El 28 de octubre volví a nacer. Así comencé mi relato mental para poder hacer público el ataque de odio del que fui víctima en Santiago de Chile en este 2022. Saliendo a las 3 AM de un boliche de esa ciudad, en un entorno de juventudes, turismo y donde el colectivo LGTBINBQ+ acudimos para poder sacudirnos un poco el corset del paki-cis-tema fui interceptado por un grupo de varones cis, posiblemente heterosexuales, cuando estaba por cruzar un puente que atraviesa el río Mapocho. Me tomaron por atrás, me ahorcaron con, supongo, una soga doble vuelta sobre mi cuello y me tiraron al piso y empezó una catarata de patadas sobre mí acompañadas de pretendidos insultos “Maraco”, “Puto”, “Maricón”.

Aquel breve instante se convirtió en una pesadilla interminable que me condujo a un plano inmersivo que me retrotrajo a mi propia historia, cuando en mi infancia y juventud me “fajaban” por mariquita. Cada patada que recibía en esa oscura noche chilena me trasladaba a aquellos años donde las alas de aquella mariposa se manifestaban coloridamente.

Eran los golpes e insultos del disciplinamiento pero ahora en mi mundo adulto. Podría amargarme pensando en la humillación de que eso me siga pasando siendo ya un cuarentón pero en el medio pasaron muchos años y en esto el activismo me salvó. Me salvó. Lo repito porque “la salvación” adquiere una consistencia en mi relato que solo se interpreta gracias al empoderamiento que pude recibir de aquellas maricas, tortas, travas y trans que hicieron de la violencia y humillación un motivo para transformar sus (nuestras) existencias.

Los odiadores se llevaron mis pertenencias, quedé sin tarjetas, DNI, y algunos pesos chilenos que tenía en mi riñonera. Sin embargo, lo que sucedía no era un simple robo sino un ataque, un ensañamiento con el puto que salía del boliche de les desviades. Con mis cosas ya en su poder me volvieron a tirar al suelo con las patadas y esos insultos que para mí son motivo de orgullo y lucha cotidiana. La noche se volvió más oscura cuando uno de ellos le dice a otro “apuñalalo” y me apuñaló a centímetros del corazón. Grité fuerte, muy fuerte, shockeado me levanté mientras mis verdugos se perdían en la oscuridad. Intenté en vano que los autos que pasaban se solidarizan y comprometieran en la tragedia… pero no, me esquivaban y se perdían en la oscuridad como mis verdugos.

Todo cambió cuando pasó una chica que me preguntó qué me había pasado y le conté del ataque; en ella encontré la comprensión y sororidad de una compañera, me dijo “soy lesbiana, te entiendo, estas cosas pasan en Chile”.

Más allá de este hecho del que todavía me repongo con esfuerzo, quisiera pensar y contextualizar ese ataque de odio por mi orientación sexual. Para poder traducir que no fue simplemente un robo encuentro en el ensañamiento de mi ataque a mi andar marica. Aquellos insultos recayeron sobre mí como el disciplinamiento al desviado. El puto se les volvió insoportable al punto de atentar contra su existencia. Mi presencia, libre y manifiesta atentaba contra la de ellos tan machitos, tan odiantes que podían destruirme… y lo intentaron pero no pudieron.

¿Qué habilitó a mis atacantes a creer que podrían terminar con mi vida? Posiblemente ya hayan textos, tesis académicas que indaguen sobre ataques de odio, el argumento que yo encuentro es que esa impunidad se refugia en un clima de crisis social, política y cultural. Los discursos de odio que se evidencian en redes sociales, medios de comunicación, en un “sentido común” se reproducen mecánicamente y forman parte de un circuito perverso contra las disidencias sexogenéricas, Somos la falla de un sistema que se manifiesta a través de la violencia habilitado por el clima de época. Hay un componente ideológico, político y cultural que preparan el acontecimiento.

Esto sucede en un momento donde hay un mundial de fútbol en un país como Qatar que somete a la criminalización y a la muerte a todes les desviades: Mujeres (cis y trans), maricas, tortas, travestis y todas las subjetividades que son reducidas en el cotidiano y pueden encontrar la muerte con tan solo expresarse. Nos es relativismo cultural la respuesta a estos hechos sino el patriarcado paki-cis que nos conduce a un clóset donde las mostras como nosotras decidimos no volver nunca más.   

*Periodista y activista lgbtinbq+ e integrante del C.C. de la Cooperación