Permiso, intentaré reflexionar en medio de una alegría peligrosa. Porque puede derivar en euforia y ya sabemos que la euforia es depresión al revés. Venimos de una derrota impensada, después siguieron dos triunfos más; en el domingo 4 de diciembre del año 2022 después de Cristo, sumamos otro triunfo en un Mundial que entre sus muchos asombros nos sacude con la superstición convertida en religión y con la patria desatada.
No es nuevo: lo que es novedoso es ver cómo algo que se manejaba en el terreno de lo casi íntimo ahora se convirtió en temita nacional. Prácticamente no hay nadie que no tenga su cábala. Y eso nos viene desde lejos. Por ejemplo, recordemos el escándalo que se armó cuando la virgen de Guadalupe fue sacada –por “mufa”– de la cancha de Colón de Santa Fe. Asombro internacional. Revisé y encontré infinidad de casos. ¿Por qué el fútbol produce estos fenómenos?”
Respondo acudiendo a conceptos de mis libros De fútbol somos y Perfume de gol. El fútbol no es la causa. En todo caso es el espejo que mejor espeja nuestras conductas, nuestros complejos de superioridad que a veces encubren nuestros complejos de inferioridad. Ese espejo, el del fútbol, revela nuestro triunfalismo y derrotismo; la violencia elegante y la violencia en cuero. Además de nuestra xenofobia explícita y la subcutánea.
La superstición, ¿tiene algún parentesco con la violencia? No sólo tiene que ver sino que es violencia. Mediatiza una asociación ilícita con el más allá para modificar –siempre tratando de sacar ventaja– con el más acá.
Nos asquee o nos fascine, por empezar o después de todo el fútbol es una herramienta de autoconocimiento. Por eso, porque nos espeja. Podemos, gozándolo o no, conocernos a través de él. La superstición camuflada de religión, es una forma de violencia que irriga nuestra cotidianeidad. El fútbol no causa eso, lo evidencia.
Pregunta: pero ¿por qué la superstición es violencia? Porque encarna un intento de forzar la realidad. Las supersticiones, las cábalas, solicitan una ayuda extra al más allá para influir sobre el más acá. El ejercicio de la superstición supone una “asociación ilícita”, un soborno celestial para conseguir el éxito sin que el adversario–enemigo se entere.
Este licuado se hace a veces con la anuencia de la santa madre Iglesia Oficial. Tenemos ejemplos a granel, por ejemplo: la visita de otras selecciones argentinas a la Virgen de Luján y al Muro de los Lamentos en Jerusalén, en vísperas de mundiales. Aquí se confunden religión y superstición. ¿A qué van los jugadores ante Virgen o Muro? Van a hacer un pechazo celestial. Van a gestionar ayuda extra para doblegar adversarios.
Esa yapa energética proveniente del más allá incidiría en el más acá del verde césped. Es un privilegio, una ayuda unilateral que beneficia sólo al eventual gestor. Esta ayuda, digamos, espiritual, equivale a la energía adicional que ciertos procedimientos –doping, pichicata– suelen proporcionar en el terreno físico. La “promesa” funciona como doping. El doping muscular por un lado y el doping espiritual por el otro.
La superstición camuflada en religión, o viceversa, es algo que está legitimado por las buenas costumbres hipócritas y tramposas. Porque una cosa es ir a rezar y otra muy diferente es ir a pedir, mediante un guiño metafísico, ayudita extra. Aquí funciona el mismo espíritu que cotidianamente alienta a la coima: “Señor, Virgen, haz una excepción conmigo. Dame un ayudita”.
Lo jodido es que, desde la jerarquía eclesiástica no sólo se admiten, se suelen bendecir estas prácticas. Si fuese cierto que los Altos Cielos protegen a un equipo automáticamente perjudicarían al otro. La ayuda celestial sería tan indecente como la ayuda del otro doping. Pichicatas para el cuerpo y pichicatas para el alma. Pichicatas al fin.
No, no debiera extrañarnos lo que pasó con aquella Virgen de la cancha de Colón. Se caía Colón de local. Entonces, adiós Virgen adiós. Se trata ni más ni menos que de doping celestial. La coima celestial es un hábito cultural. Quienes desde el clero favorecen esta degeneración de la fe, trafican. Trabajan duro y parejo para el doping espiritual, para la coima celestial. No hay legislación que enjuicie y castigue eso.
Casos hay a patadas. Recordemos las decenas de cábalas de Bilardo y sus muchachos: cuando el expresidente Menem lo invitó a Olivos antes del Mundial de Italia, el DT se puso un calzoncillo colorado, neutralizador de mufa.
Otro episodio en donde la religión se pone al servicio de la superstición sucedió el 14 de febrero de 1998. Se desarrolló la jornada antimufa, con una “Misa en Racing” realizada en la catedral de Avellaneda. Después el capellán Domingo Della Barca, desparramó agua bendita y osciló incienso sobre el césped. La Iglesia, asociada a la superstición.
Una más: junio de 1995, San Lorenzo campeón. En la cancha de Rosario Central Marcelo Tinelli da la vuelta olímpica de rodillas. (No lo niego: en un caso así, por mi Luján Sport Club, yo daría la vuelta olímpica sobre un lecho de clavos con la punta para arriba. De fútbol somos.)
18 de julio de 1995. Tinelli encabezó a diez mil hinchas: 60 kilómetros a pie para agradecer a la Virgen de Luján. Monseñor Emilio Ogñenovich dijo: “Como una mamá –la Virgen de Luján– se pone contenta cuando viene uno de sus hijos con una buena nota. Hoy la Virgen se alegra…” Y concluye: “¡Viva la patria! ¡Viva la Virgen de Luján! ¡Viva la Iglesia! En segundos, que flor de licuado de superstición y religión y patria. En fin.
Pero el caso es que la selección argentina, que en una, que en dos, que en tres oportunidades perdió finales –con Messi y todo– últimamente está ganando. Y la vida, continúa. A propósito de esto: preparémonos para ganar, y también para perder. Porque, de todas maneras, la vida siempre continúa.