Catalina “Katy” Balaguer quiere trabajo. No quiere la doble indemnización que les ofreció PepsiCo, después de anunciarles el 20 de junio, con un cartelito, que incluía el 0800 para llamar y “arreglar”, que cerraba la planta de Florida y dejaba en la calle a sus seiscientos empleados, la mayoría –el 70 por ciento– mujeres. Es la segunda vez que la despide la empresa multinacional, líder en el mercado de snacks. La primera, en 2002, durante otro conflicto laboral, en el cual ella se solidarizó “con cien compañeras que habían sido despedidas”, y también la echaron. Pero recurrió a la Justicia y denunció a la compañía por “discriminación por práctica sindical” y dos años después PepsiCo fue obligada a reincorporarla. “La empresa apeló hasta la Corte Suprema para que no vuelva. Y volví a trabajar”, cuenta Katy. Tiene 47 años. Ahora también quiere volver a trabajar.
La desocupación, sabe, pega con más fuerza a las mujeres. Mientras el promedio es de 9,2 por ciento a nivel nacional, según datos del Indec del primer trimestre, es de 8,5 para los varones y sube casi dos puntos, para ellas: 10,2. Y golpea aún más fuerte a las jóvenes menores de 29 años del conurbano donde el índice llega a 22,5 por ciento. Katy conoce el rostro de la desocupación femenina. Lo vio en la crisis del 2001 y ahora, otra vez, con el modelo económico que impone el macrismo. Desocupación y palo, parece la fórmula.
“El conflicto de PepsiCo pretendió ser aleccionador: desde el capital transnacional en alianza con el gobierno, se quiere instalar como si fuese una situación normal y aceptable que cientos de trabajadoras se queden en la calle de un día para otro, enteradas por un cartelito en la puerta de la fábrica o mensaje de Whatsapp, y que lo acepten sin chistar”, analiza Verónica Gago, investigadora del Conicet, especializada en temas de trabajo y género e integrante del Colectivo Ni Una Menos. Gago apunta dos puntos relevantes: el papel de las mujeres en el modo en que han protagonizado el conflicto, poniendo el cuerpo en un primer plano y visibilizando su rol como jefas de hogar y como líderes en la organización interna de la fábrica. “De este modo, conectan de modo muy preciso a qué le llamamos violencia de género, la cual es incomprensible sin la violencia económica, política y social que hace que hoy estallen los hogares”, señala en diálogo con PáginaI12. “Las mujeres –sigue la investigadora– son las primeras damnificadas del ajuste y de la crisis pero hemos visto también que hemos logrado feminizar la protesta social en un sentido muy preciso, instalando lógicas de resistencia y defensa de la vida que se traducen en el grito de Ni Una Menos. Esto nos pone en solidaridad concreta entre distintos territorios y experiencias: seamos trabajadoras formales o informales, amas de casa o docentes, desocupadas o beneficiarias de subsidios”.
En la madrugada del jueves, cuando efectivos del cuerpo de Infantería de la Policía Bonaerense, reprimían a los trabajadores que tomaban pacíficamente la fábrica, Katy estaba ahí, en la primera línea, resistiendo, defendiendo ese trabajo que le pertenece hace 20 años. “Empecé a trabajar a los 27 años, entré en 1997. Primero en la línea de producción, trabajábamos 16 horas. Cuando entrás, para quedar efectiva tenés que esforzarte, te dicen”, recuerda Katy, en diálogo con PáginaI12 en su casa de San Martín, cerca de esa planta donde pasó más horas que en su propio hogar, casi. “Primero te imponían las 16 horas, después las trabajás porque las necesitás. En ese momento, mis dos hijas tenían 11 y 7 años, y era jefa de hogar”, cuenta Katy. Cuatro de cada diez hogares, en la actualidad, tienen jefa mujer. Pero en Salta, Formosa, Santiago del Estero y Resistencia, llegan a ser la mitad. Hoy Katy vive sola y tiene dos nietos. Sus hijas tienen 30 y 26 años y armaron sus propias familias.
Todavía sus ojos y su garganta acusan las consecuencias de los gases lagrimógenos que recibió unas horas antes: le lloran los ojos y tose. Los mismos gases que obligaron a una escuela y a un jardín de infantes ubicado a más de cien metros de la planta de PepsiCo a ser evacuados, porque sus alumnos y los niños se asustaron por los estruendos de los disparos de balas de goma y también sufrieron el efecto de los gases.
Katy llegó al conurbano bonaerense desde Rosario. No tenía trabajo. Dejó su CV en PepsiCo y la llamaron. Así ingresó hace 20 años. Después de su reincorporación en 2004, se presentó en 2005 como delegada y fue elegida. “En el 2001 conocí al PTS y con ellos, junto a otros varios compañeros, nos organizamos para poner en pie una comisión interna, independiente de la burocracia y los partidos patronales. Por esos años, junto a Leo Norniella intentábamos desarrollar un trabajo político-sindical, así comenzaba mi militancia en el PTS junto a Leo, que había iniciado su militancia en la juventud”, recuerda. La Agrupación Bordó en la Alimentación lleva el nombre de Norniella, que falleció dos años atrás y fue su referente. Katy fue delegada hasta hace cuatro años. “Cuando me echaron en 2002, denunciábamos las condiciones en que trabajábamos: 16 horas, con altas temperaturas por las freidoras industriales, nos hacían sentar en asientos de acero inoxidable que se calentaban y nos quemaban. Las velocidades de las máquinas nos tiraban 150 paquetes por minuto para ponerlos adentro de una caja. En esa época las trabajadoras embarazadas no tenían horarios especiales y les podían tocar también el turno noche. No teníamos tampoco pago por guardería ni día femenino ni licencia por hija o hijo enfermo”, apunta Katy.
Como delegada Katy llevó adelante una agenda sindical con perspectiva de género. Consiguieron, entre otras mejoras en las condiciones de trabajo, que las obreras que estuvieran embarazadas trabajen solo en el turno mañana, que les paguen la guardería –1000 pesos por hijo menor de tres años– y que no fueran despedidas “como material descartable” las que estaban lastimadas con enfermedades laborales –por el ritmo con el que tienen que empaquetar, suelen terminar afectadas de tendinitis, hernia de disco o síndorme de túnel carpiano (que es el entumecimiento y hormigueo en la mano y el brazo ocasionados por el pinzamiento de un nervio en la muñeca). “Antes la empresa te echaba y logramos que fueran reasignadas en otras tareas”, cuenta.
También lograron instalar el 8 de marzo como fecha de reinvidicación de los derechos de las trabajadoras. Y desde hace varios años ese día organizaban una jornada de reflexión dentro de la planta. Pararon el 19 de octubre del año pasado, en el primer paro nacional de mujeres, convocado por el colectivo Ni Una Menos en articulación con otras organizaciones, frente al brutal femicidio de Lucía Pérez, en Mar del Plata, y también se sumaron al Paro Internacional de Mujeres del 8M y marcharon cada 3 de Junio, enumera Katy.
Para Gago, los despidos en Pepsico están además, “sancionando” la organización interna de una fábrica que hace años viene luchando y demandando condiciones mínimamente dignas de trabajo frente a los múltiples accidentes y dolencias de las operarias y a los intentos generales de precarización. “El intento de despido entonces tiene ese doble efecto: aterrorizar al resto de lxs trabajadorxs, instalando que cualquiera de nosotras puede quedar en la calle de un momento a otro y, por tanto, obligándonos a aceptar cualquier chantaje patronal”, consideró.
Desde el 20 de junio Katy se quedó en la planta. Junto a un centenar de trabajadoras. Y la madrugada de la feroz represión “estaba adelante de todo”. Un día antes, el miércoles, habían difundido una carta abierta a la gobernadora María Eugenia Vidal, donde le pedían, sabiendo del inminente desalojo, que “no permita que la Bonaerense nos golpee”. También le decían: “Muchas de nosotras somos sostén de hogar, madres solteras, esposas que llevamos parte de lo necesario para sostener a nuestras familias. Muchas trabajamos hace años en PepsiCo y muchas estamos enfermas. Los ritmos de producción y las tareas repetitivas nos causaron enfermedades laborales como la tendinitis que nos impide conseguir trabajo en otros lugares. La empresa nos ofrece una indemnización. Pero ¿qué vamos a hacer cuando esto se acabe? ¿de qué manera vamos a darle de comer a nuestros hijos?”. Vidal no las escuchó.