“Cuando salía de Buenos Aires, la noche del 1° de enero de 1950, iba lleno de dudas sobre la potencialidad de la máquina que llevaba y con la sola esperanza de llegar pronto y bien a Pilar”. Así comienza el relato un joven estudiante de medicina llamado Ernesto Guevara, que se aventuraba a una travesía por Argentina en una bicimoto.
Los diversos viajes de Guevara, y también su posterior vida como revolucionario, están casi por completo documentados por su pluma, rasgo que deja entrever una persona meticulosa en sus anotaciones y con una evidente necesidad de dejar testimonio de su paso. De los viajes se han editado libros, memorias, se han rodado películas, series y cantidad de documentales.
Sin duda, el más conocido y difundido de ellos es el realizado junto a su gran amigo Alberto Granado, montados sobre “La Poderosa”, motocicleta marca Norton, a la que bautizaron de esa manera. Sin embargo, del anterior viaje de Ernesto en soledad, arriba de una bicimoto con apenas 21 años, hay vagas ideas que muchas veces se mezclan y confunden con las diferentes travesías del rosarino.
El Viaje
El joven Guevara comenzará su periplo el primer día de 1950, emprendiendo una solitaria travesía que tendrá la intención de recorrer parte del país. Aquel viaje comenzará en Buenos Aires teniendo como primer destino San Francisco del Chañar, en la provincia de Córdoba, con el fin de visitar a su amigo Granado y a sus colegas de la infancia, para luego continuar viaje con rumbo norte.
Alejandro Arroz es documentalista y biógrafo audiovisual de Alberto Granado, con el que, aparte de filmar piezas documentales sobre el ladero de Guevara, entabló una relación de amistad. “Felizmente, Ernesto Guevara desde esa época tenía la costumbre de escribir todo en un diario, era un gran lector. Justamente, Granado cuenta en el documental como es que un chico de 14 años ya había leído un montón de literatura que no era usual para su edad. Ernesto le contaba que cuando le daban los ataques de asma y quedaba en cama, su refugio era la literatura. Así que era un gran lector y por ende, un gran narrador”.
En la bicimoto marca Micrón, con mecánica Garelli, culminará su primer destino en el viaje al llegar a tierras cordobesas, donde luego de algunos días de visitas programadas, continuará viaje hacia el norte. Aquel momento de la partida quedará retratado en una foto hoy icónica, que se toman de manera graciosa Guevara, Alberto Granado y su hermano Tomás; los hermanos simulan hacer dedo y al mismo tiempo despedirlo en la continuación de su periplo.
Camino al norte
Con la bicimoto asentada y su buen rodamiento garantizado durante largos kilómetros, la partida desde Córdoba hacia el norte profundo tenía sabor a verdadero comienzo de aventura.
Ya entrando a Santiago del Estero sus anotaciones marcan: “A los costados del camino se levantan enormes cactus de los 6 metros que parecen enormes candelabros verdes (…) Elijo una frondosa sombra de un algarrobo, y me tiro durante una hora a dormir (…) sobre el camino el mojón marca el kilómetro 1000 de la ruta 9”.
El joven estudiante sigue viaje y pasa por Tucumán camino a Salta, no sin antes considerar elogiosamente la exuberancia y belleza de la selva, al tiempo que comienza a esbozar reflexiones que dan cuenta de un cambio interior que poco a poco va creciendo. “Me doy cuenta entonces que ha madurado en mi algo que hacía tiempo crecía dentro del bullicio ciudadano; y es el odio a la civilización, la burda imagen de gentes moviéndose como locos al compás de ese ruido tremendo se me ocurre como la antítesis odiosa de la paz, de esa en que el roce silencioso de los hojas forma una melodiosa música de fondo”.
“Sigo apurando el tren, esperando llegar a Salta durante el día. Tengo 200 kilómetros todavía”, comenta el joven mientras se dispone a ingresar por primera vez en su vida a la provincia por la parte sur, dejando registro en su bitácora de la ciudad a Rosario de la Frontera como la primera atravesada. Allí, apenas pasa unas horas y continúa viaje: “De Rosario de la Frontera a Metán el camino pavimentado me ofrece el descanso de su lisura, para prepararme al tramo Metán-Salta, con una bien provista dosis de paciencia para los serruchos”.
Pareciera ser que el andar lento de la Micrón lo interpela para contemplar el paisaje que sigue describiendo elogiosamente. “Con todo, lo malo de esta zona, en cuanto a caminos se refiere, se ve compensado por los magníficos panoramas. Entramos en plena zona montañosa y a la vuelta de cada curva algo nuevo nos maravilla. (…) Tengo la oportunidad de admirar uno de los paisajes más bonitos de las rutas: al borde del camino hay una especie de puente del ferrocarril, sostenido solo por los tirantes, y debajo del cual corre el río Juramento (…) me quedo un rato mirando el agua”.
Llegando a la ciudad de Salta
“Entrada la noche subo la última cuesta y me encuentro frente a la magnífica ciudad de Salta en cuyo desmedro solo debe anotarse el hecho de que dé la bienvenida al turista la geométrica rigidez del cementerio”, describe la pluma de Guevara lo que sus ojos y sentidos reciben con la primera impresión que se lleva al ver la ciudad norteña hacia 1950.
La noche lo apremia y Guevara toma una decisión que pareciera ya tener pergeñada pensando en su alojamiento nocturno: “Me presento al hospital (…) como un estudiante de medicina medio pato, medio raidista y cansado. Me dan como casa una Rural con mullidos asientos y encuentro la cama digna de un rey. Duermo como un lirón hasta las 7 de la mañana en que me despiertan para sacar el coche. Llueve torrencialmente, se suspende el viaje”.
Hacia 1950 la ciudad de Salta poco tenía que ver con el nivel demográfico y de instituciones que hoy posee. Es por esto que en la indagación sobre cual sería el hospital donde pasó su primera noche, el profesor de historia Miguel Angel Cáseres afirma: “El viejo Hospital del Milagro ya estaba para esa época en la calle Sarmiento y Rivadavia, que fue su segunda ubicación y es donde hoy está. En ese momento era policlínico ya que aún no existía el Hospital San Bernardo. En esos tiempos se está recién poblando la zona del hospital, que era la periferia de la ciudad”.
En tanto, el cineasta Alejandro Arroz comenta: “Ernesto llega a Salta diciendo que era estudiante de medicina, truco que también usaron en el famoso viaje por Latinoamérica, presentarse como estudiantes avanzados de medicina y recurrir a hospitales para alojarse. Entonces ya Ernesto ensayó esa práctica cuando llegó a Salta, porque lo primero que hizo es irse al hospital a pedir pasar la noche”.
Saliendo de Salta hacia el norte, utilizando el camino de cornisa, nuevamente se ve deslumbrado por los paisajes exuberantes de las yungas salteñas. “El agua caía, se juntaba en arroyitos que cayendo de los cerros cruzaban el camino yendo a morir al Mojotoro, que corre al borde del camino. El follaje mojado inunda el ambiente de frescura, pero no se nota esa humedad penetrante, agresiva de Tucumán, sino algo más naturalmente fresco y suave”.
Segunda estadía salteña
En su relato pormenorizado de la travesía por el norte argentino, su paso por Jujuy resulta fugaz, y luego de dormir también en un hospital, comienza su regreso hacia el sur pasando nuevamente por Salta. “Regreso por el camino del bajo que me lleva a Campo Santo, nada digno de mención sucede en este lapso y solo es digno de destacar la maravilla del paisaje en la cuesta del Gallinato”.
En este punto Alejandro Arroz se detiene y marca: “Se internó en el camino del Gallinato con su precario vehículo, un camino que hicimos junto a Alberto Granado cuando vino a Salta en 2008. Él sabia que Ernesto lo había hecho y no salía de su asombro porque decía ‘mirá lo que es este camino ahora, me imagino la soledad que tendría este camino en los años que lo hizo Ernesto, con qué valor lo hizo’, algo que siempre destacaba del Che era el valor. Y la verdad es que es increíble como en solitario se metió en el Gallinato con una bicicleta a motor que tenía muy poca carga de nafta, que solo podía andar pocos kilómetros y luego tenía que seguir pedaleando”.
Guevara continúa su relato describiendo su segunda noche en la ciudad. “Llego a Salta a las dos de la tarde y paso a visitar a mis amigos del hospital, quienes al saber que hice todo el viaje en un día se maravillaron”, comenta y agrega datos sobre su segundo lugar de pernocte, “Al anochecer me arrimo a la dotación policial que está a la salida de la ciudad y pido permiso para pasar la noche allí”.
Según el historiador Cáseres, aquella dotación de policía de la que habla Guevara “es donde están los gauchos de lata, ahí era el viejo control policial de salida de la ciudad”.
Allí, rodeado de policías que le guardan cobijo en la noche salteña, Guevara tiene tiempo para poetizar. “La luna llena muestra su exuberancia subtropical, lanzando torrentes de luz plateada que dan una semipenunbra muy agradable (…). La fresca noche salteña se llenó de música de sapos y arrullado por su cántico eché un sueñito corto (…) A las 4 me despedí de los agentes y empecé la trabajosa jornada a Tucumán”.
Regresar pensando en la próxima partida
Al regreso a Buenos Aires, luego de su primer gran travesía que abarcó provincias del NOA e inclusive algunas de Cuyo, habiendo recorrido 4500 kilómetros sobre su bicimoto, la empresa fabricante del rodado le ofrecerá realizar un aviso publicitario, que incluiría la imagen de Ernesto Guevara sobre la bicicleta. A esto se le sumaba una carta de recomendación donde se podía leer, “Ha funcionado a la perfección durante mi largo viaje y solo observé que hacia el final perdía compresión, razón por la cual la envío a usted para reparación”.
Más allá de la pintoresca anécdota, cierto también es que algo lentamente en Guevara se iría modificando con este primer viaje que lo conecta a la realidad de la Argentina profunda, saliendo de la pacata comodidad de los Guevara Lynch. “Alberto Granado contaba que Ernesto llegó muy impresionado por la pobreza que había en el norte. Hay alguna foto, muy pocas, que se lo ve en su bicicleta, en algún ranchito. Todo el mundo dice que el contacto con Latinoamérica y con la realidad social fue en el famoso viaje en motocicleta y si bien es cierto, hay que decir que ya en ese viaje solitario, había quedado muy impresionado con las condiciones sociales del norte”.
Aquel joven que partió el 1° de enero de 1950 en una bicimoto, jamas pensó que tan solo nueve años después estaría celebrando el triunfo de la Revolución Cubana cumpliendo un rol principal con grado de comandante, ya transmutado para la historia mundial como Che Guevara.
Aquella figura política de relevancia internacional, inmersa en una revolución que la abrazó y a la que supo abrazar, encontró allí quizás la síntesis de todos los viajes que fue sembrando en esos nueve años de vida, tanto por Argentina como por América Latina.
La historia dirá que en uno de esos viajes, en el primero, en la fundacional primera incursión en solitario, Che Guevara pasó por Salta, dejó su huella, y aquí también se quedó la clara, la entrañable transparencia de su querida presencia.