-Mire, usted debería estar tranquilo, y no preocuparse de estas minucias sobre el Mundial de Qatar. Y fundamentalmente no importunarme con preguntas tediosas. ¿No ve que estoy disfrutando en este cafecito? Usted parece inteligente ¿Acaso la pelotita le comió las neuronas?

Reacciono interrumpiéndolo: -Soy como soy, y usted Sr. Malandro cree estar más arriba del resto de los mortales

-¿Qué mortales? Ya le repetí que tengo por delante más de tres mil años que vivir. Miro a los humanos como pececitos en una laguna que hacen que están y mientras le ensucian el agua y además los ensartan. He vivido eras de fuego, descubrimientos gloriosos e infames, cataclismos, paz de los cementerios, idioteces, traiciones y bellezas mezcladas, ¿y usted pretende que le responda sobre qué opino del mundialito? Hágame reír. Solo contemple un rato la televisión, las propagandas sobre todo. Deberían explotar al aire. Todos rejuntes berretas de símbolos patrios, emociones tramposas, abrazos de eunucos y eunucas. Es como una Navidad horrorosa. Un asco señor, un asco. La exaltación de la amistad, la familia, los encuentros a cambio de que compremos una picada, una cerveza, un consolador o un peluche. Los publicistas y sus agencias deberían marchar al océano en sus barcas de plástico hasta que los megalodones se los coman.

-¿Y qué opina de las restricciones que hay en Qatar? No abrazarse, no tomar alcohol, no ser homosexual, que la mujer sea un ente. Los jugadores de Irán no cantaron el himno por el crimen de una mujer que llevaba mal puesto el velo. Y la hinchada aplaudió el gesto.

-Eso: son gestos. ¿Cambian algo? Qui lo sá. Es mejor eso que nada, para que no me considere un descreído. Siempre fue así, lo que sucede ahora es que los sacrosantos occidentales lo ven en carne propia. Un arquero alemán se quiere manifestar a favor de las diversidades con un trapito en el brazo y su abuelo fue un campeón de la cámara de gas. ¿Por qué no se ha manifestado en todo el tiempo que juega en Primera en contra de asesinar migrantes, usar gente de oriente para experimentos? -de ahí el término “cabeza de turco”-  y gana fortunas, pero recién ahora cuando va a Qatar se enciende su fuego de justiciero ¿Van a cambiar los hechos porque son más libres y vienen de la puerta de Europa donde el sol es dorado y las libertades cunden?

-Madre de todas las enfermedades sicotrópicas, los contagios, la prostitución, el horario esclavo, la compra venta de niños, la expoliación de los mares, los ríos, los cielo sucios, los cargamentos de basura tecnológica que arrojan sobre la hermosa y devastada África, las guerras financiadas, no sé qué más sugerirle para que lo piense, mejor dicho ni lo piense, esto no tiene arreglo. Tómese un café, lea un buen libro, haga el amor seguido, no trabaje, pero no aplauda a todos esos muñequitos corriendo para después besarse sus escuditos como hipócritas. Y si quiere descansar avise que lo ayudo con un pase de mis dedos. No me cuesta nada y de paso me lo saco de encima con sus preguntas sobre la Nada de la Sin Importancia.

Me encuentro en el atrio de una iglesia que parece como sumergida en las aguas porque tras los vitreauxs se notan la siluetas de peces de colores que pasan navegando. El que oficia la misa es mitad mujer mitad hombre y lleva un cordero azul en sus brazos. Distingo a mi abuela que reparte entre los fieles pelotitas de color amarillo que va extrayendo de un copón. Parece el sorteo de los distintos grupos de la Copa Mundial. Un Cristo panzón con un megáfono va anunciando que se trata de un sorteo por zonas para entrar al Cielo. Ella me señala uno con un guiñar de ojos. Tomo una y está tibia: ¡era cierto aquello del truco de las pelotas calientes! No la quiero, se la devuelvo, dice que no con la cabeza; entonces la arrojo por el pasillo y el cura levantándola con el empeine hace jueguitos hasta que con un voleo la estrella contra el altar de donde salen miles de estrellitas y el logo giratorio de la Coca-Cola.

Despierto con un cabeceo.

El Señor Malandro está a mi lado riendo como un descocido. -Tiene usted la fortaleza de una esponja para sostener el olvido y darle la espalda a esas creencias futboleras. ¡No tiene caso! ¡Está perdido en un bosque de pelotas y pelotudas casadas con pelotudos!

-Y usted un maldito policía del alma. ¿Qué mierda me da como falopa?

-Pura sugestión. Cálmese y aprenda.

-Se lo digo yo: esto no va a cambiar así nomás. Es una costumbre ser un salvaje acusando a la indiada de salvajes. No pienses más, sentate a un lao, los inmorales nos han igualao. La fuerza que usted le pone a lo imposible es proporcional a su desgaste emocional: vea mejor esas caderas que aparecen allá lejos y adivine su edad, su pertenencia, su posesión, a quién se entregan y etcéteras. Eso será mejor: imaginarse el mundo floral enfrentando al mundo con olor a pólvora alarga la vida.

-¿Usted todo lo hace pasar por las mujeres? ¿Y si me pongo a pensar que tal vez sea un gay que disimula? ¿Uno que se hace el masculino para disimular?

El Sr. Malandro hace un gesto de hastío: -Vea, soy todos los sexos pero como usted insiste en el dramatismo de la contienda y la desesperanza lo que más me conviene mostrarle es el enamoramiento, el perfume de una dama, como para no desalentarlo. ¿Qué pretende? ¿Que le hable de los machos cabríos que besan su cuello, de los hermosos mononos que lo acarician hasta hacerle perder los sentidos, de los besos entre hombres que a usted tanto le perturban?

Hago un gesto de cansancio: -Usted es un idiota.

Claquea los dedos y me encuentro sumergido en un pozo negro, abismal y mis pies no tocan el fondo. Algo con volumen me roza las piernas y chapotea saliendo a la superficie como una sombra horrenda.

-No grite que lo miran todos (El Sr. Malandro me reprende sonriente). ¿Esa visión es mejor o peor que la de una dama que se acerca, que no sabe nada del Mundial y que lo espera sinuosa en la comodidad de su departamento con aire a 20° y la posterior siesta reparadora hasta el anochecer en que le sirve un trago de alcohol helado con algo de frutas… ¿está bien?

-Prefiero la dama.

Cierro los ojos y es ella de espaldas. Velo rojo cayendo a sus pies. Tacos altos plateados vintage y al darse vuelta con sus labios rojos y sus ojos descubro que es mi madre con mi cuaderno de clase entre los dedos. “Tenés que hacer la tarea, mi amor.”

-No grite de nuevo, dice riéndose. De pronto se oye un clamor y un estruendo de gol.

-Ahí tiene, gol argentino, salga a festejar dele, olvídese de mí, que me tengo que a ir al Caribe, vaya, vaya, reúnase en el Monumento a los Caídos junto al río. Sea feliz una noche y garche lo más que pueda. Olvídese de la visión de su mamá. Cuando termine este revoleo de pelotas y pelotudos le voy a escribir un par de líneas así aprende a vivir de una vez por todas.

Alguien me besa en la boca y reconozco el olor a malvón. Me quedo dormido en un banco: “Pasamos a octavos”, grita alguien.

-Yo aún me siento en primer grado de la primaria.

-Bobo, sacate la ropa, susurra ella. Pero resulta ser Claudio, mi primo el camionero.

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