranquilidad después de un clima donde había de todo menos eso. Hubo celebraciones en las calles pero se parecían más a una descarga de los nervios acumulados que a un festejo futbolístico. Ganamos bien y seguimos adelante: ese balance nos hacía volver a creer, pero también parecía que el Mundial volvía a comenzar y se había transformado en una sucesión de finales. Ya no había tiempo para relajar... Polonia era otra final, pero se la vivió distinto: veníamos de reconstruirnos, de salir del ahogo y a confiar en la celeste y blanca que todo el país se la volvió a poner con orgullo. Ahora sí había confianza y el equipo era otra vez el que todos habíamos soñado en Qatar.
Ese sueño también incluye un festejo colectivo: el Mundial es con los otros, es grupal, está lleno de cábalas, de banderas y camisetas, de la forma en que nos sentamos para mirar la tele y sobre todo con quién lo vemos. Sentimos que lo que nosotros hagamos será importante en el resultado del partido aunque el estadio esté a 13 mil kilómetros de distancia.
La vida en las redes sociales se suspende para pasar a una existencia que requiere de todo el cuerpo: necesita los gritos, los abrazos, las indicaciones que les damos a los jugadores frente a la tele y nuestra forma única de no aceptar las daciones de cualquier árbitro (y menos aún de ese invento macabro que es el “VAR automático”). Las injusticias se combaten con arengas y poniendo todo el cuerpo. No son tiempos de ingeniosos memes o de un tweet inteligente, eso vendrá después, ahora es el cuerpo entero para ganar y toda la calle para festejar.
Una de las frases más escuchadas en un Mundial es: “a mí no me gusta mucho el fútbol, pero me encanta ver el Mundial”. Yo diría que es al revés: el Mundial no le permite a ningún/a argentino/a que se quede afuera de todos los ritos, las juntadas y los esfuerzos emocionales que hay que hacer para ganar cada partido. Aquí, en este suelo, la camiseta de la selección no acepta que alguien renuncie al sacrificio. Por eso el fútbol acepta la distancia y el desapego en cualquier circunstancia del año, menos cuando se juega un Mundial. Ahí todos estamos adentro, todos tenemos una misión y el plan puede ser verlo en familia, con un grupo de amigos o con desconocidos en los bares, pero es con todos y es con todo el cuerpo.
Lo que más me gusta cuando termina un partido es salir al barrio y recorrer las calles y plazas para celebrar con la gente que se ha pintado y vestido para la gran fiesta de la selección. Ver de cerca las formas del festejo, los miles y miles de camisetas argentinas de todos los tiempos y reconocerlas. Sentir que todos y todas hicieron posible el gol de Mac Allister o de Julián Álvarez. Fue porque ustedes tomaron sus posiciones y estuvieron allí, en el rincón que les fue asignado para poner el cuerpo y alentar que ganamos 2 a 0.
El fútbol no nos hace mejores ni como personas ni como sociedad. El fútbol no nos hace olvidar nuestra condición social (buena, regular, mala o muy mala) que al otro día será la misma. Como dice Serrat después de la fiesta: “Vuelve el pobre a su pobreza / Vuelve el rico a su riqueza (…) Se despertó el bien y el mal / La zorra pobre al portal / La zorra rica al rosal y el avaro a las divisas”. Para que nadie se confunda: esta maravillosa tarde de festejo colectivo es un paréntesis que debemos disfrutar aun sabiendo que nuestra vida, además de pasiones futboleras, está llena de realidades. ¡Pero que nadie nos quite la fiesta!