“Nací con el cuerpo roto”, dice la poeta, cantante y periodista Marina Cavalletti en uno de los poemas de Hospital pediátrico, en el que explora la enfermedad y la hospitalización durante su infancia. A los 10 años, la operaron en el Hospital Garrahan y le estiraron los músculos de la ingle, las rodillas y los tobillos para que su anatomía no se atrofiara por la parálisis cerebral que padece desde su nacimiento. “Tuve mi propia crucifixión/ no quiero blasfemar/ pero la tuve:/ todo fue/ alarido/ cuando abrí/ los ojos”, revela en otro de los poemas de este libro que ganó el primer premio del 14° Concurso Nacional de Cuento y Poesía Adolfo Bioy Casares.
La poesía puede condensar mejor que ningún otro género la complejidad de la “diversidad funcional”, un término que la autora del poemario Random y asesora en el Centro Cultural Azucena --institución que otorga mensualmente los premios Taty Almeida-- propone usar para evitar palabras como discapacidad o minusvalía, que resultan estigmatizantes, como plantea en la entrevista con Página/12. Verso a verso intenta cauterizar las heridas de habitar la complejidad de un cuerpo que duele. Los poemas de Hospital pediátrico son como alfileres que se clavan en la piel de los lectores; la belleza es una cicatriz que deviene poema. Como sucede en “La costurera”, donde la poeta da cuenta de cómo su madre la cura después de la operación: “Mamá saca los hilos/ flotan en el agua/ desata a la inmóvil que fui/ tironea/ todo es crujido/ mientras los perros ladran/ intento disimular el asco/ mi piel cosida y desarmada/ el espejo del baño se pierde en el vapor/ veo sus manos sin mirarla a la cara/ tiene menos de cuarenta/ y le tiemblan los dedos/ sé/ esta hija de piedra/ que soy/ duele como la noche/ mientras/ los grillos cantan/ y no hay palabras/ entre las dos”. Cavalletti, colaboradora de Salta/12, profesora en la Universidad Nacional de Avellaneda (UNDAV) y creadora del ciclo de lectura itinerante Brote Poético, empezó a escribir los 37 poemas de Hospital pediátrico en las clases que Tamara Kamenszain daba en el marco de la Maestría en Escritura Creativa de la UNTREF, dirigida por María Negroni.
Cuerpo disruptivo
-En el primer poema del libro afirmás: “sé que soy rara/ pero no tanto”. ¿Por qué inscribís tu enfermedad en la rareza? ¿Por qué hay enfermedades que expulsan automáticamente a quienes la padecen del campo de eso que llamamos “normalidad”?
-Lo diverso es considerado raro históricamente. Si bien hoy asistimos a un momento de revisión de muchos términos y concepciones, comenzando tal vez por el de “normalidad”, todavía lo que se sale de los carriles de lo esperable, de lo sano, de “lo bello”, es percibido como extraño, como exótico, como fuera de lugar. Cuando habitás un cuerpo disruptivo, habitás también un lugar otro, una diversidad que no todes están preparados o tienen ganas de ver en una realidad mediada por la dictadura de las redes sociales. Aun así, creo que transitamos un cambio de paradigma, pero todavía estamos en un “mientras tanto”. En esa especie de limbo, donde hay una deconstrucción de las corporalidades y los sujetos que “encarnamos” la diferencia, todavía impera el capitalismo, un sistema que oprime los cuerpos, que los encasilla dentro de matrices de productividad, de capacitismo. En este tiempo de trance, aún persiste la inercia donde la rareza se ve, a veces, como una amenaza, o como un acople en la música funcional del sistema. Lo cierto es que todes somos rares, pero probablemente en el mundo de los instagramers, la diferencia que se ve, es molesta y ahí es claro que nadie está hecho para agradar ni debe ser obligado a adaptarse a estereotipos ridículos y estigmatizantes. Afortunadamente, insisto, todo eso está cambiando. El término médico para mi enfermedad es parálisis cerebral. A mí misma me resulta rara la expresión y hasta fuerte: ¿qué parte de mí está paralizada? ¿cómo esas palabras me condicionan en lo simbólico y en lo material? Cuando no “nacés sanita”, hay algo de lo trágico que todavía opera en el imaginario de las familias. No sé muy bien por qué ciertas enfermedades expulsan del campo de la “normalidad” a quienes las vivimos. Podría ir al extremo socrático de preguntar: ¿qué normalidad? Mi normalidad es esta, la de una persona no vidente es otra, la de alguien que no oye es otra también. Hay tantas “normalidades” como personas. La clave está en no imponer parámetros que, en lugar de tomar la riqueza de lo heterogéneo como algo que existe, cercenan, reprimen y hasta ocultan la diferencia. Para no imponer, es interesante y necesario repensarnos, trabajar colectivamente por un mundo con todes adentro, sin barreras urbanas, afectivas y sociales para quienes “se salen de la norma”, porque nosotres somos parte de la sociedad, no una minoría.
-¿Qué hacer con los cuerpos inesperados, cómo nombrarlos?
-Es una gran pregunta. En principio, cuando nombramos algo, le damos entidad, lo definimos. Entonces, hablar de discapacidad o de minusvalía resulta estigmatizante. En lo personal, abrazo el término diversidad funcional. Se trata de una forma de autopercepción, de una construcción política y social que cuestiona a la discapacidad, ligada a la productividad, al capacitismo. ¿Por qué diversidad funcional? Porque nuestras diferencias nos resultan funcionales, con ellas andamos, hacemos, transformamos, vivimos. Pienso en la vida digna y en el nombrar dignamente a personas con realidades “complejas”. Así como existe la ESI, como herramienta que evita o pone freno a situaciones de violencia, debería existir una Educación para la Diversidad Funcional, algo así como una ESI vinculada con la “discapacidad”. En las escuelas actuales hay maestras integradoras, por ejemplo. Celebro eso y a la vez me pregunto ¿cuánto se habla de “discapacidad” en las aulas desde sus protagonistas, desde quienes transitan por esas mismas aulas con una “capacidad diferente”? En Argentina, según la agencia nacional de discapacidad, 5 millones de personas tenemos alguna característica que se escapa de lo “normal”. Entonces ¿no sería importante reflexionar sobre el autismo, la ceguera, la sordera, y otras realidades, buscar formas que promuevan el respeto y un mundo más igualitario en ese sentido? Insisto, somos parte de la sociedad, no una minoría. Ojalá en algún momento no necesitemos más de esos términos.
Aguas abiertas
-¿Cómo es una infancia donde “no estaba permitido correr”?
-Ese verso tiene un doble sentido. Por un lado era una infancia de muchas caídas, literalmente, con numerosas barreras arquitectónicas y donde mi realidad corporal era diferente a la actual. Vivía encorvada, caminaba en puntas de pie y tenía tanta tensión muscular que no podía abrir las piernas de la rodilla hacia arriba, casi como si las tuviera pegadas. Entonces correr era un riesgo. Y en los recreos o en las plazas todes lo hacían. A veces, me quedaba en el molde, con cierta tristeza y otras, me largaba a correr y terminaba con más de un raspón o lesiones de cierta gravedad. Habitar un cuerpo diverso fue muy difícil en la niñez, que es una etapa muy ligada a lo físico, de jugar a la mancha, de jugar hándbol y ese tipo de cosas. De todas formas, con una amiga que conservo desde segundo grado hasta hoy, jugábamos a armar conjugaciones verbales que nos daban gracia y nos reíamos mucho. O sea, mi infancia tuvo muchos momentos de luz. Por otro lado, en ese poema digo también que mis piernas eran presas políticas, como un gesto hacia los militantes de los 70, hacia una parte del mapa familiar y mi militancia actual en literatura y derechos humanos, y también por los derechos de las personas con diversidad funcional. Por ejemplo, para que estemos en agenda, para que se cumpla el cupo laboral en “discapacidad”, para que haya artistas con diversidad funcional en los escenarios, entre otras cosas.
-Hay grito, hay dolor, pero en los poemas no aparece la niña que fuiste como víctima. Más bien hay una mirada “humorística” o que se permite por momentos desdramatizar el dolor o la incomodidad con el cuerpo cuando, por ejemplo, dice: “tengo miedo de exiliar a la renguera/ mis brazos/ como acuaman/ abriéndose paso/ entre la multitud”. ¿Fue una decisión que no apareciera la niña como víctima?
-La niña y la adulta víctima aparecieron en los primeros borradores del libro, que se gestó en la Maestría en Escritura Creativa de la UNTREF. Ahí, hubo un trabajo arduo de corrección, en el que tuvo mucho que ver mi tutor, docentes, compañeres. En ese proceso, además de aceptar que tenía que hablar de lo que había transitado, me di cuenta de que tenía que hacer literatura. Es decir, no podía quedarme meramente en lo autobiográfico, tenía que trascenderlo porque mi objetivo principal con el libro era y es acompañar a otres que hoy están hospitalizades. En ese sentido, la victimización no es interesante para el arte. Hubo una poda importante en ese aspecto. Fue un poemario que tuvo mucha corrección y reescritura. Respecto del humor, es -por una parte- un guiño a mi viejo, que aportó bastante de eso en los postoperatorios y por otra, una forma de camuflar el temor y hasta la rabia por un cuerpo que te duele todo el tiempo. El humor es un recurso para alivianar, para seguir adelante y acuaman es mi favorito de la liga de la justicia. Antes me molestaba bracear al caminar y ahora amo nadar, incluso me estoy preparando para hacer aguas abiertas en marzo. Espero animarme. Siempre digo que el agua es un elemento democrático, igualador en el buen sentido de la palabra. Así que espero abrirme paso en el mar también. Es todo un desafío, pero voy por eso. Y no estoy sola para lograrlo.
Historia clínica
-¿Por qué en ninguno de los poemas se menciona la enfermedad?
-Supongo que prefiero trabajar desde la sinécdoque, con la parte por el todo. En los poemas aparece la espasticidad, el bamboleo y el latido constante de las piernas. Me gusta más sugerir que mostrar, lo implícito tiene una potencia mucho más grande que lo explícito, en la poesía y en la vida. Creo que es otro tipo de artesanía, ni mejor ni peor, si no diferente. También me parece que es algo bastante característico del lenguaje poético. Me interesa generar desde ahí, también para que quienes leen “completen” con su propia historia. Creo, como dice Gabriela Borrelli, que la lectura es un acto creativo. Y, agrego, para que eso suceda hay que dar lugar. La lectura siempre es un diálogo. Me gusta pensar que soy con y en les otres, no solo como cantante o escritora, sino en todas las facetas de mi vida, incluso como nadadora.
-¿Qué significó volver a Garrahan para pedir tu historia clínica?
-Volver al Hospital fue muy fuerte, algo me decía que tenía que hacerlo. Recuerdo estar parada sobre Pichincha, un día de garúa, con unas ganas tremendas de dar media vuelta y volver a casa. En algún momento me convencí de vencer el miedo, me vi a mi misma, de niña. Me tomé de la mano y entré como adulta, pero con la que fui de niña bien presente. Después, mirar, recorrer, detenerme en ciertas escenas o lugares, fue muy movilizante. El Garrahan es inmenso, inmensísimo y es imposible, ante tamañas dimensiones, no sentirte chiquita. Me sirvió hacer esa especie de trabajo de campo para escribir, pero sobre todo, para darme cuenta de que el abismo no era tan profundo, de que muchas cosas habían cambiado para bien en la medicina pediátrica, de que son miles las personas que buscan “un cuerpo sano”, en ese lugar y en todos los hospitales pediátricos del mundo.
Nunca volví a buscar mi historia clínica, tengo el comprobante guardado en un poemario de Juan Gelman firmado por él, de la última vez que estuvo en Buenos Aires. Digo esto porque tenía la fantasía de ver cómo era la firma de mi médico, Gregorio Arendar, tenía la fantasía de que su trazo me dijera algo revelador, no sé. En algún momento volveré y veré qué pasa. Él, como el personaje kafkiano, obró una metamorfosis, me salvó la vida, y creo que su letra manuscrita tendrá algún secreto o me dará la posibilidad de agradecerle, de algún modo.
Brevedad natural
-Los poemas tienen versos cortos y afilados como navajas. El único distinto es en el que aparece la voz de tu hermana. ¿Por qué optaste por la brevedad del verso?
-La brevedad me resulta funcional, natural. No suelo tener poemas de largo aliento, excepto alguno que otro, pero son la excepción. Concibo a la poesía como un arte para ser leído en voz alta, me remito a esa oralidad que está en su origen antiquísimo. Creo que la síntesis es más efectiva, pero no se trata de recortar por recortar, sino de dejar el ego de lado y entender que la poesía manda, que si el poema pide que una palabra “se vaya” de su espacio, eso es lo que hay que hacer. Una vez, una amiga me dijo que el poema tiene su propia respiración, su propio latido, creo en eso. Lo breve amplifica lo que está más allá de lo que el poema dice. Con el tiempo aprendí a podarme, me gusta, lo disfruto, entiendo que luego del corte deviene un crecimiento, como digo en el cierre del libro “nadie se opera para no florecer”. Nadie se somete al bisturí y a todo lo que eso implica sin la esperanza de una mejoría, sin un horizonte con cierta luminosidad por delante.
* “El cuerpo viceversa”: Marina Cavalletti y María Belén Aguirre dialogarán sobre sus libros Hospital Pediátrico y Kindergarten el miércoles 7 a las 19 en el Museo del Libro y de la Lengua (Las Heras 2555), con entrada libre y gratuita.