Un partido de fútbol infinito tiene lugar ante nuestros ojos en la pantalla del televisor o en cualquiera de los dispositivos que utilizamos a diario. Fútbol de la Argentina, Brasil, México, España, Italia, Francia, Inglaterra, Rusia, Turquía, Egipto, Sudáfrica, China, etcétera. Lo que años atrás ocupaba una porción reducida de nuestro tiempo libre del sábado y el domingo ahora invade toda la semana e impregna nuestra vida cotidiana. “Comé fútbol, bebé fútbol, respirá fútbol”, dice el eslogan de una marca comercial. A caballo de la revolución tecnológica el fútbol se ha convertido en parte indisociable de la cultura global, a la que consolida y recrea. Se puede dar vuelta al mundo en 90 minutos saltando de un partido en Argentina a otro que tiene lugar en Inglaterra, Francia, Italia o España sin movernos del confortable sillón de nuestra casa. Pero no solo nos brinda el don de la ubicuidad de poder estar en varios lugares al mismo tiempo sino que nos permite ver el partido como nunca antes lo habíamos visto. Las jugadas de los mejores futbolistas del mundo nos llegan en alta definición, desde múltiples ángulos, y a través un número de cámaras sin precedentes. El primer impulso del espectador en la tribuna si se produce un gol en la cancha es ver el replay de la jugada, pero al segundo se da cuenta, decepcionado, que no está en el living de su casa. Hoy, para subsanar el inconveniente, en los grandes estadios una gran pantalla de televisión replica el gol. La realidad que nos proveen las imágenes de la televisión parece más real que la propia realidad, a la vez que supera el punto de vista sesgado del espectador en la tribuna. Aunque para el hincha, por supuesto, nada como estar con su parcialidad y en la cancha alentando a su equipo.
El resplandor de la belleza
La globalización es un hecho, un clásico como el enfrentamiento Barcelona-Real Madrid es visto al mismo tiempo en un pueblito de Tucumán como en una aldea perdida del Tíbet. El fútbol se ha convertido en uno de los grandes espectáculos de la cultura de masas actual y en un negocio multimillonario; un fenómeno deportivo, económico y sociocultural que despierta la pasión de multitudes. La práctica profesional de este deporte tiene su momento culminante durante la competencia mundial entre países que en estos días se desarrolla en Qatar. Un Mundial de fútbol atravesado por las implacables y voraces reglas de juego de la economía de mercado. No importa si los jugadores no tienen tiempo para descansar debidamente y muchos se lesionan o llegan cansados. No importa, “it's showtime”; el espectáculo, el negocio debe seguir. Felizmente, la lógica de mercado no ha logrado empañar del todo el espectáculo del fútbol, la fiesta del fútbol que significa un Mundial. En Qatar, como en otros mundiales, indisociable de jugadas maravillosas, movimientos tácticos admirables y los mejores jugadores del planeta, la belleza del fútbol resplandece sobre los verdes campos.
Ahora, ¿cómo se explica la fascinación por el fútbol? ¿Cómo es que este deporte se convirtió en el más popular del mundo atravesando países, razas y géneros?
El fútbol pone el mundo al revés
El fútbol moderno (más o menos parecido a lo que es hoy) tiene orígenes aristocráticos. El fútbol moderno nació a mediados del siglo XIX en los colegios británicos más prestigiosos y fueron éstos quienes reglamentaron un juego que abrevaba en antiguas tradiciones populares. El juego poseía una rareza, una singularidad: prohibía el uso de las manos. Hacía finales del siglo XIX algo sucedió que cambió las cosas: la clase trabajadora se apropió del juego que practicaban los jóvenes aristócratas ingleses. Al principio los futbolistas no cobraban por jugar. A los jóvenes de las clases altas no les hacía falta. En las últimas décadas del siglo XIX surgen equipos de obreros de distintas fábricas en comunidades recientemente industrializadas; después las fábricas comienzan a pagar a sus jugadores para que sólo jueguen y no trabajen. Tiene sentido, en el lugar y el momento de apogeo de la industrialización, surge un juego colectivo que penaliza el principal instrumento de trabajo, las manos; y, casi inmediatamente, la clase trabajadora inglesa lo adopta.
Todo juego crea su propio tiempo, espacio y reglas, en mayor o menor medida, en oposición al mundo de la vida cotidiana. Una de las oposiciones clásicas es la existente entre juego y trabajo. El juego supone una dimensión gozosa, que lo emparenta con la fiesta, y lo enfrenta al trabajo, que más allá de su potencia creativa, aparece en la tradición judeocristiana como una maldición bíblica. Los hombres crean un juego para su disfrute, pero además dentro de éste dejan un lugar para el azar, lo imponderable. En el fútbol siempre hay algo de imprevisto, de impensado, de creativo que tiene más que ver con el arte que con una ciencia exacta.
El poeta y pensador alemán, Friedrich Schiller, decía “que los hombre sólo juegan cuando son libres”. Y son libres, se podría agregar aquí, porque en el juego, al crear sus propias reglas, crean para sí un espacio y un tiempo liberado del trabajo y entregado al goce y la despreocupación. Cuando la pelota de fútbol se pone en movimiento y comienza el partido, la multitud presente en el estadio y los millones que contemplan la tv entran en otra dimensión. En el campo de juego no se puede usar las manos. Durante 90 minutos los hábitos de la vida cotidiana quedan en suspenso. En la cancha se usan principalmente los pies. El mundo, por un momento, se pone al revés.
La pasión
Un aviso de una canal de televisión muestra un joven que en primer plano se dirige a la cámara: “Siempre voy a estar con vos, dice; en las buenas y en las malas. Siempre te voy apoyar y alentar hagas lo que hagas. Te llevo en mi corazón adonde vaya”. De pronto la imagen lentamente va ampliándose a un plano general que nos permite ver que el joven habla desde una tribuna de fútbol. El mensaje no está dirigido a su amada o amado, como en principio podría creerse sino a su equipo, pero la pasión parece ser la misma. El aviso institucional del canal deportivo citado exhibe, con certero humor, la pasión que genera este juego en sus seguidores.
La pasión, el amor por su equipo, es un componente muy importante entre los hinchas y también entre los jugadores, no obstante el profesionalismo de éstos. La pasión por el equipo está muy ligada a los sentimientos de pertenencia e identidad. En los orígenes, como en el caso de los obreros ingleses, la adhesión a un club estaba vinculada a la fábrica, al barrio, la parroquia, etcétera. El Manchester United, uno de los grandes clubes del mundo, por ejemplo, fue fundado por ferroviarios. Muy poco o nada queda en la actualidad en los grandes clubes de esos orígenes. El fútbol es una pasión de multitudes. No hay muchas cosas en este mundo que despierte un cúmulo de sentimientos tan intensos en millones de personas. En este deporte se mezclan la euforia del triunfo con la tristeza de la derrota, el padecimiento con el placer, el desánimo con el éxtasis. En la mirada negativa de algunos tanta pasión por un juego no expresa otra cosa más que el grado de enajenación alcanzado por las multitudes en la sociedad actual. No se tiene en cuenta, o no se valora lo suficiente, la experiencia lúdica, festiva y pasional que significa para millones. Es verdad que muchas veces esa pasión deriva en formas de violencia totalmente repudiables, pero también es verdad que esa pasión hace más llevadera nuestra vida cotidiana. En la mirada negativa sobre el fútbol éste sería una suerte de droga que adormece y sumerge a la multitud en un abandono gozoso que la aleja, entre otras cosas, de todo intento de transformar su existencia. En síntesis, el fútbol sería un opio para el pueblo.
Quien utilizó la figura del opio en uno de sus aforismos fue Karl Marx. La frase que el pensador alemán hizo célebre en un escrito de 1844 fue la siguiente: “La religión es el opio del pueblo”. Marx expresaba aquí una visión negativa de la religión, pero en el mismo texto le asigna una función positiva: “La religión es el espíritu de un mundo sin espíritu”. Es decir, en un mundo dominado por la explotación y el dinero.
Parafraseando a Marx podemos sostener que “el fútbol es la pasión de un mundo sin pasión”. O con mayor precisión: un mundo donde es difícil encontrar la pasión o vivir apasionadamente. El fútbol aparece entonces en nuestra vida cotidiana como una pasión al alcance de todos. Una pasión que en estos días de Mundial de fútbol se transforma en un tsunami sonoro y emocional que atraviesa e inunda el país cada vez que la Selección Argentina hace un gol.
* Periodista y escritor.