Del telón de fondo, estampado con rosas, cuelgan luces de neón que no son de neón. Hay también palmeras de plástico, flamencos de madera, un piano con más cola que piano y un ananá gigante como sigilo tropical. Todo está quieto y parece que sucedió hace mucho. Todo tiene pinta de artificio. En tanto, el público se va acomodando en lento bullicio y las butacas del Teatro Astros se van ocupando hasta llenarse por completo. De pronto se apagan las luces y entre el aplauso del primer asombro entran los músicos. Suena una especie de merengue cuarteteado. “Porque soy un romántico, de los que no quedan”, canta Chino Amado con el jopo erecto y una voz que se parece a esos flamencos y palmeras. Los influjos del amor se expanden en la sala expectante y entre artistas y público una vez más se sigila la complicidad que legitima todo. La farsa se disuelve y lo viejo se actualiza. Mejor y peor resignan sus categorías para ser, sencillamente, esa forma superior de la verdad que suele ser lo delicioso.

El jueves pasado, en el Teatro Atros, Los Amados ofrecieron el penúltimo show de una temporada que cerrarán el miércoles 7, a las 20.30, en la misma sala de Corrientes al 700. Anacrónica influencer del amor, la banda liderada por Chino Amado –que en otro lado suele llamarse Alejandro Viola– condujo un recorrido por aquellos boleros infalibles que, en nombre del antiguo y nunca bien dirimido sentimiento que mueve al mundo, van y vienen por la memoria y otras zonas erógenas. 

A través de un hilo de comedia, que fluctúa entre lo inverosímil –y por eso placentero– y lo ineludible, música y palabras se ponen al servicio de una forma de exotismo de entrecasa en el que todos, arriba y abajo del escenario, pueden sentirse protagonistas.

“Voy a apagar la luz”, “Bésame mucho”, “Tú me acostumbraste”, “Toda una vida”, “Aquellos ojos verdes”, por nombrar algunos, fueron los temas que presentaron el amor en distintas posiciones. 

Con piloto dorado, traje rojo o saco print animal de Malasia, Amado milita el amor, bajando a conversar con el público o al frente de un conjunto kitsch y sentimental, bien ensamblado desde lo musical y lookeado como quien promete maravillas. La hondureña Aroma, al piano; Elpidio “Cascarilla” Gutiérrez en saxo; Domingo Parrilla, en trombón: Charles Wilson Ortiz, “el Anticuchito”, en bajo; Pochiolo Santamaría, en percusión; Conguita Sandoval, en congas, además de Ángel y su trompeta y la voz de Insolación del Campo, son los nombres que completan un imaginario mapa sentimental en permanente movimiento. 

Al final, un toque de cumbia y el cierre con la sala aplaudiendo de pie, bailando y haciendo trencitos al son de “El cumbanchero”, confirmaron la vigencia del contrato entre Los Amados y el público.

Producto de una broma que desde 1989 es una cosa seria, Los Amados son como el amor mismo: ese estado impreciso en el que resulta tan inútil cuanto imposible distinguir los límites entre realidad y ficción. Y como el amor mismo, se haga como se haga, siempre está bien.