En una entrevista Ana Cacopardo le pregunta a Lohana Berkins "¿Qué querrías de la persona que fuera quién te amara y te acompañara en la vida?". Ella, incómoda en su asiento empieza a responder vagamente, pero una vidriosa mirada la arrebata. Hace un silencio brevísimo y responde: Primero que alguien me amara, sinceramente. Y que me amara, que nos amara a todas por lo que somos realmente. Es un paso que le falta dar a esta sociedad. Que no seamos sólo consumidas en la prostitución sino que alguien se atreviera a vivir con nosotras. Es muy difícil el amor y es un tema del que nosotras no nos hacemos muchos cargo de hablar. A mí me gustaría que alguien se enamore de mí, así cómo… divina. Si alguien ama, que ame a Lohana Berkins y no a una trava prostituta.

Ha llegado la hora de que nos hagamos cargo de discutir nuestro derecho al amor. Desde 2016, con los significativos avances de los feminismos y la propagación del ideal de la deconstrucción en materia de sexualidad, pareciera haberse inaugurado un tiempo de paz para las travestis. Pero esta declaración de fraternidad tiene límites bastante estrechos. No sólo no nos incluye a todas, sino que tampoco nos incluye en todos los ámbitos. Las travestis que son recibidas de brazos abiertos por la sociedad son aquellas que mejor reproducen los estereotipos y expectativas esperados por la población CIS. De hecho, existe un aparato normativo que refuerza de modo constante aunque tácito lo que debemos hacer y ser: cambiar el género de nuestro DNI, tomar hormonas, operarnos, abandonar el trabajo sexual, conseguir un trabajo de oficina, relatar permanentemente nuestra condición de víctimas, ser feministas -perdón, transfeministas- y lucir fabulosas.

Sin embargo, aún cumpliendo con todas estas condiciones, difícilmente la más feministas de nuestras compañeras nos pueda imaginar sentadas a la mesa familiar de la mano de su hijo. O el varón más deconstruido se aventure con nosotras en un “vínculo” que dure más que su nochecita de exploración sexual. Hagamos lo que hagamos seguimos ubicadas en un lugar abyecto a la hora del amor. Basta sino mirar apenas unos minutos del programa Flechazo que se emitió la semana pasada por Canal Nueve. Con buenas intenciones la producción intenta visibilizar los vínculos amorosos entre chicas trans y hombres cis, incluyendo tres participantes trans que relatan a través de las dinámicas del programa sus experiencias y trayectorias. El enfoque pone énfasis en visibilizar las dificultades que las chicas trans tienen en su vida cotidiana, incluyendo los obstáculos para el establecimiento de un vínculo amoroso.

Lamentablemente, el casting es algo desprolijo y entorpece un abordaje serio de la temática ya que los candidatos a la cita manifiestan poco o ningún interés por la problemática. También existe una insistencia en abordar tópicos como la transición y el trabajo sexual, que resultan un tanto incómodos en el contexto de una cita. Finalmente, nadie hace match: las chicas apuntan sus flechas contra el típico chongo de manual y el pibe escondido tras una máscara evita “quemarse” en una cita con las participantes.

Aunque existen excepciones, los vínculos románticos de las personas trans están viciados de rechazos y temor. Todas nosotras hemos recibido ese mensaje de madrugada invitándonos a coger, a vernos entre cuatro paredes sólo un instante, a mandar un par de nudes para que el varón se desahogue. Todas hemos tenido esa sensación de que los tipos evitan salir en público con nosotras, hemos percibido la mirada juzgona de otras mujeres cuando nos atrevemos a seducir, nos hemos enredado en vínculos con chongos que sólo nos buscaban por interés. ¿Pero cómo disputaremos nuestro derecho al amor?

Cuidándonos. Necesitamos ponerle un alto a las prácticas que nos tienen por objeto y empezar a reclamar nuestro legítimo derecho a ser vistas cómo personas. Debemos volver a tejer aquella red de cuidados y consejos que nos permitió sobrevivir tiempos peores y usarla para alentarnos en la construcción de vínculos sinceros. Ya fue lo de hacernos las divas inalcanzables y presumir nuestras conquistas furtivas, nos debemos un tiempo de sinceridad y cariño entre nosotras donde podamos decir qué nos duele, dónde nos duele y cuánto. Enredadas podemos inventar formas de manejar las frustraciones y respuestas mejores para esos mensajes de madrugada que primero calientan, pero después lastiman. Hemos cumplido con el legado de Lohana de tomar el amor tantas veces negado como motor para transformar el mundo, quizás ya sea tiempo de poder ser transformadas por el amor del mundo.