Hay un Cotelito que se murió, que no existe más. Sin embargo, de la misma manera que un zombie, otro se levantó después de esa muerte. Y el Cotelito que ahora camina entre las personas abandonó la manera de hacer obras del anterior: su pintura cambió, atrás quedaron esas producciones narrativas y figurativas. Sus nuevas obras, que se pueden ver en su muestra Sentimental en Moria Galería, presentan pinturas con paisajes austeros, vacíos, habitados por figuras abstractas y geométricas que podrían ser personajes, pero también un mueble surrealista.
Cotelito nació en Buenos Aires en 1983. Toda su infancia se la pasó con lápices en la mano. En su casa había dibujos de sus hermanos y tenía un abuelo pintor (Osmán Paez). Todo esto, sumado a su obsesión por las series animadas de la tele, creó un universo en su cabeza que lo llevó a convertirse en artista. Después, estudió artes visuales en la Universidad de las Artes, se formó con Pablo Siquier y en talleres como el de Lux Linder. También fue parte del Programa de Artistas de la Universidad Torcuato Di Tella. En sus primeras obras inventaba personajes e historias. Las imágenes contaban un relato y esos personajes que aparecían eran protagonistas de una aventura que cualquier espectador podía descubrir y entender. Desde su primera muestra, Edad de oro –realizada en el ya inexistente espacio Jardín Oculto–, y durante varios años, las obras de Cotelito recuperaban el imaginario de esas animaciones que veía en la tele. Por ejemplo, en su obra “El ojo líquido del verano” (2016), desplegó una serie de dibujos sobre un fondo azul repleto de personajes y situaciones diversas que en el todo podían funcionar como una maqueta de una serie animada o como boceto de un storytelling.
A lo largo de su carrera Cotelito volvió a ese mundo de su niñez creando obras con referencias a sus consumos de la infancia y también al mundo de la fantasía. Estas imágenes que contaban historias con personajes aparecían en producciones que, generalmente, se plasmaron en algún soporte precario, como una hoja de papel común y corriente. Sin embargo, desde hace unos pocos años, esas imágenes se fueron transformando en figuras cada vez más sintéticas, hasta llegar a lo que son hoy: abstracciones. “Empecé a querer buscar otras imágenes diferentes a la de las obras con los personajes, a los que le tengo mucho cariño”, cuenta. “Sobre todo trabajar más con abstracciones. Eso me llevó a tener que buscar otras referencias, otras imágenes, otros temas para que la geometría empiece a tomar más fuerza”. Además, la precariedad de sus primeras obras también quedó atrás y ahora estas abstracciones no aparecen en hojas de papel livianas, sino en bastidores de telas: el triunfo de la tradición y la historia del arte.
Ese momento de inflexión fue su anterior muestra en Moria Galería. Este giro hacia la abstracción también apareció en Vuelvo como un jardín después del invierno, un mural que hizo en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires. En esa oportunidad, sobre varios metros de pared blanca, Cotelito hizo aparecer estas figuras geométricas que podrían pensarse como personajes, pero que también podrían ser cualquier otra cosa. Sobre esto el artista dice: “Antes me preocupaba mucho por dejar en claro la historia que quería contar, a veces hasta ponía palabras o escribía algo en las obras. Pero ahora prefiero que tengan un sentido más abierto o que la persona que mire la obra pueda imaginar su historia, tratando siempre de que se genere una situación de calidez al ver las imágenes”.
Para su última muestra, Cotelito hizo un montón de dibujos en cuadernos, de manera automática, sin pensar un sentido o un relato lógico. Algunos de esos bocetos persistieron en el tiempo y después el artista los convirtió en las pinturas que ahora están en Sentimental. El mundo de las referencias también cambió: cuando un espectador se para enfrente de las obras que actualmente están exhibidas en su última muestra puede pensar en artistas como Roberto Aizenberg o Marcelo Alzetta, pintores que trabajaron con la abstracción al mismo tiempo que coqueteaban con el surrealismo. Sin embargo, también se puede ubicar estas nuevas pinturas de Cotelito al lado de otras de artistas contemporáneas, como Fernanda Laguna y Ad Minoliti, que al igual que él también fueron corriendo sus pinturas hacia la abstracción geométrica.
Atrás quedó ese artista que pintaba toda una sala de rojo, como lo hizo en el espacio Rayo Lazer hace diez años, y ponía frases en las paredes como esta: “Yo necesito navegar hacia mi meta derechamente, y no puedo consentir que la sociedad de consumo me convierta en una máquina de hacer dinero”. O el chico que ganaba la Bienal de Arte Joven con sus monstruos simpáticos y sus paisajes por momentos psicodélicos y coloridos. “Me interesaba que para esta muestra las figuras estuvieran en un paisaje, en un tiempo”, dice Cotelito. “Es una manera de que puedan ser más narrativas, pero no tanto como las más viejitas. Por eso en todas quise que esté la franja del horizonte porque con eso ya se recorta un espacio y se genera un tiempo para que haya una realidad fantástica en la que están estas figuras, aunque sea una fantasía incontrolable”.
Todos estos cambios en la obra de Cotelito hicieron que los dibujos animados quedaran, paradójicamente, un poco desdibujados. La producción de este artista parecería estar más cerca de una relectura del surrealismo que de un cómic o una animación. Es que, como señala el artista y curador Santiago Villanueva en su libro El surrealismo rosa de hoy, este movimiento “es aún hoy en Argentina tradición y vanguardia: la persistencia de una forma que en su propio debate interno cruza generaciones y renueva el aire de cada década. Una tradición anacrónica que atraviesa la abstracción y la figuración, abriendo el juego a nuevas maneras de relacionarse con la pintura”. Enfrentarse a sus últimas obras es enfrentarse al paso del tiempo. Ver estas abstracciones es entender el camino de este artista y la manera en la que su obra se fue sintetizando desde su primera muestra en 2009. En el fondo, lo que Cotelito viene a mostrar es que nada es estático, que todo puede cambiar. Incluso esas imágenes que están plasmadas en un papel o en una tela, las que se guardan en museos, las que se piensan que son para siempre, hasta que algo cambia y se deforman.
Sentimental se puede visitar de jueves a sábados, de 16 a 20, en Moria Galería, Thames 608. Gratis.