Mario Aurelio Poli, el cardenal arzobispo de Buenos Aires, acaba de cumplir 75 años el pasado 29 de noviembre y con ello llegó también al final de su tarea como autoridad eclesiástica del distrito eclesiástico más importante de la Argentina. Las normas canónicas que rigen a Iglesia establecen que esa es la edad en que los obispos deben dar un paso al costado. Seguirán siendo obispos, pero ya sin responsabilidades de gobierno. Lo mismo se aplica para los sacerdotes: la edad límite en este caso les impone renunciar a ser párrocos, aunque no a su servicio pastoral.
La renuncia de Poli ya está en el Vaticano y a disposición de Francisco para su aceptación. Hasta no hace mucho tiempo este límite podía extenderse sin un plazo fijo por la sola decisión del Papa. En la Argentina ha sido corriente. El cardenal Raúl Primatesta (1919-2006), ex arzobispo de Córdoba y varias veces presidente de la Conferencia Episcopal Argentina (CEA), presentó su renuncia en 1994 al llegar al límite de edad, pero su dimisión solo fue aceptada cinco años más tarde por el papa Juan Pablo II. A no dudarlo hubo en eso una decisión política. El actual presidente de la CEA, el obispo de San Isidro, Oscar Ojea, cumplió 75 y dimitió, pero el Papa decidió prorrogarle por ahora su mandato diocesano. Otra decisión política atendiendo al rol que el obispo de San Isidro juega hoy en el episcopado.
Sin tiempo adicional
Sin embargo, por determinación del propio Francisco y como resultado de las reformas recientes introducidas en los estatutos eclesiásticos ya no habrá más prórrogas de mandatos episcopales. El mismo Bergoglio se auto limitó y no habrá más excepciones. En muy breve plazo el cardenal Poli pasará a ser un jubilado eclesiástico.
El arzobispo porteño fue designado en ese cargo por el papa Francisco en 2013, quien lo trasladó desde la diócesis de Santa Rosa (La Pampa) donde había llegado en 2008. Pero Poli era un porteño, por nacimiento y por historia eclesiástica. Sacerdote desde 1978 (ordenado por el cardenal Juan C. Aramburu) y obispo auxiliar de Buenos Aires desde el 2002, consagrado por Jorge Bergloglio cuando era arzobispo de la ciudad capital.
Es difícil discernir el motivo por el cual Francisco eligió como su sucesor en Buenos Aires a un obispo con perfiles muy diferentes al propio y que incluso cambiaron la impronta política, cultural y eclesiástica de la arquidiócesis. Si a Bergoglio se lo podía ver en la calle y viajando en transporte público difícil sería luego encontrar a Poli en esa misma actitud. De trato adusto y lejano Poli prefería la distancia con sus colegas obispos (nunca quiso aceptar ser presidente de la Conferencia Episcopal a pesar de que por su condición de cardenal el cargo le fue ofrecido en varias ocasiones) pero también con sus sacerdotes. Bien distinto en eso a Bergoglio a quien todos los curas, religiosas y religiosos recuerdan cercano y ocupado de todos, sin importarle incluso las diferencias de cualquier tipo que pudieran tener con él. De Poli no se puede decir que abandonó el trabajo de la Iglesia con los pobres. Es licenciado en Trabajo Social por la UBA. Siguió apoyando el trabajo de los curas villeros pero siempre desde un lugar de autoridad y prudente distancia que lo diferenció de Bergoglio visitando las parroquias y las villas.
Poli eludió siempre el contacto con los medios de comunicación, aunque mantuvo canales reservados y discretos con algunos periodistas de su extrema confianza.
Como su antecesor –y como lo han hecho en la historia los arzobispos católicos porteños- mantuvo lazos con el mundo político. Bergoglio –a quien se le reconoce capacidad de estratega- hablaba con todos y con todas, fijaba límites y establecía sus propias reglas de juego. Cuando tuvo que confrontar lo hizo. Lo supo Néstor Kirchner y puede dar testimonio Cristina Fernández. Poli no dejó de coquetear con el poder, pero en forma siempre más solapada. Incluso en sus intervenciones públicas cuando hubo críticas fueron siempre extrapolando el discurso religioso para vincularlo con la realidad con un resultado críptico la mayoría de las veces. Pocas veces se lo vió con dirigentes políticos, pero en el 2016 compartió paseos en bicicleta con Mauricio Macri en el peor momento de la relación del ex presidente con el Papa Francisco.
Obsesionado por mantener en pulcras condiciones la catedral Poli le ha demandado a Horacio Rodríguez Larreta todo tipo de salvaguardas (vallas, rejas y custodia policial) para evitar daños o pintadas que afecten la fachada del templo porteño. El alcalde porteño cumplió de buen gusto con el pedido.
A pesar de sus vinculaciones con el mundo empresario y de las finanzas, el arzobispo ahora a punto de ser jubilado no parece haber recibido buenos consejos para la administración de los bienes de la arquidiócesis. Varias denuncias por irregularidades en la materia derivaron en una auditoría vaticana que puso en evidencia poca transparencia en algunos negocios inmobiliarios. Como consecuencia de ello el Vaticano sigue de cerca todo el manejo económico financiero de la arquidiócesis de Buenos Aires.
El sucesor
Como se dijo más arriba es altamente improbable que Francisco extienda el mandato de Poli. La aceptación de la renuncia puede conocerse en cualquier momento, aunque solo el Papa sabe cuándo. La pregunta se centra entonces en la sucesión.
En la Iglesia existe un mecanismo habitual por el cual para elegir un obispo se hacen consultas internas (todas de manera sigilosa y en círculos cerrados) que termina con la elevación a Roma de una terna de candidatos. De allí –se supone- el Papa elige a quien designa. Puede también no ocurrir y que el designado sea otro, no incluido en esa terna.
No obstante, este es un caso particular. Francisco conoce muy bien la arquidiócesis que él condujo y, de igual manera, a gran parte de los obispos del país muchos de ellos designados por él mismo. El candidato para Buenos Aires debería salir de la nómina de obispos que integran la Conferencia Episcopal. Aunque a la hora de producir sorpresas –algo no inhabitual en Bergloglio- también podría ser elegido un sacerdote que, consagrado obispo, se haga cargo del arzobispado porteño.
La danza de nombres circula –con o sin información certera- por los pasillos de las curias de toda la Argentina. Nadie lo sabe a ciencia cierta y todas son especulaciones.
Hay quienes apuntan presumiendo certeza que Víctor Manuel “Tucho” Fernández, actual arzobispo de La Plata, uno de los hombres más cercanos al Papa y a quien asesora en muchos temas, sería “número cantado”. Pero las mismas voces dudan señalando que el amigo del Papa podría tener otro destino: tareas en el Vaticano.
Según a quien se pregunte también el obispo Gustavo Carrara, auxiliar de Buenos Aires y responsable de la pastoral villera, estaría en la nómina de los candidatos a ocupar el sillón arzobispal si es que Francisco se inclina por un perfil episcopal de obispos comprometidos con los pobres. Sería un mensaje. En la misma línea aparecen los nombres de Jorge García Cuerva (obispo de Santa Cruz) y Eduardo García (obispo de San Justo). Ambos han trabajado con Bergoglio. Tampoco habría que descartar el nombre del arzobispo de San Juan, Jorge Lozano, que ha hecho carrera internacional para ejercer hoy como Secretario General del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM).
Hay otros nombres también en danza. Pero si quisiera postergar la decisión final el Papa puede aceptar la renuncia de Poli y nombrar interinamente a un “administrador apostólico”, un obispo que transitoriamente podría hacerse cargo del arzobispado porteño y que recibiría indicaciones precisas para ordenar lo que sea necesario antes del nombramiento definitivo del arzobispo que luego será cardenal de Buenos Aires.
Solo Francisco lo sabe.