Todos definen a Alfred Molina como "un actor de carácter". Y el está muy feliz con ello. "Hubo un tiempo en el que 'actor de carácter' refería a alguien que no era lo suficientemente bueno como para ser protagonista", dice el celebrado actor, dueño de una de las mejores cejas de Hollywood, y se inclina hacia adelante: "Y eso es pura basura."
¿La razón de semejante énfasis? Quizás el recuerdo de una charla a la que asistió en el año final de la escuela de actuación. Entonces, el villano de Spider-Man aún era Alfredo, a quien luego le recomendaron que eliminara la "o" para darle aire inglés al nombre (él es londinense, hijo de un español y una italiana). Molina empieza a invocar el tono condescendiente de su tutor, arrugando el rostro a medida que lo hace. "Dijo 'Alfredo, creo que tenés que empezar a admitir el hecho de no empezarás a trabajar hasta que entres en los 40'". Una pausa dramática, y el remate: "'Sos un actor de carácter'". El actor se desinfló. Pensó: "Entonces, ¿eso es todo? ¿Después de tres años?". La definición, entregado como un premio consuelo, pareció sugerir una especie de jerarquía. "Protagonista... actor de carácter... perdedor total", enumera Molina antes de estallar en una carcajada.
Molina se ríe mucho. Están esas risitas que se cuelan en sus historias, y después ese gran estallido que llega al final de una anécdota deliciosa. Sabe cómo llevar el hilo; el actor de 69 años (30 de ellos instalado en Los Angeles) ha narrado muchas cosas. "Cuando empecé a trabajar me di cuenta de que la belleza de ser un actor de carácter es que conseguís el más extraordinario rango de cosas." Y las tuvo. Hubo un breve pero inolvidable cameo en la escena de apertura de Los cazadores del arca perdida, que terminaba con él empalado en una trampa de lanzas tras traicionar a Indiana Jones: su primera aparición en cine. Fue el nervioso Kenneth Halliwell, amante y eventual asesino de Joe Orton en Susurros en tus oídos, de Stephen Frears. Estuvo el traficante vestido de seda y pasado de coca en Boogie Nights. El católico alcalde de Chocolate. Su rol como Diego Rivera, esposo de Frida Kahlo, en Frida, por el que recibió una nominación al Bafta. Su performance como el artista Mark Rothko en Red, puesta teatral de John Logan. El marido de Dawn French en la sitcom de la BBC Roger & Val Have Just Got In. Y su personaje más ampliamente conocido, Doc Ock, poseedor de letales tentáculos de metal en las películas de Spider-Man.
Sentado al otro lado de la mesa, Molina usa gafas con montura de carey, jeans y camisa a cuadros arremangada que exhibe un tatuaje en cada antebrazo. Se ve la última parte de una frase en latín -totus mundus agit histrionem, o "todo el mundo es un teatro"-, el lema del Shakespeare Globe. Se palmea el estómago. "Soy un tipo grande. Siempre he tenido unos cinco kilos de sobrepeso. Soy alto. Cuando era joven siempre fui un poco desgarbado, no era del tipo atlético", explica. Donde "actor de carácter" se sintió alguna vez como un cachetazo, ahora lo ve como "lo mejor" que su tutor pudo haberle dicho. "No estás negociando con tu apariencia, no estás negociando con tu personalidad. No estás negociando con nada que tenga que ver con vos. Podés ser cualquiera, cualquier cosa. De hechom, podés desaparecer. Y es un gran don."
El último acto de desaparición de Molina: como el detective Armand Gamache en Three Pines, una deliciosa adaptación de Prime Video de las novelas de misterio de Louise Penny. Ambientada en una muy unida comunidad de Quebec, es tan fría y de pueblo chico como una historia de Agatha Christie. Gamache es enviado a Three Pines para investigar la electrocución de un adinerado gurú del estilo de vida en un partido de curling, pero se distrae con la desaparición de una mujer originaria, y las acusaciones de que la policía ha descuidado el cado (dos episodios que se enfocan en esa historia particular fueron dirigidos por Tracy Deer, integrante de la tribu Mohawk).
Cuando abordaron por primera vez a Molina con la adaptación, mencionó los libros de Penny a una amiga. "Se volvió absolutamente loca: 'Dios, es mi escritora favorita. Leí todos sus libros.'" Golpea con una mano en la mesa para evocar su urgencia para que tomara el papel: "Me dijo '¡Tenés que hacerlo!'". Consciente de que podía ser un proyecto muy demandante de tiempo, Molina tenía ganas de ser más que un simple "actor de alquiler", así que propuso ser también productor ejecutivo. Lo que inicialmente no era un proyecto apasionado pronto se convirtió en eso, "simplemente por la potencia de su propia calidad."
Gamache es un gigante amable que gusta de tomar "patitos feos" bajo su ala. Es un detective que lleva con ligereza la sabiduría que ha acumulado con los años: en un punto sugiere que todos deberían llevar la frase "Podría equivocarme" tatuada en las manos. Cuando le pregunto qué impulsa al personaje, Molina dice con un brillo en los ojos que su nieta de 16 años lo ha estado preparando para esta clase de preguntas. "Me dijo 'OK, dame una frase pegadiza: ¿cuál es su superpoder?'". Se ríe. "Creo que es la empatía. Hay tantos shows detectivescos que tienen que ver con el qué, el dónde y el cuándo. Pero él está mucho más interesado en el por qué. Por qué alguien pudo haber sido empujado a este terrible límite, a este lugar en el que se puede ser capaz de hacer algo terrible."
Un protagónico sustancioso en un sofisticado drama criminal es algo que a Molina le calza como un guante. Pero un personaje como ese nunca fue el plan. De hecho, el intérprete admite: "Mi único objetivo era mantenerme empleado". En los tiempos de la Guildhall School of Music and Drama de Londres, donde se entrenó, podía escuchar a sus compañeros de clase que estaban "diseñando estrategias, planificaciones, dónde iban a ir después, dónde querían estar". Podían decir cosas como "Quiero estar en la Compañía Real de Shakespeare cuando tenga 30, y quiero estar haciendo tal o cual personaje para cuando tenga 40." Cita el título de las memorias del actor estadounidense Lee Grant, I Said Yes to Everything ("Le dije que sí a todo") como su lema principal. "Para mí, todo lo que importaba era que pudiera mantenerme trabajando. Y creo que eso es una herencia. Pienso que eso le pasa a un montón de chicos con padres inmigrantes. Porque hay una ética del trabajo en la que te mantenés trabajando para proveerle una mejor vida a su descendencia."
El padre de Molina llegó al Reino Unido al comienzo de la Segunda Guerra Mundial; su madre llegó una vez que la contienda había terminado. El era camarero, ella limpiaba habitaciones en un hotel. Cuando Molina se graduó en la escuela de actuación, fue su primer agente quien le señaló que a menos que cambiara su nombre "estarás haciendo de camarero español toda tu vida". "Eso realmente me hirió, porque mi papá era español, y mi papá era camarero. Y siendo muy amable en el recuerdo... eso me enojó mucho." Ahora se arrepiente pero concede que, dadas las actitudes a mediados de los años setenta, su agente tenía razón. "Por supuesto, ahora me estoy acercando a los 70 y estoy pensando que quizá debería volver a introducir la O". Rompe nuevamente con esa risa característica que le arruga la cara. "Y ahora todos están diciendo 'Demasiado tarde, amigo, ¡demasiado tarde!'"
En estos días está leyendo los diarios de Alan Rickman, pero él mismo tiró algunos que en su momento escribió y mantenía guardados. Jocosamente, saca a la luz una entrada de ejemplo: "'Fui a trabajar. Me junté con este y aquel. Almorcé con blablablá. Volví a los ensayos. Llegué tarde a casa. Bastante cansado. Me fui a la cama'. Después de unas cuatro páginas dije 'Esta es la cosa más jodidamente aburrida que haya leído en toda mi vida!'". Molina lee un montón de biografías de actores y actrices, "y hablan de cómo sintieron que ese trabajo era importante y aquel trabajo no lo era, y todo eso siempre me suena demasiado lujoso", explica. Hubo trabajos que tomó y que odiaba, pero necesitaba el dinero. "No empecé realmente a hacer algo de dinero considerable hasta que llegué a los 40 años. Hasta entonces fui de cheque de pago en cheque de pago. No lo estoy diciendo de una manera orgullosa. Pero si hubiera tenido los medios para ser más quisquilloso con lo que hacía, lo hubiera hecho. ¡Hay tantas cosas que he hecho que hubiera rechazado!"
El año pasado, Molina se hizo viral por una ingeniosa respuesta sobre por qué había vuelto para la más reciente película de Spider-Man. "Para mí, solo se trata del dinero", respondió sin más vueltas. Ahora dice que algunos trabajos sirven para subsidiar a otros -"Ese siempre es un factor en la vida creativa de cualquiera"-, pero tampoco piensa que hacer películas de superhéroes no sea satisfactorio. A diferencia de Christian Bale, quien recientemente describió la actuación con pantalla verde como "la definición de la monotonía", Molina está fascinado con los trabajos que involucran un elemento técnico. Dice que podía pasar su descanso para el almuerzo en Los cazadores del arca perdida practicando cierta forma de caminar, una y otra vez, que podía requerirle el pasar por encima del riel donde se montaba la cámara. Finalmente Steven Spielberg la filmó de una manera diferente, "pero yo estaba muy orgulloso de eso". "Según lo veo yo, los requerimientos técnicos y los requerimientos creativos conforman una maravillosa ecuación que tiene que ser resuelta."
El actor tampoco coincide con la queja expresada por Martin Scorsese, quien señaló que las películas de Marvel están arruinando al cine. Cree que el cine "es una iglesia muy, muy amplia, en la que hay espacio para toda clase de denominaciones. En última instancia, la realización de esas películas no es el problema. El problema es la forma poco equitativa de la distribución, o la disponibilidad de financiación para hacer películas. ¿Tienen que costar 300 millones de dólares las películas? ¿Tienen que gastarse 150 millones para que lleguen a un público? Digan lo que digan los contadores, o sea cual sea la dinámica económica de eso, hay toda una situación de inequidad." Le gustaría ver "algo de ese dinero de la Premier League yendo a las demás ligas. Más alla de todo el brillo igualitario que queramos poner en este negocio, no hay mucho de eso en términos reales." Aun así, no ve a las películas de Marvel como "un arte menor de hacer películas" y no lo diferencia demasiado de otros trabajos. "Quizá sea probable que tengas un mejor catering, pero creo que esencialmente es el mismo trabajo."
Pero, ¿pueden hacer aún películas como las de los comienzos de Molina, como Susurros en tus oídos o Permiso por una noche, una comedia romántica de los '80 sobre la clase trabajadora de Liverpool en la era de Thatcher? Molina espera que sí, y también cree que estas conversaciones no son nuevas. "Olvidamos nuestra historia. Porque la industria, desde el mismo comienzo, fue siempre una especie de lucha entre el arte y el comercio. Esa fricción siempre estuvo ahí." Entonces cuenta un viejo chiste: un actor nunca dijo la frase "El show debe seguir". Fue un productor, y la cita completa era "El show debe seguir, porque estoy perdiendo dinero."
Molina recuerda a Stephen Frears preguntándose "por qué alguien querría hacer una película, porque las condiciones para hacer lo que querés hacer son muy difíciles." Alguien con quien era muy difícil trabajar, de acuerdo a muchos relatos, era Harvey Weinstein. Molina protagonizó con Salma Hayek Frida, que fue producida por Miramax y estrenada en 2002; desde entonces Hayek ha escrito y hablado sobre su experiencia en el film, que había tratado de hacer desde hacía años. En un artículo de 2017 para The New York Times, Hayek aseguró que Weinstein la había acosado sexualmente, la había intimidado y presionado para incluir una escena de lesbianismo con desnudo total. "A sus ojos no era una artista, ni siquiera una persona. Era una cosa, un cuerpo", escribió.
Molina no fue testigo de ataques sexuales, pero sí de intimidaciones. Recuerda una ocasión en la que Weinstein fue a México durante la filmación. "Fuimos enviados a su suite uno por uno, y básicamente nos hizo todo el acto furioso a todos. Había visto algo de lo filmado y no estaba feliz con lo que había visto." Molina fue el último en subir; se disuelve en risas cuando recuerda el incidente, que fue "demasiado absurdo". Ensaya un acento neoyorquino: "Dijo 'Alfred, ¿qué carajo está pasando? Contraté a los mejores actores. Contraté a Salma Hayek, es una de las mejores actrices del mundo. ¿Y qué veo en la pantalla? ¡Nada más que Frida, Frida, Frida!". Hace una pausa, incrédulo. "Recuerdo que pensé 'Bueno, ese era el jodido punto, ¿no?' De lo que estaba hablando, por supuesto, es que ella no lo estaba haciendo 'sexy'. No estaba haciendo la latina pulposa, el tamal caliente. Estaba siendo Frida."
A pesar de todo, "Hayek hizo una gran película", agrega. "Contra una gran resistencia de Miramax, en términos de la gente que ella quería en la película se mantuvo firme y peleó contra todos, incluyéndome. Fue leal hasta el fin." Tras hacer la película y antes de que se difundieran las historias del #MeToo, Molina señaló en una entrevista que "si Salma fuera un hombre blanco hubiera sido más grande que Harvey Weinstein." El actor recuerda un incidente en una cena, luego de que se publicara ese artículo. "Eramos cuatro sentados a la mesa. Sam Rockwell, yo y un par de otros actores de peso. Entonces llegó Harvey Weinstein, y empezó a estrechar manos: la de Sam, el otro tipo, el otro. Entonces llegó a mí y pasó de largo. Me ignoró completamente. Sam Rockwell estaba en una punta de la mesa, yo en la otra, y Sam dijo -Molina replica una mirada incrédula- '¿Qué carajo hiciste?".
Molina elige no hablar de su vida personal, lo cual es entendible dado que su esposa durante 30 años, la actriz Jill Gascoigne (estrella de la serie policial de los '80 The Gentle Touch), murió en 2020 tras una larga batalla con el Alzheimer. En 2021 se casó con Jennifer Lee, guionista y directora de las películas Frozen.