Pese al férreo control de los organizadores del mundial de fútbol, las imágenes alcanzaron a filtrarse. Así, el recuerdo de Mahsa Amini (foto) y de las víctimas de las protestas estuvieron presente no sólo en buena parte de los asistentes sino también entre los integrantes de la selección iraní, que decidieron no festejar sus goles ni cantar el himno nacional.
El 14 de septiembre Mahsa Amini, una mujer kurda de 22 años, fue arrestada en Teherán por la “Policía de la Moralidad” (Gasht-e Ershad), un escuadrón de carácter religioso responsable de detener y castigar a aquellos que con su comportamiento atenten contra el gobierno chiita de Irán. Luego de pasar dos días en el hospital en coma, falleció el 16 de septiembre. La policía negó las versiones de torturas y afirmó que su muerte se debió a una “insuficiencia cardíaca repentina”.
Un símbolo
El delito por el que Mahsa Amini fue detenida y perdió la vida fue la utilización incorrecta de su hiyab, el velo con el que las mujeres islámicas deben cubrir su cabeza siempre que se encuentren en espacios públicos. Se trata de un símbolo de enorme poder y uno de los principales sustentos para el ordenamiento social y, especialmente, para el disciplinamiento de las mujeres en el contexto islámico iraní.
El caso Amini pronto alcanzó una inesperada repercusión y desató acciones de repudio en una creciente cantidad de ciudades y pueblos a lo largo de todo el país. Pero además de sus efectos locales, el reclamo ha alcanzado una importante dimensión internacional, principalmente en Europa y, en menor medida, en Estados Unidos.
De manera previsible, la primera reacción del gobierno persa fue la de señalar a los Estados Unidos y a Israel como responsables de la agitación. Sin embargo, las raíces de las manifestaciones habría que buscarlas en la historia reciente de la nación iraní.
En este sentido, las movilizaciones en las calles se ha vuelto una escena recurrente para la sociedad iraní en los últimos quince años. En 2009, y con el grito “¿Dónde está mi voto?”, cientos de miles de personas protestaron frente a lo que consideraron como el fraude electoral que permitió la reelección del presidente conservador Mahmud Ahmadinejad. En 2017 y 2018, por el alto costo de vida, se realizaron manifestaciones en las que incluso se exigió la renuncia del ayatola. En 2019, los altos precios de la gasolina fueron la causa de acciones generalizadas. En todos los casos, las mujeres fueron participantes activas, incluso, en la organización de las movilizaciones.
El factor económico
También en estas protestas está incidiendo el factor económico, lo que ha aumentado la participación popular y el nivel de violencia. En lo que va del año, Irán mantiene una inflación creciente y que ya ha llegado al 50%, la que está golpeando sobre todo a los hogares de bajos recursos, considerando que cerca de un 60% de la población vive bajo la línea de pobreza, y que casi un 20% sobrevive en la extrema pobreza.
Más allá de la participación protagónica de las mujeres y de los trabajadores de sindicatos en huelga vinculados a los estratégicos sectores del petróleo, el gas, el azúcar y el pequeño comercio, las protestas conservan hoy dos elementos novedosos.
En primer lugar, el enfrentamiento ya no es por la economía sino, directamente, por la organización del sistema político y religioso en Irán. En segundo lugar, se trata del involucramiento directo de la Generación Z, en particular, de las mujeres jóvenes y adolescentes nacidas a fines del siglo pasado y, por ende, sin contacto real con procesos fundamentales como la Revolución de 1979 y la guerra con Irak en los ’80.
En consecuencia, los “zoomers” son quienes hoy más se muestran distantes de la prédica de los ayatolas, y no dudan en expresar públicamente su rechazo o incluso su enojo frente a determinadas reglas con las que no coinciden. Pese a los bloqueos e intentos de control, su espacio privilegiado es el de las redes sociales: allí pueden actuar libremente y expresar lo que ellos mismos definen como “antipolítica”, una radicalidad que las autoridades no están dispuestas a tolerar.
La participación de las jóvenes y adolescentes resalta en las movilizaciones, tanto violentas, como también pacíficas, como ir por la calle sin el hiyab. A principios de octubre, la comandancia de la Guardia Revolucionaria de Irán mencionó que la edad promedio de la mayoría de las personas arrestadas durante las protestas era de 15 años.
Presión internacional
Frente a la creciente presión internacional, el régimen iraní admitió a fines de noviembre que la represión había causado la muerte de al menos 300 personas, un número bastante alejado al de las cerca de 450 víctimas fatales consignadas por distintos organismos de derechos humanos. Hoy la crisis ha escalado hasta la cima del poder: la activista Farideh Moradkhani, detenida desde el 23 de noviembre por calificar al gobierno de “régimen homicida y asesino de niños”, es sobrina del ayatolá Ali Jamenei.
Para reafirmar su posición, Estados Unidos impuso sanciones de “máxima presión” a directivos de la “Policía de la Moralidad” y más tarde avanzó en contra de una red internacional de contrabando de petróleo vinculada a organizaciones terroristas iraníes. Pero hasta el momento, el gesto más claro fue cuando, en tono desafiante y en el contexto de la última campaña electoral en Estados Unidos, Joe Biden afirmó “liberaremos a Irán”.
Pero las protestas también tuvieron su derivación a nivel de la geopolítica global. Hasta septiembre, el gobierno de Joe Biden se mostraba favorable a revisar la política hacia el acuerdo nuclear con Irán, conocida como el Plan de Acción Integral Conjunto (JCPOA, por sus siglas en inglés). Pero las movilizaciones y sobre todo la represión del gobierno, marcaron un nuevo límite y pusieron en duda la reactivación del diálogo.
Así, la Agencia Internacional de Energía Atómica (OIEA) condenó a Irán por su “falta de cooperación” en torno a presuntos procedimientos para enriquecer uranio. La resolución, presentada por Estados Unidos, el Reino Unido, Francia y Alemania, fue aprobada por 26 de los 35 miembros.
Las repercusiones del ciclo de protestas y de represión, junto con el creciente aislamiento ya están generando un mayor impacto no sólo en el contexto iraní sino también en el mercado energético global y en el cuadro mundial de desaceleración económica.
En consecuencia, los Estados Unidos, y prácticamente todo el mundo, permanecen expectantes frente a la mayor crisis del régimen chiita en toda su historia, y con el temor de que un empeoramiento podría convertir a Irán en un polvorín prácticamente incontrolable para cualquier potencia. Incluyendo, claro está, a los dos principales rivales de Washington en la región, Rusia y China, los únicos que podrían llegar a estabilizar la situación frente a un eventual desborde de mayores proporciones.
En todo caso, y para sobrevivir, será el propio régimen político el que deberá mutar para encontrar un nuevo punto de coincidencia con una sociedad que ya ha comenzado a cambiar dinamizada por su sector más joven, con una mentalidad más occidentalizada, y cada vez menos interesada en aceptar los principios religiosos impuestos desde el poder.
De lo contrario, no son pocos los analistas que piensan que, aunque una vez más logre acallar las protestas, Irán se encamine a un proceso de creciente conflictividad social y política. Así, la sombra de Mahsa Amini y de todas las víctimas de la represión se proyecta en Medio Oriente pero comienza a expandirse a todos los confines del globo.