En la época decadente, en París, los escritores hablaban de pintura y los pintores contaban historias. Existía, tal vez, la sospecha de que no bastaba una vida, como dijo Pessoa, y hasta de que no era suficiente un único arte, la tendencia al doble y a la multiplicidad como pulsión contra lo Uno y finito.

Podría pensarse la decadencia en el sentido positivo del barbarismo, porque lo bueno, lo misterioso, sigue siendo lo insinuado y lo no dicho, el vacío: lo que no entra en el orden de la representación.

Así, no alcanza con escribir, es necesario vivir. ¿Cuántas vidas? Bueno, ahí está el nudo de la cuestión y los posibles narrativos.

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El escritor está rodeando su vida en la obra. Pero, salvo que sea como Chateaubriand,  que conoció el campo de batalla, el exilio, la política, y escribió en línea sobre estos tópicos, su vida suele ser bastante anodina y pobre, y por eso requiere del conjunto de otras experiencias y otras artes, para darle valor a lo que quiere escribir, transitivamente. Escribe para encontrar la complejidad y la variación, las capas de sentido y sin sentido, la famosa ruptura de Rimbaud y su grandísimo aforismo sobre el que continúa pensando ahora: es erróneo decir: Pienso; deberíamos decir: me piensan… Yo es otro.

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Es hora de decir yo de otra forma. La inactividad de estos días conduce al escritor a la recuperación de la música; él mismo interpreta los géneros que conoce: tangos, zambas, e incursiona en otros: boleros, canciones gitanas. Imita, copia, tiene poco tiempo y mucho deseo de aprender; de allí que cree, como un actor al que le dieron un papel (un texto siempre un texto) que debe componer un personaje. Le otorga un nombre propio, un lugar de nacimiento, una vida fuera del país, un regreso, un repertorio. Y hasta emprende una penosa gira por las sierras de Córdoba, palpitando luego lo que escribirá sobre ese intruso que ha convocado.

En teoría, en su teoría particular, se escribe desde un yo “pobre” que necesita de tanto en tanto conocer otros planos para volver a escribir. No hay oposición entre vida y escritura, solo necesidad de vivir muchas vidas (de nuevo Pessoa), e incluso de creerse el cuento, sentir como otro, ser otro.

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Un ejemplo donde cree descubrir afinidades: Berthe Burgkan fue una artista francesa que en algún momento decidió abandonar las técnicas de géneros -flores y paisajes- y exhibir, en los años que van de 1899 a 1903, tres cabezas de mujeres muy vívidas. Las tres son auto retratos y las tres son heroínas de diferente calado: musa, femme fatale y oscura imagen del Mal. Más allá de las escuelas, lo que interesa de la misteriosa Berthe (existen muy pocas entradas en la Web y en la Wikipedia, el artículo en inglés es bastante incompleto) es su filiación a otras vidas a partir de su propia imagen.

Modificando su peinado y luciendo un corset medieval, se convierte en Laura de Noves, la musa del poeta Francesco Petrarca, la que nunca pudo abandonar la convención social y corresponder a ese inmenso amor que dejó más de seiscientos poemas. Petrarca inventó una forma perenne de la métrica, y colocó al Hombre en el centro de un mundo dedicado por entero a dios hasta entonces. Berthe sostiene en la mano un largo rollo de cartón que es el Canzoniere de Petrarca, enteramente dedicado a Laura. Mira con expresión de tristeza, como si hubiera hecho un alto en la lectura y dudara. El marco, intervenido por la artista, es una moldura escalonada hacia el borde superior sobre la que se ha quemado ostensiblemente algunas hojitas secas, como las que se suelen encontrar en los libros de poemas antiguos. ¿Hojas de laurel para cifrar el nombre de Laura? O la más sencilla operación del fuego que arrasa la pasión del poeta, eternizado otra vez en esta escena de lectura.

La segunda figura (1903) titulada Le Fascino nos entrega a una Berthe oscura, transformada por el ropaje de una campesina, el pelo revuelto, la mano sobre el rostro, los labios apretados, ojos muy grandes que miran hacia un costado; el fondo ha sido pintado con plumas de pavo real y el marco también las incorpora a través de la técnica del pirograbado. Le fascino es una expresión utilizada en la novela de Teófilo Gautier, Jettatura, el mal de ojos, el oscuro encanto del hipnotismo, la fuerza del amor enfermo.

Por fin, Herodias, la primera de la serie (1899). Berthe luce más joven, se nota en la lisura del rostro; lleva tocada la cabeza por una bandana. El marco tiene la misma confección personal, con hojas de lirio. Por esa época, la historia de Herodias tiene una rescritura muy atenta de parte de Joris- Karl Huysmans, quien ve en ella a la instigadora de la muerte de Juan el Bautista. En efecto, si es Salomé con su arte de seducción quien está en el centro del relato bíblico, Herodias es la causa eficiente. Juan denunció la transgresión de la princesa Herodias al divorciarse de su tío para casarse con el hermano de éste (Herodes Antipas). Salomé, hija de Herodias, es su instrumento en el mito.

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No conocemos mucho más de la obra ni de la vida de Berthe Burgkan, excepto estas imágenes que desbordan su rostro, traspasan los márgenes de las telas, para continuar la representación por otros medios, aun en el marco/ límite que cruza como para decir que prosigue en la realidad. Pero creemos, eso sí, que no es mero entretenimiento de disfraz, ni la adopción de un principio pictórico (toda obra aspira al auto retrato), sino un verdadero programa decadente para el cual una sola vida, un solo arte, no bastan.

 

Madame Burgkan nació en 1855 y murió en 1936. Su vida fue larga, y muy intensa, considerando que sus papeles acreditan los tiempos de Yahvé, de Petrarca, y la atemporalidad del Amor, del Mal, de la vida y de la muerte.