La semana que pasó un funcionario del Ministerio de Hacienda sostuvo en un reportaje que la economía había retomado el crecimiento de la mano de las exportaciones y la inversión, una afirmación insólita por dónde se la mire; pero particularmente increíble si se cotejan los números. De forma igualmente llamativa, en el micromundo de las redes sociales, muchos economistas reconocidos, con similar cosmovisión, felicitaron al funcionario por su “claridad” y hallazgo. Para cualquiera que tenga una “buena teoría”, es decir; una teoría que establezca relaciones correctas entre causas y efectos, esta suerte de encantamiento colectivo de la ortodoxia resulta, además de insólito, sorprendente.
Recapitulando los agregados del PIB que son –además del neto del comercio exterior y la inversión– el consumo y el gasto del sector público, lo que se tiene es bastante diferente. Es verdad que el Producto dejó de caer. Desde hace algunos meses se mueve, observando las variaciones interanuales, entre cero y menos del uno por ciento. Sin embargo, ello responde a un fenómeno propio posterior a las contracciones: las comparaciones interanuales se realizan contra bases deprimidas. Nótese además que la recuperación del PIB del primer trimestre del 2017 fue del 0,3 por ciento tras una caída del 2,3 en 2016.
Además, el freno de la caída es el resultado de decisiones coyunturales y electorales. Entre las primeras se destaca la leve recuperación del consumo en los últimos meses como consecuencia de una recuperación salarial post paritarias que no se sostendrá en el tiempo; pues el resultado neto de la suba de salarios es negativo frente a la inflación. Según el centro CIFRA de la CTA solo 4 de los 33 principales acuerdos paritarios superaron a la inflación esperada para 2017, que, según el Instituto de Estadísticas de los Trabajadores (IET) ya se encontraba cerca del 24 por ciento anual antes del impacto del reciente salto del dólar. Entre las segundas medidas se destaca el aumento del gasto en obra pública, también comparado con el virtual desplome de 2016, que tracciona sobre algunas actividades relacionadas; en principio la construcción, que es uno de los componentes que aparecen en la mejora de la inversión y, junto con ella, los despachos de cemento y de hierro. A ello se suma una recuperación relativa del sector automotor que también llega a actividades conexas, como metalmecánica y autopartista. Sin embargo, estas variaciones en el margen no suponen un cambio de tendencia en la evolución del PIB, sino un mero impasse.
Luego está el futuro. Si se siguen las declaraciones dispersas de distintos funcionarios, el panorama para 2018 es el de un probable shock recesivo. Los componentes son una nueva devaluación, más ajustes tarifarios y un aumento generalizado del IVA, lo que impulsará una nueva ronda inflacionaria y contractiva. Al mismo tiempo se insiste en la muletilla del ajuste fiscal junto a la idea de reducir el peso del Estado en la economía, lo que retroalimentará la tendencia. Finalmente, el gran objetivo, plasmado en la obsesión discursiva de Mauricio Macri –quien siempre parece hablar más como empresario que como titular de uno de los poderes del Estado–, es avanzar en distintas formas de “reducción de los costos” laborales, lo que junto con el aumento de la desocupación, que ya supera los dos dígitos en el AMBA, será la clave para la continuidad de la pérdida del poder adquisitivo del salario.
La primera síntesis es complicada. Después de las reiteradas falsas promesas sobre segundos semestres lo que se acerca es una segunda parte del mandato que, en términos sociales, será peor que la primera, más aun si se considera que ni siquiera un resultado adverso para el oficialismo en las elecciones de medio término será suficiente para dar vuelta el rumbo de la política económica.
Quienes conocían los resultados de la larga etapa neoliberal 1976-2001 sabían en diciembre de 2015 cuales serían los resultados de la política económica macrista. A 19 meses del cambio de gobierno toda la sociedad puede realizar un balance en carne propia exclusivamente sobre la experiencia reciente. A diferencia de la supuesta recuperación económica sobre la base “más sustentable” de “las exportaciones y la inversión” con una baja sostenida de la inflación, lo que se tiene es caída de salarios, aumento de la pobreza, destrucción de empresas, contracción del mercado interno y, lo peor de todo, un aumento sin precedentes del endeudamiento externo. Luego de una fuerte caída del PIB en 2016, el famoso ajuste purificador, el crecimiento de 2017 es prácticamente nulo.
Si el gobierno anterior enfrentó en sus últimos años todos los problemas emergentes de no haber transformado la estructura productiva para evitar la reaparición de la escasez relativa de divisas, la actual administración no sólo no produjo ninguna transformación que morigere el problema heredado, sino que lo multiplicó exponencialmente. Unos pocos números grafican la situación. El año pasado hubo vencimientos de deuda por casi 12 mil millones de dólares, pero se colocaron algo más de 37 mil millones de deuda nueva. Sólo en el primer semestre de 2017 se emitieron otros casi 34 mil millones y se pagaron vencimientos por 29,5 mil millones, de los cuales sólo la mitad correspondieron a deuda anterior a 2016. Dicho de manera rápida: la bola de nieve de la deuda se recreó en tiempo récord. Pase lo que pase hasta 2019, esta será la terrible herencia que deberán enfrentar los futuros gobiernos populares. Como sostiene el economista Fabián Amico, el cambio de prioridades en la política económica desmontó todo lo que se había hecho bien en materia de distribución y de generalización de la seguridad social. También desmontó los mecanismos de crecimiento económico e impulsó una integración productiva y financiera al mundo completamente pasiva, buscando aliados para liberar el comercio cuando el mundo intenta el camino contrario. Sus objetivos centrales sólo fueron reactivos: cambiar la distribución del ingreso y del poder. La gran pregunta es cuánto tiempo le llevará a la sociedad despertarse de la pesadilla para superar el retraso civilizatorio inducido por el cambio del patrón de acumulación.