Tim Burton rogó por años hacerse cargo de algún proyecto vinculado a Los locos Addams. La estética de su filmografía, argumentaba con razón, tenía enormes influencias del clásico de las sitcoms en blanco y negro. El resultado de tanta insistencia es Merlina (“Wednesday”, en el nombre original de la serie y de la protagonista), en que Burton dirige los primeros cuatro episodios (sobre un total de ocho).

El resultado final deja una buena impresión y aunque aún no tiene luz verde para una segunda entrega, ya sus showrunners Alfred Gough y Miles Millar aseguraron tener planes “para cuatro o cinco temporadas”. El futuro de la serie dependerá de Netflix, pero estos ocho capítulos sirven para un buen balance.

La serie sigue los pasos de Merlina tras ser expulsada de su escuela por soltar pirañas en la pileta del colegio. Así la protagonista termina en el internado para gente... especial “Never More” (Nunca más, aludiendo al famoso poema de Edgar Allan Poe) donde se encuentra con un amplio abanico de criaturas fantásticas (aunque hay muchos hombres lobo y sirenas). Su llegada desata una profecía, intentos de asesinato (y asesinatos exitosos), revuelve casos del pasado del modesto pueblo cercano al colegio pupilo y se agiganta el misterio sobrenatural. El guión en este sentido es bastante sólido y en ningún momento se sienten ni largos ni demasiados los ocho capítulos.

Donde destaca especialmente Merlina es en las actuaciones. El protagónico de Jenna Ortega es impecable. A la joven actriz la acompañan Catherine Zeta-Jones como Morticia y Luis Guzmán como Homero (en dos papeles más bien menores), Gwendoline Christie como la directora Larissa Weems del Instituto Nunca Más, Christina Ricci en un rol-homenaje como una docente de la institución y un cast muy digno de jóvenes actores en el universo de personajes adolescentes.

Por lo pronto, lo primero que llama la atención es que la serie vira de su lógica de sitcom familiar gótica original a una suerte de fantasía adolescente con toques darkies, una típica estudiantina de misterio sobrenatural, tan de moda ahora. El cambio le valió no pocas (y maliciosas) comparaciones con la saga Crepúsculo. En todo caso, la lógica de la serie tiene más cosas de los films que de la serie original. No está mal, por cierto. Los personajes funcionan muy bien en ese cambio, aunque el cambio se lleva puesto alguna de las características más valiosas de su material de base. Por ejemplo, algo que caracterizaba a la más bien endogámica familia Addams era el irrestricto apoyo mutuo a sus peculiaridades. Ante un exterior que buscaba normalizarlos, Homero y Morticia celebraban las rarezas de sus hijos y los estimulaban a desarrollarse en el camino que eligieran. En ese sentido, resulta muy fuerte ver que aquí todo el mundo, hasta su propia madre, le pide a Merlina que se adapte. Al mismo tiempo, así como en la original la “locura” Addams espantaba, pero no era letal, con los “normales”, acá la cosa se pone mucho más espesa.

Por otro lado, si en las anteriores iteraciones del clan Addams la “normalidad” era una intromisión en la vida familiar a la que se alejaba a fuerza de convicciones propias y personalidad, acá tanto la trama como el juego simbólico está puesto en dilucidar quién es el auténtico monstruo, el que puede arrasar con “normies” y “raritos” por igual. Y aunque hay un pequeño regodeo en la propia rareza, resulta curioso que no sea tan marcado, con la presencia de Burton en el proceso. Tampoco se distinguen particularmente en tono sus cuatro capítulos de los siguientes (a cargo de Gandja Monteiro y James Marshall).

En el balance final, Merlina sólo decepcionará a aquellos que busquen en la pantalla la reproducción de una serie creada hace casi seis décadas con una lógica de producción –y universo de espectadores- que ya prácticamente no existe. Por mérito propio la serie cumple con lo que propone desde el primer minuto: tiene intriga, el tono darky que parece ser marca de muchas producciones de la N roja, momentos de genuino humor, efectos especiales y buena producción. Y lo hace chasqueando los dedos. Dos veces.