No es cierto que las mujeres sean complicadas, ellas desmenuzan un tema, lo investigan y plantean hipótesis, por el simple motivo de que son organizadas y lo hacen para adelantarse a cualquier acontecimiento que pueda acaecer. No son calesiteras, son precavidas, es muy diferente.
Agustín mira el partido, uno cualquiera, Sudor y Lágrimas vs. Lanús de mi Alma, y lo hace con una pasión que excede descripciones, ajeno a la vida; cerveza en mano y pies apoyados en lo que encuentre.
Paula lo observa con amor, le encanta esa entrega fervorosa y desinteresada a once desconocidos que corren chivados detrás de una pelota.
Tarareando bajito acomoda cosas de la casa, lava platos acumulados de dos días, barre y, con un a ver gordito y un beso, le corre el apoyapies. Agustín cabecea la escoba y la figura de Paula de derecha a izquierda para no perderse ni un segundo. Al menos le podría haber devuelto el beso.
No desvía la cabeza de la pantalla ni para levantarse a buscar otra cerveza -esta vez con maní- y ella espera el ratito del milagro, murmura entre dientes y se sirve un vaso hasta el tope para tomar sola.
Parece, pero no está totalmente alienado, porque intercambia mensajitos y grita o insulta contra vaya a saber quién. El desinterés es con ella. Las neuronas mujeriles empiezan a funcionar con pequeñas punzadas de alerta.
Paula vuelve a pasar por delante con un balde para regar las suculentas del balcón. Y ahí ya el correte Paula le da acidez y le empieza a chorrear la paciencia, igual que a esas macetas que ahora desbordan de agua. Qué culpa tiene ella de que el departamento sea chico. Y encima Paula, no Pau o mi amor, gorda, gordita…no: Paula.
Paula riega y piensa, arma y desarma rompecabezas de alto voltaje femenino. Ese mutismo ya roza con la mala educación, sabe bien que le molesta que le digan Paula, además ¿con quién se manda mensajitos? Para los demás todo, para ella que se desloma con lo doméstico -que al fin y al cabo es para los dos- nada.
Claro, total después de los 90 minutos de mierda va a salir de esa burbuja y va a tirar un qué hay para comer…y ahí se supone que ella va a estar bañadita, esperándolo con una fuente exquisita recién salida del horno. Pero éste quién se cree qué es.
Mientras plancha, calcula cuántos mensajitos fueron para los amigos y cuántos los que se manda la pareja a diario, o habría que ver si realmente son los amigos. Ese cálculo, esa suerte de enajenación matemática, la desquicia. Aunque si no son los amigos habría una contrincante futbolera, tema a tener en cuenta. Porque si fueran realmente los amigos, ¿por qué esa invasión de mensajes?.
Estrujando el trapo de la maceta inundada, se interroga sobre la llegada cada vez más tarde de los partidos de los jueves. Y esa vez hace cuatro años, lo recuerda bien -fue un 16 de junio- en que llamaron preguntando por qué Agustín no llegaba siendo que él se había ido hacía una hora. Lo que después terminó en anécdota, fue una trifulca inolvidable de varios días de dormir en el living. Todo bien, pero nunca supo dónde estuvo ese 16 de junio de hace cuatro años. Las explicaciones fueron vagas.
Hipótesis posible: que tenga otra, hipótesis probable: que no la ame más.
Mientras saca las milanesas del freezer se convence de que ya es momento de encarar el tema. Porque no hay peor cosa que la incertidumbre. Hay demasiadas pistas, demasiadas miguitas que no supo ver y ahora se le presentan tan claramente. Paula, sabe bien que detesta el Paula.
Además, no tienen chicos y eso facilita las cosas. Él podría ir a vivir a lo de su mamá hasta que consiga algún departamentito. Las cosas se dividirían, obvio, como gente civilizada.
Minutos de descuento. Termina el partido. Paula mira cómo se despereza y estira en el sillón; ni que hubiera estado corriendo, hace una hora y media que está sentado en el mismo lugar. Sólo se levantó para ir al baño los quince minutos del entretiempo. A todo esto, ¿qué hizo quince minutos metido ahí dentro? Es obvio que la está evitando.
Agustín se acerca, la abraza por detrás y le dice ¿qué querés que comamos, gordita?, ajeno a los vaivenes, las paciencias chorreantes y las neuronas activadas. Paula, sin darse vuelta le dice que hay milanesas.
El empieza a poner la mesa y cambia de canal. Otro de deportes. Harta la tiene, harta. Agarra el control y pone una novela turca que no le interesa ni vio nunca, pero es necesario poner límites.
Al momento de la cena está muda, él le agarra la mano y le pregunta en qué está pensando, tan seria.
Paula apoya los codos sobre la mesa y larga: -En que el microondas es justo que me lo quede yo porque me lo regaló la tía Berta.